Max Ernst, crimen perfecto
Ha sido uno de los secretos mejor guardados del arte del siglo XX. Durante más de 70 años, los originales de la novela collage de Max Ernst, Une semaine de bonté (Una semana de bondad), han sido celosamente guardados de la vista del público por su propietario, el coleccionista Daniel Filipacchi. Pero a partir del 11 de febrero de 2009 se verá en la Fundación Mapfre, en Madrid.
Une semaine de bonté, de Max Ernst.
En realidad, no es la primera vez que se muestran en España. Los originales de la tercera novela collage que realizó el artista, tras La femme 100 têtes (La mujer 100 cabezas) y Rêve d'une petite fille qui voulut entrer au Carmel (Sueño de una niña que quiso entrar en el Carmelo), se expusieron por primera y única vez en vida del artista entre marzo y abril de 1936 en el Museo Nacional de Arte Moderno de un Madrid prebélico y enrarecido. Entonces se mostraron los 184 collages originales, aunque cinco fueron censurados por blasfemos. Para la época, mostrar una mujer crucificada era demasiado.
Siete décadas después, Une semaine de bonté vuelve a Madrid, tras pasar por el Albertina de Viena, el Max Ernst Museum de Brühl y la Kunsthalle de Hamburgo. Werner Spies, experto en la obra de Ernst, recordaba ayer que el artista realizó esta novela en 1933 como respuesta a la llegada de Hitler al poder en Alemania: "Une semaine de bonté nace en un periodo en el que todo empieza a oler mal. Ernst me dijo que un artista debía comprometerse". La novela está estructurada en siete series, una por cada día de la semana, al que asignó un color, un elemento y un ejemplo. El primer día, el domingo, es púrpura, su elemento es el barro y su ejemplo el león de Belfort. Son los puntos de partida para la despiadada sátira antiburguesa y anticlerical que Ernst despliega en esta serie. En Une semaine de bonté, explica Spies, el autor decidió prescindir de todo texto o leyenda, convirtiendo esta novela en una obra que obliga al espectador a crear su propia narrativa. Utilizando como materia prima ilustraciones de novelas folletinescas del siglo XIX, Ernst, con tijeras y pegamento, descontextualiza unas imágenes que pretenden ser todo menos trascendentes y las dota de un significado nuevo, creando seres irreales en mundos inquietantes en los que escenifica su crítica política, social y moral. En cuanto a la técnica, la observación a simple vista no permitirá descubrir el más mínimo fallo. "Comparable al crimen perfecto, el collage intenta dificultar el hallazgo de indicios y pretende que se descarte la actuación de tijeras y cuchillas. Para alcanzar este objetivo se borran todas las huellas que permitan inferir la conclusión de que se trata realmente de un collage", señala Spies.
Y es que Ernst era un perfeccionista. Por eso sus collages no muestran las desproporciones que tanto gustaban a los dadaístas, las cabezas enormes en cuerpos diminutos: "En Ernst las proporciones guardan un perfecto equilibrio y eso causaba admiración, como si encerrara un enigma", dice Spies, que recuerda cómo el artista le invitaba a pasar los dedos por sus composiciones, como invitándole a comprobar que, en efecto, eran collages.
Isabel Lafont, Madrid: Max Ernst, crimen perfecto, El País, 4 de febrero de 2009