Alexander Calder

Puntos negros y amarillos en el aire (1960), de Calder.- Siempre es bueno volver sobre los grandes maestros del siglo XX, entre los que el estadounidense Alexander Calder (1898-1976) ocupa ciertamente un lugar, pero como logrado a hurtadillas. En cierta manera, le ocurrió algo parecido a Klee: que ninguno de los dos fueron lo suficientemente "graves". Grandes dibujantes, eran sutiles y ligeros en una época marcada por lo descomunal, pesante y estruendoso. De todas formas, cuando se piensa en lo aportado por la vanguardia histórica, es casi imposible prescindir de lo lineal. Cuando Calder se afincó en París en 1926, Picasso andaba empeñado en el "dibujo en el espacio", cuya versión tridimensional en hierro iba a revolucionar la escultura contemporánea. Le siguió muy de cerca en ello Julio González, pero, a su aire, también lo hizo Calder, que, a partir de 1930, comienza a configurar sus móviles, piezas metálicas coloreadas que danzan en el espacio. Según su propio testimonio, captó esta posibilidad al visitar el taller de Mondrian al imaginar que sus formas planas volaban por la habitación. Desde entonces y hasta su muerte, exploró y explotó las múltiples posibilidades de esta flotación retráctil de los cuerpos en el espacio.

Uno de los méritos de la exposición monográfica que ahora se exhibe en la galería de Elvira González, con 18 piezas del artista, entre las cuales hay tres maravillosas joyas, es que compendia prácticamente la tipología completa de Calder, lo que es como decir que asimismo representa todas sus etapas. El fantástico Portrait of Mr. Uhlan, aunque realizado en 1938, nos remite a sus alambicadas siluetas circenses con que se abrió paso en el París de la segunda mitad de la década de los veinte. Medio siglo de invención, que Calder llevó a cabo sin salirse jamás del debate. Encaja con todo: con los constructivistas y con los surrealistas, pero, si se presta atención a sus gouaches, les ves igualmente próximo al expresionismo abstracto y al pop. La Fuente de mercurio, que solidariamente emplazó en el Pabellón Español de 1937 fue, por ejemplo, una de sus grandes ideas que iba dejando caer como si nada. Por eso, siempre puedes volver sobre Calder con gozoso provecho. Al fin, el don de la ligereza hace que todo sea más perdurable.

Francisco Calvo Serraller, Alexander Calder, EL PAÍS / Babelia, 15 de enero de 2011