Últimos suspiros del sueño de un genio

ABC comparte con el público y conlos hijos de Eduardo Chillida la penúltima jornada antes del cierre del museo, a la espera de una solución

Chillida-Leku se abarrotó de público dos días antes de su cierre. TELEPRESS

Amanece en Chillida-Leku con esa sensación de pérdida de quien teme no regresar al lugar amado. El ambiente gris del norte, casi negro, del que habló el artista que peinó los vientos con hierro forjado acompaña durante toda la jornada al reguero de personas que se aproximan a última hora hasta las verdes campas del caserío Zabalaga en Hernani (Guipúzca). Familias enteras de los alrededores apuran 2010 en Chillida-Leku. Un grupo de estudiantes de arquitectura descubre por primera y última vez el lugar. Dos niñas abrazan una gran mole de acero llena de aire mientras su madre inmortaliza el momento. El hermano, algo mayor, se deja caer rodando colina abajo, ajeno al estupor generalizado en el mundo de la cultura. Es su primer contacto con el genio de Eduardo Chillida (San Sebastián, 1924-2002), uno de los grandes nombres del siglo XX.

«Miro arriba y le pregunto si le parece bien»

Eduardo Chillida solía sentarse en un banco de madera situado bajo un viejo roble. Buscaba su sombra en verano. Desde allí le gustaba contemplar la imponente fachada de piedra del caserío familiar. «Aitá solía decir que desde ese punto parece un luchador de sumo, bien anclado a la tierra», explica su hijo Luis, que abre, tembloroso, la caja de las emociones familiares. «Son demasiados recuerdos. Hemos hecho todo lo posible por preservar el sueño de nuestro padre. Pero no podemos hacerlo solos», advierte. Pese a todo, aún conservan la esperanza de la salvación. «Estamos abiertos a todo, siempre que se respete el deseo del artista. Hay que pensar lo que opinaría aitá de todo esto. Cada decisión que he tomado en este museo he mirado arriba y le he preguntado si le parecía bien». ¿Y cómo cree que actuaría su padre en esta situación? «Sería mucho más exigente, eso seguro».
El atasco de coches en el aparcamiento forma parte del efecto llamada que ha despertado en el público el anuncio más difícil, el que hizo temblar las raíces del panorama artístico contemporáneo español el pasado 1 de diciembre. Hoy es el día en el que el museo-anhelo de Chillida cierra los ojos, tan solo diez años después de ver la luz, asfixiado por la crisis y un modelo de gestión privado deficitario, y a la espera de que instituciones y familia den con la fórmula definitiva para su viabilidad futura. No ha sido posible hasta el momento, pese a que el anuncio de clausura ha intensificado el diálogo entre las partes, conscientes desde hace demasiado tiempo de que su supervivencia pasa por abrir el museo a la participación pública.

«Es una pena que no se hayan dado cuenta antes. Parece que uno tiene que cerrar para que la gente se anime a ver esta maravilla de sitio», lamentaba ayer uno de los 23 empleados del museo, que viven con «enorme tristeza» el final de un proyecto en el que todos se han implicado «profesional y emocionalmente». Las cifras le dan la razón. El año pasado en la misma fecha Chillida-Leku recibía a 265 personas frente a las 850 contabilizadas ayer. En el pasado puente de la Inmaculada se triplicaron las visitas hasta cuatro mil.

800.000 visitas en 10 años

En total, a lo largo de sus diez años de vida, 800.000 personas han comprado una entrada, 65.000 el pasado año. Un bagaje demasiado pobre para que la familia garantizase por sí sola la viabilidad de un centro cuyo presupuesto anual oscila entre los 1,5 y 2 millones de euros. Lo cierto es que la «utopía» del genio vasco de crear un espacio propio donde sus esculturas pudieran descansar y la gente caminara entre ellas, «como en un bosque», ha alcanzado en 2010 un déficit acumulado de unos 500.000 euros, imposible de salvar sin dinero público.

Luis Chilida, hijo y responsable de comunicación del museo, comparte con ABC los último suspiros de Chillida-Leku sin perder la esperanza de encontrar salida al final del túnel. No obstante, la familia es consciente de que el proceso será largo y no creen que puedan reabrir en primavera, como algunas voces estiman. «Todo va bastante más lento», indica. Junto a sus hermanos lidera las «conversaciones» con el Gobierno vasco y la Diputación de Guipúzcoa. «No me gusta usar el término negociación, esto es mucho más que una empresa comercial», señala sin cerrarse a las distintas fórmulas que se barajan, como la entrada de las instituciones en la gestión del centro o la adquisición de patrimonio. «Se tendrá que ver. Somos generosos, pero la situación actual es la que es. Por supuesto que queremos que todo esto forme parte del patrimonio vasco; Chillida es un referente de la cultura vasca. Ahora debemos buscar los puntos en común porque al final todos queremos lo mismo, salvar Chillida-Leku».

Por encima de todo, lo que la familia quiere es preservar el espíritu y la filosofía con los que el escultor y su esposa, Pilar Belzunce, idearon el espacio hace casi treinta años. Así, en su deseo está garantizarse la decisión última en los «aspectos más trascendentales» en la gestión del centro. «El valor que tiene este museo, y lo que le hace absolutamente diferente a cualquier otro, es la propia implicación del aitáen hacerlo, y eso no se puede traicionar», añade Luis, que recorre las campas del caserío familiar con la preocupación propia de quien debe cuidar el legado de su padre.

«Mañana —por hoy— no vengo. Me da demasiada pena. No es solo tristeza personal. Lamento mucho que la gente no pueda seguir disfrutando de este sitio, que los grupos de niños de colegios no vengan más por aquí», señala el hijo del escultor, al tiempo que se disculpa para abrazar a unos amigos que han llegado de visita. Sobre el terreno está también Ignacio, otro de los ocho hermanos Chillida. Un paseante anónimo se acerca a Luis buscando la gran respuesta. «¿Salvarán Chillida-Leku?». «Eso esperamos», responde el primero. «Pues buena suerte», recibe. Otro espontáneo se solidariza: «No hay derecho a que se malgaste el dinero público en cosas que no valen la pena y esto se deje morir así», comenta.

Muy cerca de allí, el espíritu del artista se aferra a la tierra del magnolio donde está enterrado el escultor, en Chillida-Leku, su tierra.

Itziar Reyero, Hernani (Guipúzcoa): Últimos suspiros del sueño de un genio, ABC, 31 de diciembre de 2010