La relación entre Picasso y Barcelona está jalonada de episodios oscuros

En la ciudad condal fue donde surgió el estallido creativo y vital de la juventud del pintor

Pablo Picasso A Picasso el estallido creativo y vital de la juventud le pilló en Barcelona. Había llegado en 1895, con 13 años, y fue aquí donde se corrió sus primeras juergas con los amigos –los primeros en reconocer su talento y en descubrirle los placeres que se escondían en los burdeles–; aquí fue también donde disfrutó de su primer estudio, un espacio de creación y libertad, en la calle de la Plata, desde cuyo balcón lanzaba piedrecitas a los viandantes con su colega Manuel Pallarès; y aquí, en fin, donde realizó su primer grabado (L'àpat frugal), su primera ilustración (aparecida en el semanario L'Esquella de la Torratxa), su primera exposición en Els Quatre Gats... Nueve años después, con 22, marchó a París y ya no regresaría más que en contadas ocasiones, casi siempre para visitar a su madre y a su hermana Lola, pero para Picasso Barcelona nunca dejó de ser aquella gran ciudad que le deslumbró de adolescente y le reveló la modernidad. Picasso sentía pasión por Barcelona, pero esta no siempre le correspondió con la misma intensidad.

“Barcelona es un lugar picassiano brutal... Tenemos –porque el propio artista así lo quiso– unmuseo que alberga una gran colección y es objeto de peregrinación para millones de visitantes de todo el mundo... Pero esa vinculación a la que está condenada la ciudad no tiene una correspondencia ni a nivel social ni a nivel académico”, señala el director del Museu Picasso, Pepe Serra, quien muestra su perplejidad ante paradojas como que en las once universidades catalanas no se realicen tesis doctorales sobre Picasso, que no exista ni un máster sobre el artista, a diferencia de París o Londres; que la obra de referencia del Picasso escritor, Picasso, Écrits (Gallimard, 1989), 340 textos poéticos y dos obras de teatro, todavía no haya sido vertida al castellano (saldrá a la luz este 2011 a cargo del propio Museu Picasso y el Reina Sofía); que su presencia en las colecciones catalanas sea poco menos que anecdótica... “Picasso es mucho más que unos grandes ojos y una camiseta a rayas. Hay poco conocimiento sobre su obra. Y lo mismo sucede respecto a su relación con Barcelona, que se ha contado de una manera simplista.

Se trata de una relación fracturada, difícil, con años negros en los que la ciudad le da espalda y otros en los que se aguanta por un hilos... Hay mucho misterio, muchos hechos por desentrañar, todo un relato por explicar”, reta Serra, quien confía en que la futura apertura del centro de estudios del museo permitirá investigar y crear conocimiento sobre el artista que definió el siglo XX. “Con Picasso, cuando parece que está todo dicho, resulta que está todo por decir”.

Picasso visita por última vez Barcelona en 1934. Viste como un banquero y viaja en un Hispano Suiza, con su esposa Olga Koklova y su hijo Paulo. Se hospedan en el Ritz. El genio vive una situación personal convulsa y un momento de estancamiento creativo. Se está divorciando de la bailarina, vive un nuevo romance con Marie-Thérèse Walter, que no tardará en quedarse embarazada, y se refugia en la escritura. Apenas estuvieron unos días en la ciudad. Sería su última estancia.

¿Por qué no regresó nunca? Pierre Daix, en su Dictionnaire Picasso, concluye la entrada correspondiente a Barcelona: “Algo debió de suceder durante su larga estancia de 1917 (¿la intriga contra Parade?) porque a partir de entonces no hizo más que breves escalas”. Daix se refiere al escándalo que rodeó las representaciones en el Liceu del ballet con libreto de Jean Cocteau, música de Erik Satie y decorados y vestuario del propio Picasso.

En el gallinero del teatro, junto a Joan Prats, se encontraba un tímido y joven Joan Miró que, según contaría él mismo en un artículo publicado en La Vanguardia con motivo de la muerte de Picasso, quedó “muy impresionado”. “No me atreví a ir a saludarle y felicitarle. (...) Poco tiempo después mi madre y la de Picasso se hicieron buenas amigas, y se visitaban con frecuencia. En 1919, cuando yo decidí marchar a París, le pregunté si deseaba que le llevara alguna cosa a su hijo. Me entregó un paquete: contenía una ensaimada”, escribe Miró, que recuerda que el primer cuadro que vendió, Portait d'une danseuse espagnole, lo adquirió Picasso a su marchante Pierre Loeb.

El historiador J.F. Yvars, uno de los grandes especialistas en la obra de Picasso, que conoció al artista, apunta que para entender a a Picasso hay que tener presente el horror que siempre le provocó la pobreza. “Sus primeros años en París fueron miserabilísimos, y estaba obsesionado por triunfar y hacer dinero. Y para eso tenía que estar en París. Lo consiguió muy pronto y con mucha potencia. A partir de 1911 ya es una referencia internacional. Pero trabajaba como un animal. No bebía, apenas comía y pintaba hasta las tres de la madrugada. Todas esas historias sobre su falderismo me huelen a fantasía. Vivía en un castillo, pero modestamente”. Luego, claro, pesará su firme oposición al franquismo. “No volveré”, dijo.Pablo Picasso

“En Picasso todo se acepta y todo se exagera, es difícil llegar a su verdad”, conviene Eduard Vallès, conservador del Museu Picasso, erudito dedicado en cuerpo y alma a estudiar la obra del pintor, que maneja datos y anécdotas con la habilidad de un prestigitador. Volviendo a la relación Picasso-Barcelona, Vallès cuenta, por ejemplo, que ya en 1919 el genio malagueño hizo su primera donación a la ciudad, Arlequín de Barcelona, que había pintado dos años antes tomando como modelo a Massine, el bailarín y coreógrafo de los Ballets Rusos. Sin embargo, cuando la viuda de Pere Mañach, el primer marchante de Picasso, ofreció en los años 50 al Ayuntamiento de Barcelona el retrato de su marido, fechado en 1901, en París, la respuesta fue: “Picasso, ¡ni hablar!”. La obra cuelga hoy en la National Gallery de Washington.

“Picasso se sentía apreciado por sus antiguos amigos, por los más técnicos, e ignorado por la masa hasta cumplir los 70 años”, corrobora el doctor Jaume Vilató, uno de los sobrinos barceloneses del artista. Ciertamente, Picasso no cortó nunca sus lazos con los amigos de juventud (Jaume Sabartés, que luego sería su secretario; Manuel Pallarès, Carles Casagemas, los hermanos De Soto...) y tuvo en los artistas catalanes a algunos de sus más activos valedores. Miró, Dalí y Juli González, por ejemplo, intervinieron en 1936 en la grabación de un disco que sería radiado (véase la información adjunta) invitando a los barceloneses a ver la exposición Picasso, proyectada por Adlan (Amics de l'Art Nou), en Casa Esteve. El poeta francés Paul Éluard dio una conferencia y leyó unos versos inéditos del pintor. La movilización había sido de órdago: Sabartés, Breton, Éluard, Dalí y Zervós se encargaron de seleccionar las 25 obras que viajaron a Barcelona (luego a Bilbao y Madrid), procedentes de colecciones privadas y del propio Picasso. “Tuvo un gran impacto en la ciudad, pero es significativo que se realizara en una sala privada y no en una institución pública. Además les denegaron una subvención”, constata Sílvia Domènech, jefe del Archivo y Centro de Documentación del Picasso, que prepara una exposición sobre el tema para octubre del 2011.

Pero más que ninguna otra, hay una imagen que habla por sí sola: muestra a un Alexandre Cirici traspasando cabizbajo la frontera con un espléndido óleo enrollado bajo el brazo, Mujer con perro, que había donado Picasso para una subasta en beneficio de los damnificados de las inundaciones del Vallès en 1962. Lo habían ido a buscar poco antes las esposas de su editor Gustavo Gili, Ana Maria Torra, y de su galerista, Joan Gaspar, Elvira Farreras, a quienes Del Arco entrevistó a pie de avión para La Vanguardia. El periodista concluía: “No costó un céntimo su entrada; pero costará mucho dinero que no salga. Y no debe salir...”. Salió y además costó 30 millones de francos antiguos, según Joan Gaspar. Los pagó... el propio Picasso. Era la única obra que había quedado sin comprador.

YInterior del Museo Picasso de Barcelona eso que sólo dos años antes se había vivido un momento apoteósico, felizmente inesperado, que marcó un antes y un después en el reconocimiento público del genio malagueño y dio el empujón decisivo a la creación del Museu Picasso. Se trata de la exposición que en el invierno de 1960, en pleno franquismo, mostraba en la sala Gaspar treinta óleos seleccionados por el propio Picasso. No se vendió ni una obra, pero la respuesta popular fue apabullante y motivó largas colas que recorrían la calle Consell de Cent. ¿Hubo consignas de tipo político? El crítico de arte Josep Maria Cadena sostiene que las hubo por parte del PSUC para que sus simpatizantes acudieran en masa y a la salida volvieran a ponerse en la cola. Pero no hay documentos que lo verifiquen. Y su existencia es puesta en duda tanto por Joan Gaspar como por J.F. Yvars, comisario en el 2006 de una exposición en la Pedrera que evocaba aquella muestra. “La tradición oral hay que ponerla en interrogantes”, dice, y admite que tal vez pesó el morbo de ir a ver un artista “estigmatizado” por el franquismo, pero que, tal como Joan y Elvira Gaspar cuentan en sus Memòries, las autoridades “tuvieron que tolerar la exposición porque habría sido un escándalo clausurarla en plena Navidad”. “La mejor manera de anular a alguien es apropiárselo”, y esa es la estrategia que siguieron ante un artista que veían mal por “antiespañol” y “pintamonas”.

La diáspora de las (escasas) colecciones catalanas

“La influencia real de un artista se mide por la clientela que genera, y Picasso no vendió nunca nada en Barcelona”, reflexiona el especialista J.F. Yvars. Y en un intento por entender esta aparente paradoja –recordemos, Barcelona es una ciudad picassiana–, Eduard Vallès, conservador del Museu Picasso, esgrime algunas razones que explicarían la ausencia de obras importantes en las colecciones barcelonesas. “En primer lugar, hay que tener en cuenta que a los 22 años se instala en Francia, lo que dificulta el contacto con los posibles coleccionistas, si bien es cierto que en Catalunya, y no digamos en España, son pocos los que se interesan por su obra a partir del cubismo”, dice..

“En Barcelona hay grandes colecciones de Casas, de Urgell, de Mir, de Rusiñol, de Meifrén... pero del cubismo para arriba nadie se atreve a comprar”, corrobora Pepe Serra. A esta falta de fortuna crítica hay que añadir la publicación de dos libros, Picasso antes de Picasso de A. Cirici Pellicer (1947) y Picassos de Barcelona, de Cesáreo Rodríguez- Aguilera (1971), que pusieron a coleccionistas extranjeros sobre la pista de obras que hasta entonces no habían salido nunca a la luz, provocando una auténtica diáspora. Picasso hacía ya tiempo que era una estrella mundial –el MoMA de Nueva York se funda en 1929 y en los primeros 30 comienza a comprar Picassos masivamente– “y la posibilidad de hacerse con obra suya en un país donde aún no gozaba de tal reconocimiento provocó un insólito desembarco de marchantes y coleccionistas en Barcelona”, recuerda Vallès. “La cotización internacional de Picasso había aumentado mucho, y algunos coleccionistas y amigos suyos decidieron desprenderse de obras”.

¿Dónde fueron a parar? La flor del mal (o Maternidad azul al lado del mar), por ejemplo, se encuentra en el Pola Museum de Japón. Y colecciones importantes de amigos del artista, como la de los hermanos Carlos y Sebastià Junyer-Vidal, que llegaron a tener centenares de dibujos, se acabaron dispersando; sólo siete de ellos acabaron en el Museu Picasso. Otro de sus amigos, Sebastià Junyent, tuvo en sus manos obras muy importantes, como El viejo judío, ahora en el Museo Pushkin de Moscú, o La vida, obra maestra de la época azul que Picasso le pidió desde París y nunca le devolvió (hoy en el Cleveland Museum of Art) A cambio le regaló el dibujo El loco (hoy en el Museu Picasso). Otra colección destacada fue la de Josep Barbey, con algunos de los mejores óleos taurinos que Picasso realizó en Barcelona hacia 1900. “Entre las que no se perdieron –concluye Vallès– se encuentran colecciones como la de Lluís Plandiura, adquirida por la Generalitat y el Ayuntamiento en 1932, con un total de veintidós obras. o la de Lluís Garriga Roig, que donó al Museu Picasso un total de trece dibujos en 1953”.

Teresa Sesé: La relación entre Picasso y Barcelona está jalonada de episodios oscuros,
La Vanguardia, 2 de enero de 2011