El Prado mira a la naturaleza

La pinacoteca inaugura el próximo martes la primera exposición dedicada al nacimiento del género del paisaje, con aportaciones esenciales del Louvre
'Ninfa y sátiros', pintado en 1627 por Nicolas Poussin. London, The National Gallery.

Al hombre le ha costado desaparecer de la escena muchos siglos. Sólo cuando el pintor se dio cuenta de que detrás de la figura humana había una inmensa naturaleza convirtió al paisaje en género y no en excusa. Hubo que esperar hasta el siglo XVII para que la imagen antropocéntrica quedara supeditada a las lecciones morales de unos paisajes majestuosos tomados del natural. El centro del origen del paisaje como género fue Roma, que entre los años 1600 y 1650 fue el centro de intercambio de las ideas de artistas italianos, franceses, holandeses, alemanes y españoles trabajando sobre este tema.

"Fue un laboratorio de experimentación, como hoy lo es Nueva York", explicó ayer el director del Museo del Prado, Miguel Zugaza, durante la presentación de la exposición Roma. Naturaleza e ideal. Paisajes 1600-1650, que se inaugura el próximo 5 de julio y se clausura el 25 de septiembre. Como dicen desde el propio Prado, es la primera vez que se aborda el nacimiento del interés por el paisaje en la pintura.

Organizada junto al Museo del Louvre de París y la Réunion des Musées Nationaux, la muestra, que pasó antes por el Grand Palais de París, cuenta con los ejemplos de las figuras capitales que trataron el género: Annibale Carracci, padre del género, Claudio de Lorena y Nicolas Poussin. Junto a ellos, una extensa corte de pintores de segunda fila que ensayaron soluciones de primera clase, como Domenichino y los alemanes Goffredo Wals y Adam Elsheimer. Y, por supuesto, Diego Velázquez, con una de las dos vistas que trazó a vuela pluma de la Villa Medici.

El centro del mundo

20 de los 36 artistas reunidos nacieron fuera de Italia y sólo dos eran oriundos de Roma: en 50 años la ciudad fue testigo de la mayor población de pintores por metro cuadrado, movidos por la naturaleza y por los mecenas apasionados por el nuevo gusto: el paisaje. La naturaleza organizada y solemne, construida a modo arquitectónico, como un marco de la acción histórica, pasó a figurar en las residencias de los grandes patronos. "Roma fue el lugar en el que se concentró el talento occidental, donde surgió el gusto por la pintura del natural que llegó hasta Felipe IV", dijo Zugaza, que apuntó cómo el monarca también se sumó a la moda y encargó la decoración con vistas del natural para las paredes del Palacio del Buen Retiro.

Esta sección, enmarcada en una atractiva sala de fondo rojo, cobra en la sede del Prado una mayor importancia que en la muestra del Grand Palais París, como es lógico. Felipe IV encargó a Roma desde 1635 un considerable número de paisajes: los artistas estaban obligados a adaptar sus maneras a unas medidas concretas, dictadas por la arquitectura del edificio y los deseos del rey. Así que se demandaron cuadros de un formato inusual, a una escala monumental. Además, la visión horizontal la propia para recoger el paisaje se altera, y tanto Claudio de Lorena como Poussin, entre otros, tuvieron que recurrir a elementos arquitectónicos para encajar sus paisajes en aquellas composiciones tan verticales.

La monumental ambientación de Paisaje con el embarco en Ostia de santa Paula Romana (1639), con un ambiente palaciego idílico, cuenta con las características habituales de este género, como explica el comisario de la exposición Andrés Úbeda de los Cobos, jefe de Conservación de Pintura Italiana y Francesa del Museo Nacional del Prado: "La intensa luz dorada que ciega al espectador desde el último plano de la composición o la secuencia de edificios que, en ciertos casos, remiten a modelos reales como la Villa Medici o el faro de Génova, el cual constituye en este caso la referencia arquitectónica en la línea del horizonte".

La naturaleza, primero

Pero el extraordinario recorrido de 84 pinturas y 19 dibujos, dispuesto en orden cronológico, arranca con el inventor del género: Annibale Carracci (1560-1609), que ya en El sacrificio de Abraham (1599) demuestra sus intenciones al desplazar al resto de los motivos que no sean la propia naturaleza a una esquina de la composición. La narración bíblica queda en un segundo plano, a pesar de su dramatismo, a un tamaño minúsculo en contraste con el enorme escenario.

"En la Roma del siglo XVII fueron sumamente raros los cuadros pintados al aire libre. Sin embargo, la mayoría de los pintores de paisajes, de Annibale Carracci a Gaspard Dughet, dibujaron sin descanso la naturaleza y las ruinas de los alrededores de Roma. Solían realizar estos estudios al natural y retocarlos después en el taller. Aunque no siempre acababan convertidos en cuadros, desempeñaron un papel creciente en la génesis de la pintura del paisaje", explica el comisario en el catálogo para aclarar que estos pintores sometieron la naturaleza a un proceso de idealización. Por eso contrastan tanto las visiones finales de los apuntes a pluma sobre papel de los mismos.

La pintura de naturaleza alcanza una dignidad comparable a la de historia y el espacio adquiere una escala monumental. Como dijo Gabriele Finaldi, director adjunto del Prado, "Roma se convirtió en una nueva forma de ver y concebir el paisaje". Y destacó todas las formas en las que muta el género en tan sólo 50 años: el naturalista, el teatral, el épico, el historicista, el moral o el sublime y aterrador, que más tarde desarrollará el Romanticismo. Incluso el paisaje mitológico que desarrolló Nicolas Poussin (1594-1665), como la ninfa y los sátiros, reproducida en la página anterior: "No existe ninguna otra pintura romana de la primera mitad del siglo XVII que muestre a una figura femenina dándose placer en solitario (lo mismo que hace el sátiro escondido tras el árbol)", explica la especialista Patrizia Cavazzini. Con toda probabilidad este tipo de cuadros se exponían tapados por una cortina.

"Es el artista con un mayor aporte intelectual, capaz de las mayores sorpresas", explicó Úbeda de Cobos. "Poussin incorporó la pintura moral a los paisajes, la de los valores éticos y sociales, que anticipa los valores narrativos con una vigencia de tres siglos", en relación a la pintura Paisaje con los funerales de Foción.

En la época de los manifiestos, Roma. Naturaleza e ideal. Paisajes 1600-1650 tiene algo de proclama: "Para asombrar y enseñar", resume Miguel Zugaza para reivindicar un género "tan olvidado como fundamental". Coin-cide con él Andrés Úbeda, quien subrayó "una visión accidental y fotográfica del paisaje", de soberbios y desconocidos artistas como el citado Wals. Precisamente, lo asombroso se encuentra en la letra pequeña, en los ejercicios de precisión, en las dimensiones mínimas de las tablas, en la cercanía con estas pinturas fundamentadas en el detalle y la miniatura, donde la representación de la naturaleza adquiere una amplitud inédita.

Peio H. Riaño, Madrid: El Prado mira a la naturaleza, Público, 2 de julio de 2011