La fragua del arte
Quién dijo que el arte hervía y se cocía en los cenáculos de la noche, en las tabernas fantásticas de la madrugada al amparo de un vaso de ajenjo, al socaire de una botella de absenta. Quién dijo que el arte sólo nacía y prosperaba a orillas del «Moulin Rouge», o sobre las mesas del Café de Pombo. O que estaba reñido con los monos azules de Vergara de los trabajadores, con la radial y el martillo neumático, con el soplete y la broca.
Porque se puede afirmar categóricamente que el arte hierve y se cuece (aluminio a 1.200 grados centígrados, por ejemplo) al pie de la letra en un polígono industrial del noreste de Madrid, a apenas un par de kilómetros de donde los pájaros metálicos le echan un último vistazo a las pistas de Barajas, antes de que sus pezuñas de caucho pisen el asfalto. Allí el arte se mezcla con los aceites de silicona, con el grafito, con la arena de sílice, con el acero inoxidable, con el cortén, materiales que la alquimia de la fundición acabará por convertir en una obra de arte, ésa misma que ustedes ven desde el coche cuando van por una autopista, ésa misma que por obra del recordado César Manrique podrán contemplar entroncada con un paisaje canario, ésa misma que pasó por alguna Bienal de Venecia... Porque el arte madruga, vaya que si madruga, en Magisa, una fundición artística, para muchos la mejor de España y, sin lugar a dudas, una de las más experimentadas y valientes, porque no todas se atreven con trabajos de tanta envergadura como los que aquí se hacen.
Cincuenta años al rojo
Magisa es una empresa cincuentenaria que, hace años, muchos años, sus fundadores, los hermanos Laureano y Francisco Ponce, concibieron como una fundición de piezas industriales, una más. Pero el destino, en la forma y la persona de artistas como Pablo Serrano, José Luis Sánchez y Amadeo Gabino, se cruzó en la vida de otro Ponce, Guillermo, continuador de la saga y actual propietario, y la empresa, «poquito a poco -como él mismo dice- de estar haciendo piezas mecánicas nos fuimos pasando al mundo del arte».
Y se pasaron con todo el equipo, desde finales de los años cuarenta, primeros cincuenta. Pronto dieron su primera gran vuelta al ruedo, con el citado Pablo Serrano, en la Bienal veneciana de 1962, y luego con una lista de nombres que es también la del arte contemporáneo español: Lorenzo Frechilla, Amadeo Gabino, Fernando Mignoni, Gustavo Torner, Gerardo Rueda, Canogar... Con Frechilla pusieron otro hito en su camino: ser los pioneros en hacer esculturas en chapas de acero inoxidable.
A primera hora de la mañana, en la nave de Magisa se fragua el arte. Los hornos ponen al rojo vivo, vivísimo, los materiales (aluminio, plomo...) que irán a parar al crisol y de éste a los moldes. No es una operación sencilla. Con estos materiales están hechos los sueños de muchos artistas, pero la precisión no sólo es necesaria, sino imprescindible. Detrás de las gafas y los petos protectores, los obreros, como una afinadísima orquesta, realizan la operación. La fragua de Vulcano no sólo está en un memorable cuadro de Velázquez. Saltan chispas, y los moldes se enfrían en la arena, fina, finísima, como de una playa canaria, como el también canario César Manrique, alguien encantador y maravilloso, pero de genio volcánico, que a Guillermo Ponce se las hacía pasar canutas, como durante la construcción de La Vaguada, en Madrid, que el lanzaroteño diseñó: «Cuando le veían aparecer, muchos obreros salían de estampida», recuerda Ponce. El ruido de los enormes ventiladores sirve de música de fondo a la especialísima coreografía de los operarios.
Una exacta coreografía
Grafito mezclado con alcohol para suavizar el bronce, ganchos, grúas, baños de cera, sopletes, calor infernal, calor diabólico, la visión del aluminio fundido remite y transporta al observador a un mundo primigenio y telúrico, a un big bang en miniatura donde la materia es todavía informe, energía sin cristalizar, arte sin modelar. La fragua, la zona de fundición de Magisa, parece el querido Timanfaya del propio Manrique, donde es posible freír un huevo con sólo ponerlo sobre las piedras de origen volcánico. Aquí sería posible, pero los obreros no están todavía para almuerzos. Se mueven a unos centímetros de las brasas como un diminuto ballet, con giros exactos, y una puesta en escena en la que cada uno tiene una misión asignada en cada momento de la operación de vertido, como las ruedas de un reloj suizo que al engarzarse unas con otras hacen el milagro de medir el tiempo.
Aquí hay otros milagros. Muchos realizados mediante alta tecnología y precisas máquinas. Pero es un hombre quien pausada, prudentemente y mediante una grúa colgada del techo, traslada una pieza sucia como el tizón desde un lado a otro de la nave. A la estructura le espera un baño de gradilla que la limpia, la pule y la devuelve a su color, a su metálico esplendor. En apenas cinco minutos la pieza está como los chorros del oro. Un joven escultor, Juan Carlos López «Colo», es el autor de la obra de la que esta pieza forma parte, que irá destinada cuando sea concluida a un parque de Torrejón de Ardoz. «Ellos también son unos artistas», comenta convencido «Colo», muy satisfecho con su experiencia en Magisa. Blanca (bueno, gris plata) y radiante, la pieza vuelve a colgar de la grúa camino de los soldadores («los mejores en lo suyo», asegura satisfecho Guillermo Ponce). Soplete en mano obran un nuevo milagro, que la pieza encaje a la perfección ensamblada con las anteriores.
En el principio fue una maqueta
«Lo normal -explica Ponce- es que se ponga en contacto con nosotros el propio escultor, o el Ayuntamiento o la institución que le haya podido encargar la pieza, o los propietarios del lugar donde se colocará. Se nos da una maqueta, y nosotros la desarrollamos al tamaño que nos digan, mientras el artista lo va supervisando todo, absolutamente todo. Y luego, por supuesto, tenemos un equipo de ingenieros encargados de calcular pesos, resistencia al viento, etcétera, sobre todo si va a ser levantada en un lugar por el que pasa la gente».
Quedan atrás los dos soldadores, empeñados en su milimétrica tarea. Estamos al otro lado de la nave de Magisa, al otro lado de la fundición. Ésta es la zona de mecánica, complementaria con la fragua, pero con otro tipo de actividades, industrias y trabajos, las de los ajustadores, los cinceladores, los fresadores. Éste es el reino y dominio de la precisión. Hay brocas, lijas mecánicas, destornilladores, tuercas, tornillos, sopletes. La fundición es, por supuesto, el principado del fuego. Pero en el taller de mecánica el reino es del aire del detalle, del ajuste, de la pieza, del milímetro. Por todas partes están los utensilios más precisos y la última tecnología. Disolventes, aceites, chapas, escayola, y también el acero cortén, una de las grandes estrellas de la fundición. «Es un material que convierte su oxidación en su propia protección -detalla Guillermo Ponce-. Es un material excelente para nuestro trabajo, un gran avance. El hierro acaba carcomido por la oxidación, pero el cortén no. Los resultados son increíbles, incluso económicamente también el cortén es mucho mejor. La primera vez que lo usamos fue con José Luis Sánchez cuando ingresó en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando».
La tierra, el aire, el agua y el fuego, los elementos esenciales, los elementos primigenios, el principio de la vida, y como se ha visto en Magisa, el principio del arte. Materia negativa que aquí será positivada y convertida en vida. De la materia informe hasta la belleza, un camino que en esta fundición recorren todos los días, un proceso que tiene mucho de alquímico, un camino que va desde la nada hasta el infinito de la obra artística, desde el nigrum amorfo hasta el oro del canon o de la abstracción. En esta veterana y experimentada fundición se fragua el arte desde primeras horas de la mañana. Aquí, el fuego eterno y los minerales y metales son domeñados por el hombre. Aquí, el arte echa chispas y mantiene el rescoldo milenario, ése que sacó al hombre de la caverna y lo llevó a moldearse un futuro en la Academia.
Manuel de la Fuente, Madrid: La fragua del arte, ABC, 28 de diciembre de 2008
Manuel de la Fuente, Madrid: La fragua del arte, ABC, 28 de diciembre de 2008