Los secretos del universo íntimo de Rembrandt

La variedad es la marca del arte. De la grandeza de Rembrandt, de quien se celebra este año su cuarto centenario, y que es uno de los indiscutibles maestros de la pintura de todos los tiempos, a la multiplicidad de las expresiones actuales que adoptan quienes profesan el islam. Del Rijksmuseum de Amsterdam al Museo de las Culturas de Basilea, y también Madrid. Ahí es donde vuelve a imponerse la variedad, pero esta vez en los formatos: dibujos, medallas, diseño. La Fundación Mapfre muestra dibujos de los artistas franceses clásicos y modernos, el Museo del Prado exhibe una selección de medallas españolas y la revista Experimenta ofrece una visión del diseño neerlandés.


Metido de lleno en una reforma de sus instalaciones que se prolongará hasta el año 2008, el Rijksmuseum de Amsterdam no podía dejar pasar el 400º aniversario de Rembrandt (1606-1669). El centro guarda la mayor colección holandesa de sus obras, y ha reunido por primera vez en una sola sala, hasta el 19 de febrero, 19 de las pinturas que atesora. Concebida como "una muestra íntima", Todos los Rembrandt incluye cuadros todavía tan misteriosos como La novia judía. También se exhiben dos autorretratos de iluminación igualmente recóndita y, por supuesto, La ronda de noche. Una tela ésta singular, por tratarse de un grupo captado en movimiento. La exposición es en verdad pequeña -que no menor- y permanecerá un mes escaso en el pabellón Philips del Rijksmuseum. Servirá de antesala al encuentro estelar de este cumpleaños, organizado a partir del 24 de febrero por el propio museo y por sus vecinos del de Van Gogh, en torno al pintor holandés y el italiano Caravaggio. Pero antes de que ambos se disputen el título de maestro del claroscuro en dicha confrontación, la actual propuesta resulta muy provechosa. A pesar de los numerosos ensayos inspirados por el artista de Leiden, incluidas las casi cuatro décadas dedicadas a comprobar la autoría de sus lienzos por parte del Proyecto Rembrandt, el hijo del molinero sigue guardando secretos.

Rembrandt se consideraba un explorador de la pintura. Un virtuoso del pincel, el buril o los ácidos para grabar que experimentaba con los estilos. Y con la luz, claro, para la que buscaba situaciones complejas rayanas en la más poderosa penumbra. Un creador, en suma, que gozó de fama y dinero y acabó, tal vez inevitablemente, en la pobreza. Pero sin dejar nunca de pintar. Uno de sus primeros autorretratos, titulado De juventud (1628), ofrece en 22 por 18 centímetros escasos un rostro expresivo a pesar de la escasa iluminación. Sólo alcanza la mejilla izquierda y algo del cuello. Es el joven pelirrojo y con cabello alborotado que se retratará aún muchas veces (al menos 47 están certificadas) hasta el final de su vida. Los expertos aseguran que no se trataba de un acto narcisista. "Todos conocían su cara. Al pintarse tanto, acrecienta el mito y seguimos su vida en los lienzos", según Taco Dibbits, conservador del Rijksmuseum. En el otro autorretrato presentado, de título Como el apóstol Pablo (1661), era ya mayor. No mira de soslayo, como a los 22 años, sino con una cierta resignación irónica.

Lo que el pintor aprendía de sí mismo se reflejaba luego en otros cuadros, como en el Retrato de Saskia van Uylenburgh (1633). La joven era su prometida y luego esposa y madre de Tito, el único hijo superviviente. La conoció en casa de su tío, el marchante de arte Hendrick van Uylenburgh, que aupó al pintor cuando éste se trasladó a Amsterdam en 1631. Sólo el primer año le ayudó a conseguir 50 encargos de sendos retratos de personalidades de la capital holandesa. Varios de ellos aparecen en el Rijksmuseum. "Es una época de producción febril de la que irán surgiendo los rostros de damas como Haesje van Cleyburg (1634) o María Trip (1639). Hemos ordenado los cuadros de manera cronológica para que pueda observarse la evolución desde el fino trazo de los comienzos hasta las rugosidades del final", añade Dibbits.

Las dos mujeres posaron muy elegantes. La primera, con una enorme gola de lienzo y una cofia ajustada. María Trip, hija de un adinerado comerciante, con encajes blancos y profusión de perlas. Unas perlas memorables de brillo y textura, que el artista reproduce de nuevo con soltura en el retrato de su esposa, Saskia. Y luego también en La novia judía (1667), quizá el cuadro más íntimo de todos los expuestos. La pareja representada no se mira y se supone que se trata de un tema bíblico, con Isaac y Rebeca de protagonistas. Pero el cuidado con que él la toca y la delicadeza de gestos de ella resultan casi espirituales.

Lo contrario de La ronda de noche, un lienzo muy valiente para la época (1642) donde todo se mueve. La tela permanece en su sala de siempre, la 12, por motivos de seguridad. Su verdadero título es La compañía de Frans Banning Cocq y Willem van Ruytenburch, y capta a los miembros de una especie de milicia cívica. Por cierto, que tampoco paseaban de noche. Aparecen en una supuesta zona oscura, pero la suciedad que cubría la tela acabó dándole su popular nombre en el siglo XIX. Hoy se sabe que los personajes posaron de uno en uno y la obra le supuso al pintor 1.600 florines del siglo XVII.

Lo llamativo es que nadie está sentado en actitud solemne. Estos guardas urbanos rondan la calle y, según el cineasta británico Peter Greenaway, "puede oírse el gentío, el ruido del tambor y hasta un tiro de mosquete al fondo". El otro grupo famoso, Los síndicos del gremio de pañeros (1662), sí posa. Aunque Rembrandt deja una vez más su sello al plasmarlos sorprendidos en plena reunión.

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