Una polémica colosal
Desde el momento en el que el Prado anunció que El Coloso -el cuadro de un gigante emergiendo de una escena de caos y anarquía- no sería expuesto en la fabulosa exposición Goya en tiempos de guerra, la polémica internacional ha cobrado gran intensidad con los expertos alineándose en todos los frentes de la cuestión.
Primero está la manera en que la impactante noticia de la descatalogación del cuadro se difundió sin explicaciones ni ni documentación. Normalmente, los museos presentan pruebas para devaluar una pintura cuando es un icono, especialmente si se trata de una obra clave que se ha tenido en la colección como auténtica durante décadas. Y más aún porque El Coloso no es un goya cualquiera. Muchos estudiosos lo han visto como el trabajo que representa las luchas y la locura del periodo de la invasión napoleónica, tema de la actual exposición del Prado.
¿Por qué no se ha incluido en ella? Porque, de acuerdo con el Prado, El Coloso no puede ser, irrefutablemente, obra de Goya, una opinión no compartido por muchos expertos, algunos temerosos de disentir públicamente, dado el poder del museo. Sin embargo, el conocimiento subjetivo -conoisseurship- ya no resulta aceptable en los círculos académicos ni museísticos. Tiene que estar acompañado de pruebas científicas verificables, especialmente en el caso de una pintura clave en la obra de uno de los más grandes pintores de la historia.
En el punto de mira, el Prado ha anunciado ahora -por supuesto sin publicar la documentación- que El Coloso no es de Goya apoyándose en pruebas radiográficas y de infrarrojos, así como en el falible ojo humano. Las radiografías, las estratigrafías y los análisis de los materiales, del marco y los colores, realizados en 2000 durante la restauración del cuadro, no aportan pruebas suficientes ni en un sentido ni en otro. El examen de los pigmentos y del soporte descartan un plagio posterior, porque éstos eran los que se podía adquirir en tiempos de Goya. Además, los daños de la obra también nos indican su edad y su complejo destino.
La historia comienza el 2 de septiembre de 1930 cuando Pedro Fernández Durán donó la pintura al Prado. Él la había heredado de su madre, la cual se la había comprado a su tercer dueño, quien a su vez lo había adquirido del hijo del pintor, Javier Goya. El documento que acredita la adquisición está fechado el 31 de marzo de 1931; en él se acredita que es de Goya o se le atribuye, y fue suscrito por el Patronato del Prado. Así que, entre las tareas del museo, se cuenta desacreditar la misma procedencia del cuadro.
La obra que donó Durán ha sido identificada como el cuadro del gigante al que se refiere el inventario realizado en el año de la muerte de la mujer de Goya como «número 18 un Gigante». Como quiera que no haya sido identificado otro «gigante». seguramente éste se refiere a El Coloso, como así fue titulado el cuadro más tarde. La obra apareció en 1874 en la colección de la marquesa de Perales y Tolosa como «una alegoría profética de las desgracias ocurridas durante la Guerra de la Independencia, original de Goya». Baudelaire contempló la pintura y afirmó que «le da a la monstruosidad el anillo de la verdad». En el catálogo del Prado de la exposición de Goya de 1996, que conmemoraba el 250 aniversario del nacimiento del artista, de El Coloso se decía que «el terror que emanaba la imagen no es sino consecuencia de la Guerra de la Independencia».
Aceptado en 1996 como autógrafo de Goya, hoy se rechaza El Coloso porque la anatomía del gigante no puede haber sido pintada por Goya. Sin embargo, esta observación se ve contradicha por una musculatura muy similar en la magistral aguatinta que representa a un gigante sentado, perdido en sus pensamientos como la figura tradicional de la Melancolía, que fue realizada en 1818. Y en verdad, los rasgos del este gigante sentado recuerdan a los de El Coloso. Esta observación no prueba ni descarta que Goya pintara El Coloso, aunque muestra que estaba pensando en monstruos alegóricos como tema en aquel tiempo.
Las fotografías realizadas en los años 40 de El Coloso revelan bajo el barniz el número 18, que presumiblemente se refiere al inventario de Javier Goya. Desde entonces, la pintura ha sido limpiada y restaurada, apareciendo un pentimento que muestra al gigante en una postura más frontal que lateral. Esto sugiere que el cuadro no es una mera copia, sino una revisión del tema pintado antes, hecha presuntamente por Goya, porque los copistas no dejan pentimenti, aunque los restauradores -especialmente los restauradores antiguos- cambian muchas cosas en sus esfuerzos por recuperar lo que se ha perdido por el tiempo o el deterioro.
El mejor argumento que el Prado ha puesto en circulación -pero que una vez más no ha sido publicado- es que El Coloso está efectivamente firmado, pero no por Goya. La firma son las iniciales J. A., identificadas por el impecable conservador del Prado José Luis Díez como de Asensio Juliá, un ayudante de Goya, quien era muy próximo a este discípulo al que pintó en un retrato que se encuentra actualmente en el Museo Thyssen. Por otra parte, el estilo de Juliá era tan débil y tentativo que resulta difícil imaginar que pudiera pintar solo un cuadro como El Coloso. Sin embargo, Juliá, que ayudó a Goya cuando decoraba la ermita de San Antonio de la Florida con poderosas pinturas al fresco, algo pudo aprender de la bravura del estilo de su maestro, aunque no lo manifestara en ninguna otra parte de su propia obra.
Hasta que el Prado publique las pruebas de que Goya no pintó El Coloso, el jurado todavía está fuera, deliberando. Si el cuadro no es de Goya -y podría no ser así- la alternativa lógica es que se trate de una copia contemporánea de la pintura perdida de un gigante hecha por Goya. Sólo el tiempo y la aportación de la comunidad de estudiosos y expertos lo dirá.
Bárbara Rose, Una polémica colosal, ABC, 5 de julio de 2008