El arte no puede ser indiferente
Las bienales de arte sirven para reflexionar acerca de la creación. Lo que las distingue es el foco. Si la última de Venecia fue una especulación sobre el futuro, la de São Paulo propuso un parte de defunción de este tipo de acontecimientos. La 11ª Bienal de Estambul -hasta el 8 de noviembre- no pierde precisamente el tiempo con elucubraciones. Más bien sorprende por sus contundentes propuestas políticas y por sus radicales denuncias. La marginación de los pobres, de las mujeres o de los homosexuales son algunos de los temas que se tratan aquí.
Tres fotografías de la serie Hand ornament (1995), de Lidia Blinova.
Cuatro mujeres jóvenes de origen croata, integrantes del colectivo Who, How & for Whom (WHW, 'Quién, Cómo y Para Quién'), han comisariado una edición en la que el sufrimiento humano es protagonista. En tres espacios diferentes se muestran 141 piezas firmadas por artistas de 40 países. María Ruido (Orense, 1967) es la única presencia española. En un vídeo de 30 minutos, Ficciones anfibias, habla de la fragilidad laboral a partir de la transformación sufrida por la industria textil catalana con la llegada de trabajadores chinos a comienzos de los setenta.
Las cuatro comisarias explicaron sus objetivos en un acto que más que la habitual rueda de prensa, acabó siendo una auténtica performance. Ivet Curlin, Ana Devic, Natasa Ilic y Sabina Sabolovic ilustraron con abundantes datos las razones por las que creen que el arte no puede vivir indiferente a las tragedias de su entorno.
El epígrafe unificador de la bienal es De qué vive el hombre, título inspirado en una canción de Bertolt Brecht. Pero sus promotoras rechazan con firmeza caer en el panfleto y recuerdan que el arte no es un coto reservado a las formas ni al puro experimento. La fotografía, el vídeo y el texto son armas que los artistas deberían, dicen, usar para llamar la atención sobre la injusticia. Recordaron también que la Bienal de Estambul siempre ha tenido un fuerte acento político por la propia ubicación de la ciudad, un puente entre Europa y Asia que, con sus casi 17 millones de habitantes, es un reflejo de las fricciones entre Oriente y Occidente. Las fronteras, las religiones, la realidad possocialista de los países del Este o las desigualdades sociales tienen aquí una presencia insoslayable.
Los artistas invitados a participar se mueven en torno a los 30 años. La presencia de mujeres es contundente (30 frente a 32 firmas masculinas), tanto en obras individuales como en colectivas. Y todos han tratado temas sociales en sus trabajos anteriores. El único homenaje al arte consolidado es una instalación del coreano Nam June Paik (1932-2006) en la que juega con rostros de mujer a través de 40 portadas de la revista Life.
El recorrido por los espacios de la bienal, unas viejas naves industriales junto al Museo de Arte Contemporáneo, una escuela griega y una antigua fábrica de tabaco, deja un regusto inevitablemente amargo. La pieza más celebrada por los especialistas que en las vísperas visitaron la Bienal es Democracias, una instalación de 16 proyecciones conjuntas realizada este mismo año por el polaco Arthur Znjninki. Es imposible salir indiferente tras contemplar las manifestaciones de trabajadores con brutales cargas policiales. No son menos brutales los gritos de ultraderechistas contra mujeres a favor del aborto. También hiela la sangre contemplar a curas polacos aullar desde los púlpitos contra esas mismas mujeres. Todo ello ocurre en el antiguo país comunista. Y el artista se pregunta si no hay más solución que vivir entre la barbaridad o el socialismo.
Los argentinos del colectivo Etcétera aportan la pieza con más fuerza visual de la bienal. Bajo el título de la Internacional Errorista aglutinan una veintena de figuras silueteadas que recrean el mundo del cabaret con personajes que, copa en mano, hablan de la muerte.
La escuela es otro de los temas que más preocupan a estos artistas. Jesse Jones (Dublín, 1978) habla en Zaratrustra de la necesidad de aprender como única manera para sobrevivir. Durante 16 minutos, la cámara recorre un aula sin niños. Los primeros planos de los pupitres vacíos, de la pizarra sucia y de las perchas sin abrigos denuncian cómo los políticos abandonan el futuro.
La iconografía más feminista la aporta el colectivo Canan Çenal con un vídeo en el que se observa en primer plano dos pechos de mujer goteando leche, en una clara metáfora del origen sobre la vida. Lidia Blinova (Almaty, Kazajistán, 1948) expone 10 fotografías en las que las manos juegan reproduciendo la forma de los genitales femeninos. La broma la ponen las artistas israelíes Ruti Sela (Jerusalem, 1974) y Maayan Amir (Hedera, 1978) con un vídeo titulado Beyond guilt, donde se ven las torpezas de dos actores durante la filmación de una película porno. Es, por descontado, la pieza más visitada de la Bienal.
Ángeles García, Estámbul: El arte no puede ser indiferente, EL PAÍS, 15 de septiembre de 2009