Van der Weyden, laberinto de pasiones
No es el último fichaje del Real Madrid (¿y dónde juega, en el Anderlecht?, es el chiste fácil), pero levanta tantas pasiones como sus nuevos cracks. Y hasta han creado una cerveza con su nombre. ¿La tienen Ronaldo o Kaká? Rogier van der Weyden es un crack, no del balón, sino de la pintura.
«María Magdalena», de Van der Weyden (National Gallery de Londres). Fragmento de obra mutilada / ABC
Con la emoción a flor de piel. Con el alma en vilo. Sólo así es posible contemplar las obras de este pintor flamenco, el maestro de las pasiones, de cuyo pincel han salido las más bellas lágrimas de la Historia del Arte. Lovaina, la ciudad donde residió entre 1432 y 1435 y donde pintó su obra maestra, «El Descendimiento» -un encargo del Gremio de Ballesteros para la iglesia de Nuestra Señora de Extramuros-, inaugura este domingo un nuevo museo (de escueto nombre, M) y lo hace con una exposición dedicada a Van der Weyden, que permanecerá abierta hasta el 6 de diciembre. Son más de cien obras: hay unas 15 pinturas originales del maestro, del medio centenar que se le atribuyen, además de dibujos (mantienen la R, rúbrica de su taller) y diseños para tapices salidos de su privilegiada mano. Le acompañan pinturas realizadas por su estudio y sus coetáneos, copias de sus trabajos, así como esculturas inspiradas en sus cuadros.
Muchas de estas obras regresan a Flandes después de seis siglos. Otras lucen en todo su esplendor tras arduas restauraciones. Es el caso del maravilloso tríptico «Los siete sacramentos» (Museo de Bellas Artes de Amberes), estrella de la muestra, con la que se cierra, y de la no menos sobrecogedora «Piedad», de la colección de los Museos de Bellas Artes de Bélgica en Bruselas. Sólo por ver estas dos joyas, y un pequeño gran tesoro, «Santa Catalina», del Kunsthistorisches Museum de Viena, merece la pena viajar hasta Lovaina. Hay reencuentros históricos. Vuelven a colgar juntos dos fragmentos de una «Santa Conversación» que fue mutilada. La «María Magdalena», de la National Gallery de Londres (de belleza y serenidad sobrecogedoras), se exhibe junto a la cabeza de San José, de la Fundación Gulbenkian. También vuelven a reunirse las tres tablas de una bellísima «Anunciación»: dos de Turín y una del Louvre. Hay préstamos de los mejores museos del mundo. España es uno de los países que ha dejado más piezas, ocho en total, procedentes del Prado, el Thyssen, el Palacio Real, el Museo de Santa Cruz de Toledo, la catedral de Zamora y una colección privada de Las Palmas.
Para ser justos, también hay puntos negros en la muestra. En primer lugar, destacadísimas ausencias. La principal, claro, «El Descendimiento» del Prado, obra capital del maestro. Hay que contentarse con una videoinstalación del belga Walter Verdin en torno a este cuadro al comienzo de la muestra. Nunca le podremos agradecer bastante a Felipe II que comprara a María de Hungría este prodigio de pintura, que cuelga en el Prado desde el final de la Guerra Civil y que gracias a Google hemos redescubierto. Imposible olvidar las lágrimas que corren por los rostros de la Virgen y San Juan. Un préstamo imposible, como el «Tríptico de la familia Braque», del Louvre; el «Tríptico Columba», de Múnich; el «Retablo Miraflores», de Berlín o «La Crucifixión», de El Escorial, en muy mal estado. Sí se exhibe una copia hallada hace poco en Toledo. Las recientes muestras dedicadas a Van der Weyden en Berlín y Fráncfort tampoco han ayudado a los préstamos de estas fragilísimas tablas, que apenas suelen viajar.
Esta exposición no sólo no ha servido para conceder nuevas atribuciones a Van der Weyden, sino incluso para retirarle algunas. Es el caso del «Retrato de Carlos el Temerario», un préstamo que viajó a Lovaina como un flamante van der weyden y regresará a Berlín con la cartela: «Taller de Van der Weyden». Además, a la exposición le falta alma, ese alma que desbordan las pinturas del maestro flamenco. El montaje no tiene emoción e intensidad y las obras, a falta de retoques finales, están mal iluminadas.
El discípulo de Campin que logró emocionar a Durero
Discípulo de Campin, Van der Weyden es el más importante pintor de los Países Bajos en el siglo XV junto a Van Eyck. Logró emocionar al mismísimo Durero. No se sabe mucho de su vida. Nació hacia 1400 en Tournai, se casó con Elisabeth Goffaert y tuvo cuatro hijos. A su llegada a Bruselas aflamencó su apellido original, De le Pasture, cambiándolo por Van der Weyden. Murió en 1464. Su gran revolución pictórica fue dotar como nadie había hecho antes (y pocos han hecho después) de una fuerza expresiva, cargada de profunda y contenida emoción, a los personajes que retrató. ¿Cómo se pinta el dolor, el sufrimiento, en un rostro, en unos ojos, en un cuerpo que cae desmayado e incluso en los pliegues de una túnica? Pues, sencillamente, como hizo Rogier van der Weyden.
Natividad Pulido, Lovaina: Van der Weyden, laberinto de pasiones, ABC, 17 de septiembre de 2009
«María Magdalena», de Van der Weyden (National Gallery de Londres). Fragmento de obra mutilada / ABC
Con la emoción a flor de piel. Con el alma en vilo. Sólo así es posible contemplar las obras de este pintor flamenco, el maestro de las pasiones, de cuyo pincel han salido las más bellas lágrimas de la Historia del Arte. Lovaina, la ciudad donde residió entre 1432 y 1435 y donde pintó su obra maestra, «El Descendimiento» -un encargo del Gremio de Ballesteros para la iglesia de Nuestra Señora de Extramuros-, inaugura este domingo un nuevo museo (de escueto nombre, M) y lo hace con una exposición dedicada a Van der Weyden, que permanecerá abierta hasta el 6 de diciembre. Son más de cien obras: hay unas 15 pinturas originales del maestro, del medio centenar que se le atribuyen, además de dibujos (mantienen la R, rúbrica de su taller) y diseños para tapices salidos de su privilegiada mano. Le acompañan pinturas realizadas por su estudio y sus coetáneos, copias de sus trabajos, así como esculturas inspiradas en sus cuadros.
Muchas de estas obras regresan a Flandes después de seis siglos. Otras lucen en todo su esplendor tras arduas restauraciones. Es el caso del maravilloso tríptico «Los siete sacramentos» (Museo de Bellas Artes de Amberes), estrella de la muestra, con la que se cierra, y de la no menos sobrecogedora «Piedad», de la colección de los Museos de Bellas Artes de Bélgica en Bruselas. Sólo por ver estas dos joyas, y un pequeño gran tesoro, «Santa Catalina», del Kunsthistorisches Museum de Viena, merece la pena viajar hasta Lovaina. Hay reencuentros históricos. Vuelven a colgar juntos dos fragmentos de una «Santa Conversación» que fue mutilada. La «María Magdalena», de la National Gallery de Londres (de belleza y serenidad sobrecogedoras), se exhibe junto a la cabeza de San José, de la Fundación Gulbenkian. También vuelven a reunirse las tres tablas de una bellísima «Anunciación»: dos de Turín y una del Louvre. Hay préstamos de los mejores museos del mundo. España es uno de los países que ha dejado más piezas, ocho en total, procedentes del Prado, el Thyssen, el Palacio Real, el Museo de Santa Cruz de Toledo, la catedral de Zamora y una colección privada de Las Palmas.
El Descendimiento
Para ser justos, también hay puntos negros en la muestra. En primer lugar, destacadísimas ausencias. La principal, claro, «El Descendimiento» del Prado, obra capital del maestro. Hay que contentarse con una videoinstalación del belga Walter Verdin en torno a este cuadro al comienzo de la muestra. Nunca le podremos agradecer bastante a Felipe II que comprara a María de Hungría este prodigio de pintura, que cuelga en el Prado desde el final de la Guerra Civil y que gracias a Google hemos redescubierto. Imposible olvidar las lágrimas que corren por los rostros de la Virgen y San Juan. Un préstamo imposible, como el «Tríptico de la familia Braque», del Louvre; el «Tríptico Columba», de Múnich; el «Retablo Miraflores», de Berlín o «La Crucifixión», de El Escorial, en muy mal estado. Sí se exhibe una copia hallada hace poco en Toledo. Las recientes muestras dedicadas a Van der Weyden en Berlín y Fráncfort tampoco han ayudado a los préstamos de estas fragilísimas tablas, que apenas suelen viajar.
Esta exposición no sólo no ha servido para conceder nuevas atribuciones a Van der Weyden, sino incluso para retirarle algunas. Es el caso del «Retrato de Carlos el Temerario», un préstamo que viajó a Lovaina como un flamante van der weyden y regresará a Berlín con la cartela: «Taller de Van der Weyden». Además, a la exposición le falta alma, ese alma que desbordan las pinturas del maestro flamenco. El montaje no tiene emoción e intensidad y las obras, a falta de retoques finales, están mal iluminadas.
El discípulo de Campin que logró emocionar a Durero
Discípulo de Campin, Van der Weyden es el más importante pintor de los Países Bajos en el siglo XV junto a Van Eyck. Logró emocionar al mismísimo Durero. No se sabe mucho de su vida. Nació hacia 1400 en Tournai, se casó con Elisabeth Goffaert y tuvo cuatro hijos. A su llegada a Bruselas aflamencó su apellido original, De le Pasture, cambiándolo por Van der Weyden. Murió en 1464. Su gran revolución pictórica fue dotar como nadie había hecho antes (y pocos han hecho después) de una fuerza expresiva, cargada de profunda y contenida emoción, a los personajes que retrató. ¿Cómo se pinta el dolor, el sufrimiento, en un rostro, en unos ojos, en un cuerpo que cae desmayado e incluso en los pliegues de una túnica? Pues, sencillamente, como hizo Rogier van der Weyden.
Natividad Pulido, Lovaina: Van der Weyden, laberinto de pasiones, ABC, 17 de septiembre de 2009