Bronzino, un grande olvidado

A veces los artistas, los malditos, se pasan media vida en el purgatorio, la chaquetilla sucia de mendigar aplausos, o incluso queman toda la vida en la tupida oscuridad del anonimato, del que sólo salen, o no, cuando reciben el beso de tornillo de la posteridad. En otras ocasiones, la obra de creador reconocido, de los que comían solemnes en la mesa del príncipe, se eclipsa con la muerte del triunfador. Desaparece, comida por los perros del tiempo. Este ha sido el caso, más o menos, de Angelo di Cosimo di Mariano, o sea, Bronzino (1503-1572). Tampoco decimos que los escolares lo desconocieran, que penara fuera de las enciclopedias, etc., pero nunca, en quinientos años, le habían hecho una gran exposición.

Cabeza de niño de pelo rizado mirando a la derecha. | Staatliche Kunstsammlungen - Dresden

Ahora, y gracias al tesón de Janet Cox-Rearick, Carmen Bambach y George R. Goldner, técnicos del Metropolitan, su suerte ha cambiado. Bambach y cía. han viajado por todo el mundo. Se entrevistaron con coleccionistas privados y convencieron a los directores del British, el Louvre y la Galería de los Uffizi. Gracias a su tesón, y hasta el 18 de abril, el MET ofrece The drawings of Bronzino, la primera exhibición dedicada al maestro florentino.

El clásico artista razonable

Pintor de corte, fue el clásico artista razonable, siempre al servicio de las élites, que pintaba por buen dinero. Medró hasta la cumbre en las callejas que coronaron a los Medicis. No pinto de rodillas y con betunes, como dijo Lorca que hacía el Goya de la Quinta del Sordo, sino con un halo de platas y rosas, embelleciendo a sus retratado. Cobraba bien. Sabía camelar al cliente. Lo suyo era una pintura de costumbres, un caramelo aristocrático, suculento y frío, suntuoso, como craquelado por culpa de su necesidad de agradar y el cálculo crematístico que aplicaba. Pintaba, en suma, por/para los mecenas.

Cossimo I de Medici fue su gran valedor, el hombre que le pagó con oro los servicios prestados, quien hace de él la gran figura de la mitad del XVI. Bronzino triunfó en una Florencia lujuriosa, repleta de racimos eléctricos, leopardos tostados por el sol, seducción y embeleco, oscurantismo y belleza, una Florencia de sueños exasperados, entre la línea clásica del renacimiento y el runrún de cadenas de la contrarreforma, que anunciaba, de paso, el barroco y sus colgaduras. Tras la muerte del pintor, silencio.

Un observador sagaz

Hijo de gente sencilla, poeta de los muy ricos, Bronzino se revela en sus dibujos como un observador sagaz y un retratista que hace de su modelo material fundido, burbujeante, con obvio conocimientos de sus maestros y voz personalísima. Es en los dibujos, como sagazmente observa Holland Cotter para el New York Times, donde asoma la faz menos complaciente del artista. Sin las servidumbres de la obra acabada, sabiendo que se trata de dibujos preparatorios, abandona el vicio de la seducción. Relaja la muñeca. Se entrega al puro gozo de atrapar los quejidos del mundo, la respiración de sus retratados, el vuelo dorado de una mota o el parpadeo incandescente de una dama de sociedad. Saca al raso, en fin, un talento ahormado por las necesidades del oficio y la obligatoria idealización del cliente en el cuadro acabado.

Joven desnudo sentado, tocando la zampoña. | Musée du Louvre - París

Cotter también recuerda que Henry James, a principios del XX, homenajeó a Bronzino en una novela que acaba revolviéndose en torno a uno de sus retratos. Porque el hombre no se había ido del todo, pero casi, y el Metropolitan nos devuelve su faceta más insospechada. 'Tour de force', así describe la exposición, y de sus líneas "vivaces pero con sentido, calientes pero no salvajes". Cita importante en el invierno de Nueva York.

Julio Valdeón Blanco, Nueva York: Bronzino, un grande olvidado, EL MUNDO, 30 de enero de 2010