Hans Ulrich Obrist: «Hay vida después de Damien Hirst, sólo hay que mirar»
El codirector de la Serpentine gallery es el hombre con más poder del mundo del arte contemporáneo, según el top 100 de «Art Review». El futuro, afirma este suizo meticuloso, apunta hacia Asia, India e Irán y es «polifónico». Palabra de Obrist.
La etiqueta de «número uno» no ha conseguido que este suizo de 41 años modifique sus costumbres. Su ritmo de trabajo es agotador. Su vida se divide entre Londres y el resto del mundo con el objetivo de encontrar nuevos artistas. Cada vez tiene más claro que el epicentro no tiene base únicamente en el Oeste. Y lo dice con conocimiento porque desde sus inicios como comisario en los 90 ha realizado más de 200 exposiciones. Su despacho es caótico atiborrado de libros por el suelo y las estanterías. Durante la entrevista hace esquemas de sus planteamientos en un folio. En la pared destaca un cuadro con un mensaje escrito en árabe: «La paciencia es bella». Y él lo explica: «En el Cairo cuelga en todas las oficinas», dice. Después de pasar una mañana con él, se puede asegurar que practica la doctrina.
-La revista «Art Review» lo califica de «paladín incansable del arte contemporáneo». ¿Está de acuerdo con la definición?
-Lo único que quiero es que mi trabajo sea de utilidad para el arte, es lo que me hace feliz. Y aún queda mucho por hacer. No pienso demasiado en el puesto. Sólo deseo seguir con mi trabajo cada día.
-Es la primera vez que abre el listado un comisario en vez de un artista o director de museo. ¿Es el comisario quien hoy tiene el poder?
-A nadie se le puede olvidar que son los artistas los verdaderos protagonistas. No sólo son las personas más importantes del mundo del arte, sino del planeta.
-¿De todo el planeta?
-Son, al fin y al cabo, los que hacen obras que quedarán ahí para siempre. Son el corazón y el núcleo de todo. Mi trabajo es dialogar con ellos y mostrar al público lo que hacen. Pero bien es cierto que el papel del comisario ha evolucionado bastante. Ahora, una exhibición no es simplemente una recopilación de objetos, es mucho más. En los años 60 se pretendió extender el concepto del arte y en lo 90 yo quise ampliar el de comisario, no sólo en el arte, también en la arquitectura, la música, ciencia o literatura, como ya hice en la exposición sobre Federico García Lorca en la Huerta de San Vicente, en Granada.
-Después de dos años sigue dando qué hablar el atrevimiento de Gilbert y George, metidos en la cama del poeta...
-Las exposiciones no se hacen sólo para un momento, sino para que perduren en la memoria. No se trata de una maratón, sino de un sprint.
-¿Es el arte contemporáneo pura provocación?
-Es más complejo que eso: consiste en cambiar las reglas del juego, buscar nuevos mundos.
-Andy Warhol dijo hace 50 años que el mejor arte es un buen negocio. ¿El tiempo le ha dado la razón?
-Y Nietzsche aseguró que el arte es el deseo de ser diferente, de estar en otro sitio.
-En el libro «El tiburón de doce millones de dólares» Don Thomson dice que si el negocio del arte contemporáneo es serio, ¿por qué parece una broma?
-No soy experto en el mercado del arte.
-En muchos casos, el trabajo del comisario está íntimamente ligado a las ventas millonarias de una obra. ¿Por qué es tan reacio a pronunciarse sobre el tema?
-Hace tiempo los periódicos hablaban de ideas, visiones y utopías. Después llegó el cambio y se volvieron locos con los precios. Yo no digo que no haya un mercado, pero el arte no se puede focalizar únicamente en eso. Ahora, afortunadamente, se vuelve a hablar del contenido.
-¿Hay vida en el arte contemporáneo más allá de Hirst?
-Sí, solamente tienes que mirar. Ahora existe, por ejemplo, una generación de artistas británicos de gran interés como Ryan Gander o Emily Wardill. Y lo mismo sucede en España. Cuando estuve en Granada conocí a creadores interesantes como Democracia, Bestue Vives y artistas geniales que forman parte de diversas generaciones como a aquella a la que pertenece Cristina Iglesias.
-¿Considera que en España nos hemos quedado anclados en la generación de Muñoz y Uslé?
-A los artistas españoles, como pasa en el resto de los países, ya no hay que buscarlos exclusivamente en España, sino en todo el mundo, porque somos una sociedad global. Además, no creo que se tengan que establecer generaciones gueto porque es perjudicial. La mezcla es lo interesante. El arte tiene mucho que ver con la búsqueda y con encontrar lo inesperado.
-En la última lista de «Artprize» los artistas asiáticos copaban los primeros puestos. ¿Está en China el futuro?
-En China, India, Irán, Teherán, Brasil, Argentina… El futuro del arte es polifónico.
-Para terminar y sólo como curiosidad: ¿se ha puesto Hirst celoso porque le quite el puesto?
-(Risas). No, se trata solamente de una lista. Estuve con él no hace mucho tiempo y todo fue bien.
-¿Le habló de su nueva idea? Dice que si firmara un excremento ¡se convertiría en arte.
-No sería el primero. Ya lo hizo Piero Manzoni en los 60 con las latas «Mierda de artista».
Exponer en la cocina de casa
Su contacto con los suizos Fischli/Weiss fue lo que le hizo darse cuenta de que quería dedicarse a mostrar el trabajo de los artistas. No sabía por dónde empezar y fueron los propios creadores, junto a Boltanski, quienes le sugirieron que montara una exposición en la cocina de su piso de estudiante: Hans-Peter Feldmann expuso sus obras en el frigorífico y Richard Wentworth utilizó el fregadero. La muestra tuvo como título «Sopa Mundial». Estuvo abierta durante tres meses y registró 29 visitantes. Realmente fue una exposición muy íntima. Corría el año 1991. Por aquel entonces, Hans Ulrich Obrist estaba obsesionado con Robert Walter y su idea fue montar un pequeño museo en el restaurante donde el escritor siempre iba a tomarse un descanso durante sus largos paseos en Appenzell durante la última etapa de su vida. De eso hace casi 20 años..
Celia Maza: «Hay vida después de Damien Hirst, sólo hay que mirar, LA RAZÓN, 3 de enero de 2010
-La revista «Art Review» lo califica de «paladín incansable del arte contemporáneo». ¿Está de acuerdo con la definición?
-Lo único que quiero es que mi trabajo sea de utilidad para el arte, es lo que me hace feliz. Y aún queda mucho por hacer. No pienso demasiado en el puesto. Sólo deseo seguir con mi trabajo cada día.
-Es la primera vez que abre el listado un comisario en vez de un artista o director de museo. ¿Es el comisario quien hoy tiene el poder?
-A nadie se le puede olvidar que son los artistas los verdaderos protagonistas. No sólo son las personas más importantes del mundo del arte, sino del planeta.
-¿De todo el planeta?
-Son, al fin y al cabo, los que hacen obras que quedarán ahí para siempre. Son el corazón y el núcleo de todo. Mi trabajo es dialogar con ellos y mostrar al público lo que hacen. Pero bien es cierto que el papel del comisario ha evolucionado bastante. Ahora, una exhibición no es simplemente una recopilación de objetos, es mucho más. En los años 60 se pretendió extender el concepto del arte y en lo 90 yo quise ampliar el de comisario, no sólo en el arte, también en la arquitectura, la música, ciencia o literatura, como ya hice en la exposición sobre Federico García Lorca en la Huerta de San Vicente, en Granada.
-Después de dos años sigue dando qué hablar el atrevimiento de Gilbert y George, metidos en la cama del poeta...
-Las exposiciones no se hacen sólo para un momento, sino para que perduren en la memoria. No se trata de una maratón, sino de un sprint.
-¿Es el arte contemporáneo pura provocación?
-Es más complejo que eso: consiste en cambiar las reglas del juego, buscar nuevos mundos.
-Andy Warhol dijo hace 50 años que el mejor arte es un buen negocio. ¿El tiempo le ha dado la razón?
-Y Nietzsche aseguró que el arte es el deseo de ser diferente, de estar en otro sitio.
-En el libro «El tiburón de doce millones de dólares» Don Thomson dice que si el negocio del arte contemporáneo es serio, ¿por qué parece una broma?
-No soy experto en el mercado del arte.
-En muchos casos, el trabajo del comisario está íntimamente ligado a las ventas millonarias de una obra. ¿Por qué es tan reacio a pronunciarse sobre el tema?
-Hace tiempo los periódicos hablaban de ideas, visiones y utopías. Después llegó el cambio y se volvieron locos con los precios. Yo no digo que no haya un mercado, pero el arte no se puede focalizar únicamente en eso. Ahora, afortunadamente, se vuelve a hablar del contenido.
-¿Hay vida en el arte contemporáneo más allá de Hirst?
-Sí, solamente tienes que mirar. Ahora existe, por ejemplo, una generación de artistas británicos de gran interés como Ryan Gander o Emily Wardill. Y lo mismo sucede en España. Cuando estuve en Granada conocí a creadores interesantes como Democracia, Bestue Vives y artistas geniales que forman parte de diversas generaciones como a aquella a la que pertenece Cristina Iglesias.
-¿Considera que en España nos hemos quedado anclados en la generación de Muñoz y Uslé?
-A los artistas españoles, como pasa en el resto de los países, ya no hay que buscarlos exclusivamente en España, sino en todo el mundo, porque somos una sociedad global. Además, no creo que se tengan que establecer generaciones gueto porque es perjudicial. La mezcla es lo interesante. El arte tiene mucho que ver con la búsqueda y con encontrar lo inesperado.
-En la última lista de «Artprize» los artistas asiáticos copaban los primeros puestos. ¿Está en China el futuro?
-En China, India, Irán, Teherán, Brasil, Argentina… El futuro del arte es polifónico.
-Para terminar y sólo como curiosidad: ¿se ha puesto Hirst celoso porque le quite el puesto?
-(Risas). No, se trata solamente de una lista. Estuve con él no hace mucho tiempo y todo fue bien.
-¿Le habló de su nueva idea? Dice que si firmara un excremento ¡se convertiría en arte.
-No sería el primero. Ya lo hizo Piero Manzoni en los 60 con las latas «Mierda de artista».
Exponer en la cocina de casa
Su contacto con los suizos Fischli/Weiss fue lo que le hizo darse cuenta de que quería dedicarse a mostrar el trabajo de los artistas. No sabía por dónde empezar y fueron los propios creadores, junto a Boltanski, quienes le sugirieron que montara una exposición en la cocina de su piso de estudiante: Hans-Peter Feldmann expuso sus obras en el frigorífico y Richard Wentworth utilizó el fregadero. La muestra tuvo como título «Sopa Mundial». Estuvo abierta durante tres meses y registró 29 visitantes. Realmente fue una exposición muy íntima. Corría el año 1991. Por aquel entonces, Hans Ulrich Obrist estaba obsesionado con Robert Walter y su idea fue montar un pequeño museo en el restaurante donde el escritor siempre iba a tomarse un descanso durante sus largos paseos en Appenzell durante la última etapa de su vida. De eso hace casi 20 años..
Celia Maza: «Hay vida después de Damien Hirst, sólo hay que mirar, LA RAZÓN, 3 de enero de 2010