Los frescos más viajeros
Arrancar un fresco de incalculable valor histórico puede parecer una intervención cruel, arriesgada y extrema. Sin embargo, a menudo ha sido -y sigue siendo- la única forma de salvar el patrimonio amenazado por el expolio o el deterioro de los elementos. Lo saben bien los expertos españoles e italianos convocados para debatir sobre el asunto por el Museo Nacional de Arte de Cataluña (MNAC). ¿El motivo? Un seminario organizado en el 75º aniversario del museo y la celebración de la exposición La princesa sabia. Las pinturas de Santa Catarina de la Seu d'Urgell, que reúne por primera vez desde que fueron arrancados los tres fragmentos del mismo ciclo pictórico.
Desprendimiento de una pintura mural de la iglesia de Santa María de Taüll, en el valle de Bohí (Lleida).- FUNDACIÓ INSTITUT AMATLLER D'ART HISPÀNICARXIU MAS
Además de para compartir sapiencia sobre restauración y conservación de los frescos extraídos por este procedimiento, la ocasión sirve para recordar que si la colección de arte románico del museo barcelonés es una de las más interesantes del mundo es precisamente porque está formada en gran parte por ábsides y pinturas murales, arrancados a principio del siglo XX. Y también, para dar a conocer a alguno de los aventureros de la técnica del strappo, tirón en italiano, que introdujeron en Cataluña los Stefanoni, saga de restauradores.
A diferencia de su maestro -el conservador Secco Suardo, que prefería investigar en la tranquilidad de su taller- los Stefanoni prefirieron lanzarse a lomos de sus burros por los caminos de Europa para responder a la llamada del mejor postor. En torno a 1919, el marchante Gabriel Dereppe y el anticuario Ignasi Pollack, ambos estadounidenses, les contrataron para expoliar en Cataluña, arrancar las obras románicas y luego venderlas a los museos americanos. La alarma saltó cuando Vidal Ventura, fotógrafo de la expedición, dio el aviso de que habían comprado el ábside de la iglesia de Santa María de Mur para venderlo al Museo de Bellas Artes de Boston, donde se sigue exhibiendo.
"Ahora se haría de otra forma, pero entonces no había un marco legal que impidiera tales ventas, así que la Junta de Museos reaccionó de la única forma posible: compró los frescos y encargó el arranque a los Stefanoni. Los italianos se quedaron tres años recorriendo las iglesias del Pirineo con la ayuda de la documentación recopilada, entre otros, por el arquitecto Lluís Doménech i Montaner, y arrancaron 300 metros cuadrados de pinturas a 500 pesetas el metro, según el contrato que aún se conserva", indica Manuel Castiñeiras, comisario de la exposición La princesa sabia.
El arranque necesitaba mano firme. Había que cubrir el fresco con una tela y pegarla con cola orgánica de cartílago, que al secar permitía arrancar la película pictórica, como si de un negativo se tratara, y enrollarla. Así se podía trasladar hasta el Palacio de la Ciudadela, entonces Museo de Arte y Arqueología, donde se le aplicaba otra tela en el dorso y se colocaba en un nuevo soporte. Así legaron al MNAC los ábsides que conforman su excepcional colección, desde los de San Climent o Santa María de Taüll a San Joan de Boí o Santa Maria de Aneu. Estas decoraciones de bienes inmuebles traspasadas a nuevos soportes móviles, como si de un decorado teatral se tratara, han ido acumulando con los años materiales añadidos. Procesos químicos, que plantean problemas de conservación y restauración muy complejos y a veces inéditos.
Algunos de los expertos convocados por el MNAC trabajan con los frescos de los siglos XIV y XV que decoraban el claustro gótico del Camposanto Monumental de Pisa. Este cementerio fue destruido por un bombardeo durante la II Guerra Mundial. Esta agresión junto con la voluntad de mantener las pinturas murales, una vez restauradas, en su emplazamiento original, ha generado un proceso de deterioro acelerado, que ha obligado a los restauradores italianos a convertir el camposanto en una especie de macrolaboratorio de pruebas. "Aunque las condiciones controladas del museo permiten retrasar el ineluctable envejecimiento, nuestras pinturas presentan alteraciones similares a los frescos de Pisa, como el abombamiento de las telas de traspaso y pérdidas de policromía", explica Mireia Mestre, jefa de Restauración del MNAC.
Hoy se buscan técnicas menos invasivas y agresivas. Como un sistema de biolimpieza para eliminar sustancias orgánicas mediante microorganismos, desarrollado por Giancarlo Ranalli de la Universidad de Molise. Se trata de una bacteria, que ha sido diseñada expresamente para que se coma el caseinato cálcico, sustancia que se aplicaba para adherir la pintura a las telas de traspaso que, como indica su nombre, permitían trasladar la pintura de la piedra a otra estructura.
Roberta Bosco, Barcelona: Los frescos más viajeros, EL PAÍS, 26 de enero de 2010