Chagall, la cigarra y la hormiga
Era un tesoro disperso, un bestiario colorista que estuvo perdido durante medio siglo. En los años veinte, mientras Bella Rosenfeld, la primera mujer de Marc Chagall, leía y releía en voz alta las fábulas de La Fontaine, el pintor ruso aprendía francés y, al tiempo, pintaba sus fantásticas visiones. "No sé de dónde saca semejantes imágenes, debe de tener un ángel en la cabeza", dijo sobre él Picasso.
Ilustraciones realizadas por Marc Chagall entre 1926 y 1927 para las fábulas de La Fontaine y que ahora se publican en Italia por primera vez. DONZELLI EDITORE
Ilustraciones realizadas por Marc Chagall entre 1926 y 1927 para las fábulas de La Fontaine y que ahora se publican en Italia por primera vez. DONZELLI EDITORE
El editor y galerista Ambroise Vollard le encargó que ilustrase esas fábulas, pero el proyecto nunca vio la luz. Ahora, la editorial italiana Donzelli acaba de publicar aquella obra oculta que mezcla el universo mágico del artista ruso con la sabiduría y el ingenio del poeta francés a lo largo de 43 textos en verso. Favole a colori (Fábulas en color) es, además, el resultado de la búsqueda de un pequeño editor.
La idea nació en el mes de marzo, cuando Carmine Donzelli descubrió "casi por azar" un catálogo de una exposición de Chagall. "Fue durante la última feria del libro de París", explica. "Entré por casualidad en el stand de la Reunión de los Museos Franceses". Allí descubrió los gouaches que Chagall había pintado para ilustrar las fábulas escritas por La Fontaine entre 1668 y 1694 y que durante generaciones han servido para mostrar el comportamiento humano a través de animales que encarnan vicios y virtudes. El descubrimiento le empujó a recuperar un viejo proyecto nacido en París en la segunda mitad de los años veinte. Por aquel entonces, Chagall (Vitebsk, Bielorrusia, 1887-Saint Paul de Vence, 1985) vivió su segundo periodo en la capital francesa, después de una primera estancia de cuatro años, entre 1910 y 1914, a la que le empujó su fascinación por Cézanne y Matisse.
En esa etapa, Chagall conoció a Vollard, el prestigioso galerista que, precisamente, había conseguido lanzar a Cézanne y a Matisse, además de a Gauguin y a Picasso. El encargo de ilustrar las fábulas despertó más de una reacción en contra: muchos vieron en la iniciativa un intento de romper con la tradición de las clásicas ilustraciones de Doré y Grandville.
El hecho de que Chagall fuera de origen ruso y de religión judía aumentó las suspicacias. Parecía difícil que un extranjero pudiera dar vida a uno de los más ilustres poetas franceses. La visión de Vollard era justo la contraria: "Elijo a Chagall porque su estética es muy cercana, incluso está emparentada, con la de La Fontaine, densa y sutil, realista y fantástica". También le encargaría ilustrar la Biblia.
Chagall aprendió francés con la cigarra y la hormiga de las fábulas, releídas una y otra vez por su mujer mientras él recreaba ese universo repleto de color. Fue entonces cuando abandonó los tonos apagados de su infancia en Rusia para zambullirse en un torbellino de colores brillantes, alegres, a veces violentos, descubiertos con la luz del Mediterráneo. "En un espacio que no es más que un cielo en el que todas las formas retozan completamente libres y gráciles como si fuesen pequeñas criaturas, emana un color tan fuerte y hermoso que parece sobrenatural", escribió Chagall.
Esa percepción y su voluntad de desordenar el mundo en busca de la fantasía inspiraron al artista para realizar más de cien ilustraciones destinadas a un libro que nunca se publicó. Las razones no están claras. Hay quien dice que a Vollard no le gustaron las pruebas de color.
En cualquier caso, las obras, pintadas entre 1926 y 1927, se expusieron en París y viajaron a Bruselas y Berlín, donde obtuvieron un éxito inmediato. Muchas fueron a parar a manos privadas y desaparecieron del mercado. Durante la II Guerra Mundial, Chagall huyó a Nueva York para evitar los campos de concentración. Allí le llegó el reconocimiento internacional. Desde entonces se han recuperado más de 40 de las míticas ilustraciones.
La edición de Donzelli ha renovado también el lenguaje del clásico francés. La última traducción de La Fontaine al italiano se remontaba a 1867 y presentaba, según el editor, problemas de "legibilidad" para los lectores más jóvenes. "Si un pintor contemporáneo y no francés de nacimiento fue capaz de crear esa maravilla, pensamos que era lógico arriesgarse", explica Donzelli. Esta versión, a cargo de Maria Vidale, es, por supuesto, en verso. Para el editor, "un La Fontaine sin versos es como un Chagall sin color".
Mónica Andrade, Roma: Chagall, la cigarra y la hormiga, EL PAÍS, 26 de diciembre de 2009