La 'niña rosa' de Picasso que vino de Moscú

Irina Antónova, ayer en el Prado junto a La acróbata de la bola.- GORKA LEJARCEGI
Irina Antónova,  junto a La acróbata de la bola.- GORKA LEJARCEGI
En un mundo que tanto venera los redobles numéricos, Irina Antónova, directora octogenaria del Pushkin de Moscú, debería ocupar portadas. Nacida en 1922, entró a trabajar en el museo en 1945. Diecisiete años después, en 1961, se convirtió en la directora del segundo centro público más importante de Rusia, cargo en el que aún permanece. Es la responsable más longeva y con más experiencia de una gran pinacoteca del mundo.

Pero esta mujer menuda y enérgica, de preciosos ojos verdes y luminosa piel, no aspira a vanos reconocimientos. Prefiere remangarse las mangas de la camisa y "respirar" las calles de Madrid en las escasas horas libres que le quedan después de presentar en el Prado una de las joyas de su museo: La acróbata de la bola. La tela se cuenta entre las más hermosas de Picasso y permanecerá en la pinacoteca española durante tres meses.

Antónova, que se refiere al cuadro como La niña, recuerda que solo ha salido dos veces de Moscú: en 1960, para la exposición que la Tate Gallery dedicó al pintor y, en 1971, cuando el Louvre celebró una gran antológica. A cambio de este préstamo, el Prado cederá para el centenario del Pushkin El príncipe Baltasar Carlos a caballo, de Velázquez. "Entre los muchos cuadros maravillosos que poseemos, La niña es quizá el más amado y querido por el público. Picasso es una figura fundamental en nuestro país porque representa lo más elevado y lo más valiente que aportó el arte del siglo XX al arte universal", afirma.

Picasso terminó La acróbata de la bola en abril de 1905. La pintó al dorso de un lienzo que ya había usado para El retrato de Iturrino. Borró la figura y sobre una superficie de casi metro y medio creó una de las obras cumbre de su etapa rosa en la que una acróbata sobre una bola y un atleta sentado sobre un cubo representan su propia dualidad como artista. La rigidez, la disciplina y el rigor del atleta frente a la ligereza, la gracia y la espontaneidad de la niña del circo. "Un cuadro bipolar", explica Javier Barón, jefe del Departamento de Pintura del siglo XIX del Prado y comisario de esta visita única. Gertrude Stein le compró el cuadro a Picasso en 1907. La escritora judía se lo vendió después al galerista alemán Daniel-Henry Kahnweiler, quien en 1913 encontró un nuevo comprador: el coleccionista ruso Ivan Morozov. Tras la revolución, el lienzo acabó en las colecciones estatales que se distribuyeron entre los dos grandes centros de arte del país: el Hermitage y el Pushkin.

Los museos son un buen refugio para las adversidades históricas y Antónova ha sido testigo de más de medio siglo de vértigo detrás de los sólidos muros de una institución que alberga 700.000 obras de arte. Hija de una pianista y de un trabajador del vidrio, vio caer a Stalin primero y a la URSS después. "La época de Stalin fue un momento duro para la cultura y para el país. Pero también he visto cómo mucho después se perdió un gran país de una manera involuntaria e innecesaria". Dice que el secreto para estar al frente de una gran institución cultural es oído y paciencia. "Oído para escuchar los sonidos del tiempo que nos toca vivir. Estar atenta, pero conservando tu propio punto de vista para no ir de un lado a otro empujada por ese mismo tiempo. Lamentablemente, hoy hay demasiados aficionados a las piruetas".

Es fácil imaginarse a esta mujer al frente de las 700 personas que trabajan en su museo. Habla con el mismo ímpetu tanto de su preocupación por los salarios "bajísimos" de los trabajadores del Pushkin como de los ricos que exponen allí sus colecciones: "Hay todo tipo de coleccionistas, y no muchos son buenos de verdad... Trabajé en tres ocasiones con el barón Thyssen, en Suiza. Él sí amaba el arte". Entre sus ambiciones no está poseer nada ("¿Un cuadro en mi casa? Ninguno. Es una cuestión ética. No podría") y sí tomarse el trabajo con más calma. "En los últimos años me confundo con el nombre de algún guarda de seguridad. Es porque cambian todo el rato. Trabajo cada día. Los sábados y domingos también paso algunas horas en el museo. Si estoy de viaje llamo a cada rato. Pero reconozco que hace 10 años decidí liberarme, dejarme ir, volver a casa si quería. Decidí que ya había cumplido".

A sus 89 años, Irina Antónova no está cansada. "El cansancio solo es un estado físico. Y mi cabeza no se fatiga porque no me aburro nunca". Y solo lamenta que la cultura no pase por su mejor momento. "A veces me digo que solo quiero irme al otro mundo después de haber vuelto a ver el brote verde de algo nuevo, algo realmente nuevo. Un Picasso que transforme esta realidad desde el arte, desde la belleza y la emoción humana. Pero la cultura de masas ha devorado todo. Ha bajado nuestro nivel. Aunque pasará. Es solo una mala época. Y sobreviviremos a ella".

Elsa Fernández-Santos, Madrid: La 'niña rosa' de Picasso que vino de Moscú, EL PAÍS, 17 de septiembre de 2011