Las viejas heridas de guerra de Goya cicatrizan en el Prado
El Museo del Prado restaña hoy las heridas de guerra sufridas en 1938 por dos de los más célebres lienzos de Francisco de Goya: Los fusilamientos del 3 de mayo en la montaña del Príncipe Pío y El 2 de mayo o La carga de los mamelucos.
En la foto grande, dos restauradoras de los talleres del Museo del Prado trabajan en los cuadros de Francisco de Goya. Los fusilamientos del 3 de mayo (a la izquierda de la imagen) quedó gravemente dañado en 1938 durante el traslado de Valencia a Barcelona. Al pasar por Benicarló (Castellón), una balconada se desplomó sobre el camión que lo transportaba y causó en el lienzo una grieta de tres metros.
Símbolos de la Guerra de la Independencia de 1808, una vez curadas sus "heridas" por un equipo de los mejores restauradores del Prado, las dos pinturas formarán parte de la exposición Goya y los años de la guerra, que la pinacoteca acogerá entre el 14 de abril y el 13 de julio de 2008 para conmemorar el bicentenario de la Guerra de la Independencia.
El procedimiento seguido en ambos cuadros para su tratamiento ha sido la limpieza amplia, la retirada de los barnizados oxidados y el ajuste general de lo actuado, explica Pilar Sedano, responsable de Restauración del Museo del Prado. En La carga de los mamelucos, dos figuras ausentes han sido además reintegradas sobre la base de la documentación histórica y fotográfica en poder del museo desde antes de sufrir las heridas. En Los fusilamientos..., un tajo de tres metros perfilaba su base y rasgaba su tela en dos rectángulos a la derecha de su escena. Ahora, retirados anteriores repintes, son recubiertos con acuarela y rebarnizados.
Esta rehabilitación ha permitido descubrir algunas particularidades pintadas por Goya que hasta ahora pasaban inadvertidas, como por ejemplo la firma Goya en La carga..., con trazo gris oscuro, con una letra "G" mayúscula característica de su grafía escrita sobre el filo de un puñal caído sobre el suelo.
Pintados por Goya a partir de 1814, ambos lienzos, de 3,47 metros de base por 2,68 de altura, formaban parte del contingente de obras de arte que el Gobierno de la Segunda República quiso poner a salvo cuando la aviación alemana arrojaba bombas incendiarias sobre el Madrid cercado por las tropas franquistas. Uno de aquellos artefactos había caído el 16 de noviembre sobre la techumbre del Prado y las autoridades republicanas se aprestaron a sacar de Madrid hacia Valencia, nueva sede del Gobierno, un centenar de las más célebres joyas que el museo atesoraba. El personal del museo cumplió la instrucción política recibida con muchas reservas, por temor a los previsibles efectos del traslado.
Sus temores tenían fundamento: las dos obras de Goya enviadas primero a Valencia sufrieron graves daños sobre su superficie durante el recorrido en camión desde la ciudad del Turia a Barcelona, en marzo de 1938, siguiendo la estela del Gobierno republicano. Procedían del Colegio del Patriarca y de la Torre de Serranos de la capital valenciana, donde el pintor comunista Josep Renau, director general de Bellas Artes, había decidido que los principales cuadros del Museo del Prado fueran puestos a buen recaudo, lejos de las bombas.
Tras abandonar el Prado embaladas con almohadillas de papel lleno de viruta, un enrejado de bramante, papel embreado y en cajas de madera, llegaron a Valencia. Tiempo después proseguirían ruta hacia Barcelona: al cruzar por el centro de la localidad castellonense de Benicarló, como consecuencia de un bombardeo se desprendió una balconada y fue a caer sobre el camión que trasladaba ambas joyas de la pintura española.
La más dañada fue La carga de los mamelucos, que representa el levantamiento del pueblo de Madrid contra las tropas de ocupación desplegadas por Joachim Murat, lugarteniente de Bonaparte en Madrid.
Los cuadros dañados en Benicarló, que siguieron camino hacia la frontera hispano-francesa, fueron tratados en el castillo gerundense de Peralada por el restaurador Manuel de Arpe y el forrador Tomás Pérez. Entre el 4 y el 9 de febrero de 1939, Arpe, que viajaba con los cuadros con destino a Ginebra, dentro de una actuación internacional avalada por la Sociedad de Naciones, barnizó y recubrió con tintas naturales los surcos que sesgaban hasta tres metros la base del cuadro, y dos rectángulos de los laterales de Los fusilamientos... Ésas son las llagas que ahora han sido redescubiertas y cubiertas de nuevo con acuarelas reversibles, "que no se enrancian, porque carecen de aceite", explica el experto Ángel Macarrón, que participó en 1939 en el reenvío a España de estas obras desde la ciudad suiza de Ginebra.
En la fotografía puede apreciarse el deterioro en el lienzo de Los fusilamientos del 3 de mayo.
En cuanto a La carga de los mamelucos, Arpe y Pérez entelaron de nuevo el lienzo, que se hallaba fragmentado en 18 piezas a consecuencia del episodio sufrido. Los desgarros en el lienzo eran tan graves que el restaurador optó por dejar dos superficies cegadas con el color arcilla que compone la base cromática que aplicó Goya al pintarlo.
Hasta marzo de 2007, el cuadro se contemplaba con ambos huecos. "Eso era lo que desequilibraba la escena representada en el cuadro de Goya, porque la curvatura de la espada señalaba el extremo sobre el que se enmarcaba la acción completa", explica Gabriele Finaldi, subdirector del Museo del Prado, para razonar la reintegración de ambas figuras.
"En el año 2000, convocamos en Madrid un encuentro internacional de especialistas sobre Francisco de Goya, para abordar si procedía o no reintegrar los elementos que faltaban de este lienzo y actuar sobre los otros", explica Manuela Mena, subdirectora del Prado durante 15 años y hoy responsable en él de las pinturas de Goya y del siglo XVIII. "En aquella cita se admitió casi por unanimidad la reintegración", explica Mena. Pero no todos asintieron entonces. "El profesor Alfonso Pérez Sánchez, ex director del Museo del Prado, se opuso", explica por su parte el restaurador y especialista José Antonio Buces, que asistió a aquel encuentro, en el que él también rechazaba la reintegración. Pero, finalmente, la proposición de abstenerse de tratar los cuadros no prosperó.
"Optamos por intervenir, ya que ambas obras de arte no tenían por qué recibir el gravamen de una posterior acción de guerra", dice por su parte Enrique Quintana, miembro del equipo de restauradores que, con Elisa Mora y Clara Quintanilla, tiene a su cargo estos lienzos. Para Manuela Mena, "se trataba de restablecer el equilibrio que los elementos que faltaban habían causado en la lectura del cuadro, escorando su acción hacia la izquierda de la escena que el espectador contempla, rompiendo el relato visual ideado por Goya, más centrado y enmarcado por dos cimitarras".
La cuestión no es baladí. En el mundo de la restauración artística, dos grandes corrientes coexisten desde el siglo XIX con argumentos enfrentados: de un lado, los que se inclinan por mantener los documentos pictóricos tal y como han llegado a nuestros días y, del otro lado, los que optan por intervenir sobre ellos.
"Los elementos que hemos empleado para reintegrar La carga de los mamelucos son reversibles y estables", subraya Elisa Mora, 26 años en el Prado y restauradora de La familia de Carlos IV. "Ello significa que las figuras reintegradas son identificables y cambiables, como lo fueron las actuaciones de Arpe sobre estos lienzos", explica Enrique Quintana. Esta reintegración comenzó hace 11 meses.
En cuanto a Los fusilamientos..., retirado de su exhibición al público en Navidad, los restauradores acaban de culminar la limpieza y desbarnizado de los repintes de Manuel de Arpe, que ocupaban tres metros y que se elevaban por el costado izquierdo, formando dos cuadriláteros que hoy, convenientemente despintados, se muestran como si de una vena rosácea se tratara. Elisa Mora, con extremo respeto, aplica su pincel mientras gira suavemente su mirada, desde el panel de fotografías que dan cuenta del estado del lienzo antes de ser dañado hasta la tela que recibe sus pinceladas. "Este trabajo me ha permitido establecer una íntima relación con Goya, que me llena de gozo", musita en una pausa.
Destellos
Días atrás, contempló las dos obras de Goya en restauración Juan Manuel Sánchez Ríos, catedrático de Escultura, de 63 años, durante años responsable de la Asociación Filantrópica de Milicianos Nacionales Veteranos. Esta organización, de estirpe liberal, tiene a su cargo desde 1839 la custodia del recoleto cementerio de La Moncloa. Allí reposan los restos de los fusilados aquella madrugada aciaga del 3 de mayo de 1808 en la montaña del Príncipe Pío.
Sánchez Ríos, con el rostro contrito por la emoción y un destello en sus ojos humedecidos, desplazaba sus dedos sobre el lienzo de los fusilamientos y lo recorría —sin tocarlo y con extremo respeto— hasta su borde. Fue precisamente él quien tras un estudio intenso estableció la identidad del patriota que, con los brazos extendidos y la camisa iluminada por un fanal de luz situado a los pies del piquete de ejecución, recibe a gritos sobre el pecho el destello de la muerte: “Se trataba de Martín de Ruzcabado, picapedrero montañés de elevada estatura que luchó bravamente contra los invasores y fue arcabuceado sin piedad”, susurra Sánchez Ríos con un ademán de unción y pena.
En la foto grande, dos restauradoras de los talleres del Museo del Prado trabajan en los cuadros de Francisco de Goya. Los fusilamientos del 3 de mayo (a la izquierda de la imagen) quedó gravemente dañado en 1938 durante el traslado de Valencia a Barcelona. Al pasar por Benicarló (Castellón), una balconada se desplomó sobre el camión que lo transportaba y causó en el lienzo una grieta de tres metros.
Símbolos de la Guerra de la Independencia de 1808, una vez curadas sus "heridas" por un equipo de los mejores restauradores del Prado, las dos pinturas formarán parte de la exposición Goya y los años de la guerra, que la pinacoteca acogerá entre el 14 de abril y el 13 de julio de 2008 para conmemorar el bicentenario de la Guerra de la Independencia.
El procedimiento seguido en ambos cuadros para su tratamiento ha sido la limpieza amplia, la retirada de los barnizados oxidados y el ajuste general de lo actuado, explica Pilar Sedano, responsable de Restauración del Museo del Prado. En La carga de los mamelucos, dos figuras ausentes han sido además reintegradas sobre la base de la documentación histórica y fotográfica en poder del museo desde antes de sufrir las heridas. En Los fusilamientos..., un tajo de tres metros perfilaba su base y rasgaba su tela en dos rectángulos a la derecha de su escena. Ahora, retirados anteriores repintes, son recubiertos con acuarela y rebarnizados.
Esta rehabilitación ha permitido descubrir algunas particularidades pintadas por Goya que hasta ahora pasaban inadvertidas, como por ejemplo la firma Goya en La carga..., con trazo gris oscuro, con una letra "G" mayúscula característica de su grafía escrita sobre el filo de un puñal caído sobre el suelo.
Pintados por Goya a partir de 1814, ambos lienzos, de 3,47 metros de base por 2,68 de altura, formaban parte del contingente de obras de arte que el Gobierno de la Segunda República quiso poner a salvo cuando la aviación alemana arrojaba bombas incendiarias sobre el Madrid cercado por las tropas franquistas. Uno de aquellos artefactos había caído el 16 de noviembre sobre la techumbre del Prado y las autoridades republicanas se aprestaron a sacar de Madrid hacia Valencia, nueva sede del Gobierno, un centenar de las más célebres joyas que el museo atesoraba. El personal del museo cumplió la instrucción política recibida con muchas reservas, por temor a los previsibles efectos del traslado.
Sus temores tenían fundamento: las dos obras de Goya enviadas primero a Valencia sufrieron graves daños sobre su superficie durante el recorrido en camión desde la ciudad del Turia a Barcelona, en marzo de 1938, siguiendo la estela del Gobierno republicano. Procedían del Colegio del Patriarca y de la Torre de Serranos de la capital valenciana, donde el pintor comunista Josep Renau, director general de Bellas Artes, había decidido que los principales cuadros del Museo del Prado fueran puestos a buen recaudo, lejos de las bombas.
Tras abandonar el Prado embaladas con almohadillas de papel lleno de viruta, un enrejado de bramante, papel embreado y en cajas de madera, llegaron a Valencia. Tiempo después proseguirían ruta hacia Barcelona: al cruzar por el centro de la localidad castellonense de Benicarló, como consecuencia de un bombardeo se desprendió una balconada y fue a caer sobre el camión que trasladaba ambas joyas de la pintura española.
La más dañada fue La carga de los mamelucos, que representa el levantamiento del pueblo de Madrid contra las tropas de ocupación desplegadas por Joachim Murat, lugarteniente de Bonaparte en Madrid.
Los cuadros dañados en Benicarló, que siguieron camino hacia la frontera hispano-francesa, fueron tratados en el castillo gerundense de Peralada por el restaurador Manuel de Arpe y el forrador Tomás Pérez. Entre el 4 y el 9 de febrero de 1939, Arpe, que viajaba con los cuadros con destino a Ginebra, dentro de una actuación internacional avalada por la Sociedad de Naciones, barnizó y recubrió con tintas naturales los surcos que sesgaban hasta tres metros la base del cuadro, y dos rectángulos de los laterales de Los fusilamientos... Ésas son las llagas que ahora han sido redescubiertas y cubiertas de nuevo con acuarelas reversibles, "que no se enrancian, porque carecen de aceite", explica el experto Ángel Macarrón, que participó en 1939 en el reenvío a España de estas obras desde la ciudad suiza de Ginebra.
En la fotografía puede apreciarse el deterioro en el lienzo de Los fusilamientos del 3 de mayo.
En cuanto a La carga de los mamelucos, Arpe y Pérez entelaron de nuevo el lienzo, que se hallaba fragmentado en 18 piezas a consecuencia del episodio sufrido. Los desgarros en el lienzo eran tan graves que el restaurador optó por dejar dos superficies cegadas con el color arcilla que compone la base cromática que aplicó Goya al pintarlo.
Hasta marzo de 2007, el cuadro se contemplaba con ambos huecos. "Eso era lo que desequilibraba la escena representada en el cuadro de Goya, porque la curvatura de la espada señalaba el extremo sobre el que se enmarcaba la acción completa", explica Gabriele Finaldi, subdirector del Museo del Prado, para razonar la reintegración de ambas figuras.
"En el año 2000, convocamos en Madrid un encuentro internacional de especialistas sobre Francisco de Goya, para abordar si procedía o no reintegrar los elementos que faltaban de este lienzo y actuar sobre los otros", explica Manuela Mena, subdirectora del Prado durante 15 años y hoy responsable en él de las pinturas de Goya y del siglo XVIII. "En aquella cita se admitió casi por unanimidad la reintegración", explica Mena. Pero no todos asintieron entonces. "El profesor Alfonso Pérez Sánchez, ex director del Museo del Prado, se opuso", explica por su parte el restaurador y especialista José Antonio Buces, que asistió a aquel encuentro, en el que él también rechazaba la reintegración. Pero, finalmente, la proposición de abstenerse de tratar los cuadros no prosperó.
"Optamos por intervenir, ya que ambas obras de arte no tenían por qué recibir el gravamen de una posterior acción de guerra", dice por su parte Enrique Quintana, miembro del equipo de restauradores que, con Elisa Mora y Clara Quintanilla, tiene a su cargo estos lienzos. Para Manuela Mena, "se trataba de restablecer el equilibrio que los elementos que faltaban habían causado en la lectura del cuadro, escorando su acción hacia la izquierda de la escena que el espectador contempla, rompiendo el relato visual ideado por Goya, más centrado y enmarcado por dos cimitarras".
A la derecha de estas líneas, un detalle del trabajo de repintado en La carga de los mamelucos, un delicado proceso de resurrección de personajes faltantes.
La cuestión no es baladí. En el mundo de la restauración artística, dos grandes corrientes coexisten desde el siglo XIX con argumentos enfrentados: de un lado, los que se inclinan por mantener los documentos pictóricos tal y como han llegado a nuestros días y, del otro lado, los que optan por intervenir sobre ellos.
"Los elementos que hemos empleado para reintegrar La carga de los mamelucos son reversibles y estables", subraya Elisa Mora, 26 años en el Prado y restauradora de La familia de Carlos IV. "Ello significa que las figuras reintegradas son identificables y cambiables, como lo fueron las actuaciones de Arpe sobre estos lienzos", explica Enrique Quintana. Esta reintegración comenzó hace 11 meses.
En cuanto a Los fusilamientos..., retirado de su exhibición al público en Navidad, los restauradores acaban de culminar la limpieza y desbarnizado de los repintes de Manuel de Arpe, que ocupaban tres metros y que se elevaban por el costado izquierdo, formando dos cuadriláteros que hoy, convenientemente despintados, se muestran como si de una vena rosácea se tratara. Elisa Mora, con extremo respeto, aplica su pincel mientras gira suavemente su mirada, desde el panel de fotografías que dan cuenta del estado del lienzo antes de ser dañado hasta la tela que recibe sus pinceladas. "Este trabajo me ha permitido establecer una íntima relación con Goya, que me llena de gozo", musita en una pausa.
Destellos
Días atrás, contempló las dos obras de Goya en restauración Juan Manuel Sánchez Ríos, catedrático de Escultura, de 63 años, durante años responsable de la Asociación Filantrópica de Milicianos Nacionales Veteranos. Esta organización, de estirpe liberal, tiene a su cargo desde 1839 la custodia del recoleto cementerio de La Moncloa. Allí reposan los restos de los fusilados aquella madrugada aciaga del 3 de mayo de 1808 en la montaña del Príncipe Pío.
Sánchez Ríos, con el rostro contrito por la emoción y un destello en sus ojos humedecidos, desplazaba sus dedos sobre el lienzo de los fusilamientos y lo recorría —sin tocarlo y con extremo respeto— hasta su borde. Fue precisamente él quien tras un estudio intenso estableció la identidad del patriota que, con los brazos extendidos y la camisa iluminada por un fanal de luz situado a los pies del piquete de ejecución, recibe a gritos sobre el pecho el destello de la muerte: “Se trataba de Martín de Ruzcabado, picapedrero montañés de elevada estatura que luchó bravamente contra los invasores y fue arcabuceado sin piedad”, susurra Sánchez Ríos con un ademán de unción y pena.
Bernardo Pérez, Las viejas heridas de guerra de Goya cicatrizan en el Prado, El País, 27 de febrero de 2008