Los tentáculos del surrealismo
El surrealismo está de moda (y no por las metáforas de la campaña electoral). Está por todas partes, desde hace casi un siglo. Y desde hoy, hasta el 7 de septiembre de 2008, una magnífica muestra del Museo Guggenheim explora la forma en la que este movimiento, que nació como militancia radical -emparentada con las teorías de Marx y Freud-, fue capaz de trascender los círculos de las vanguardias, extendiendo sus impactantes tentáculos a actividades culturales y comerciales de toda índole. Hoy sabemos que los símbolos que maneja el diseño, la moda, la publicidad, el cine, la propaganda, tienen un ancestro común en el ADN surrealista. Pero ¿cómo fue posible?
La muestra, patrocinada por BBVA, ya se exhibió en Londres y Rotterdam con enorme éxito. Y no es para menos, puesto que reúne más de 250 piezas clave -algunas de ellas se exponen por primera vez-, que describen el viaje de la creación abstracta al diseño industrial, de la musa surreal al cuerpo erótico y banal de la moda, del lienzo al cartel -que era un grito pegado a la pared, según Eugenio D´Ors-. Muchas de estas cosas, reunidas por la comisaria Ghislaine Wood, son piezas maestras de indudable importancia en la historia del Arte, y pertenecen a grandes colecciones y museos de todo el mundo. «Cosas del surrealismo» ocupa toda la tercera planta del edificio de Gehry, en un montaje espectacular realizado por el estudio arquitectónico londinense «Metaphore».
Dalí, afluente muy principal del surrealismo comercial, decía: «Trato de crear cosas fantásticas, cosas mágicas, como en un sueño. El mundo necesita más fantasía. Nuestra civilización es demasiado mecánica. Podemos convertir lo fantástico en real, transformándolo en más real que lo que realmente existe». La potencia magmática de las imágenes que manejaban estos artistas explican sólo en parte el éxito del surrealismo, término acuñado en 1914 por Apollinaire, que tomó cuerpo diez años después en el manifiesto de André Breton.
Bronca en el ballet
La muestra se ordena temáticamente y parte del ballet, porque fue el encargo de unos decorados del ballet ruso a Ernst y Miró lo que encendió la mecha de la polémica entre el artista y la industria. Los decorados de ambos artistas provocaron una feroz crítica de Breton, que reventó el estreno de Romeo y Julieta con una bronca monumental de pateos y pasquines. No es admisible que el arte esté al servicio del dinero, decía la octavilla de protesta.
La polémica, que dura todos los años treinta, no fue capaz de parar el éxito de los surrealistas entre los mecenas, seducidos por una estética que a veces frivolizaba sus principios fundacionales.
Además del ballet, la muestra indaga el gusto por crear objetos, la inspiración en la naturaleza -tan importante como la que hallaron en el inconsciente-, el lenguaje del cuerpo y la decoración de interiores, donde el surrealismo alcanza toda su potencia atávica.
Las obras maestras
Un festín para los sentidos es lo que ofrecen las obras maestras reunidas para esta ocasión. Pinturas de Magritte, Ernst, Dalí o Tanguy, objetos que se han convertido en iconos como el primero de los cinco Sofá en forma de los labios de Mae West o el Teléfono Langosta de Dalí. El diseño tiene un protagonismo merecido con los vestidos de Elsa Schiaparelli (Desgarro o Esqueleto) o la recién descubierta Mesa con patas de ave de Oppenheim.
Pero la lista es interminable: figurines de De Chirico, para Diaghilev; la Venus de Milo con cajones, de Dalí; la Carretilla, de Óscar Domínguez -a quien la muestra reivindica como uno de los grandes del surrealismo-; o la Cama-jaula con biombo, de Max Ernst.
La inspiración en la naturaleza alcanza su grado máximo en el biomorfismo de la Cabeza y concha, de Jean Arp; los Pendientes para Peggy Guggenheim, de Tanguy; obras de Cocteau, Matta, Moore, Gorky; el Sofá en forma de nube, de Noguchi, o una maqueta de la decoración de Kiesler para la galería Art of this Century, de Peggy Guggenheim. El arte surreal es una emulsión en manos de Man Ray y se convierte en joyas, como la Estrella de mar daliniana, cuyos tentáculos abrazaron el mundo.
La muestra, patrocinada por BBVA, ya se exhibió en Londres y Rotterdam con enorme éxito. Y no es para menos, puesto que reúne más de 250 piezas clave -algunas de ellas se exponen por primera vez-, que describen el viaje de la creación abstracta al diseño industrial, de la musa surreal al cuerpo erótico y banal de la moda, del lienzo al cartel -que era un grito pegado a la pared, según Eugenio D´Ors-. Muchas de estas cosas, reunidas por la comisaria Ghislaine Wood, son piezas maestras de indudable importancia en la historia del Arte, y pertenecen a grandes colecciones y museos de todo el mundo. «Cosas del surrealismo» ocupa toda la tercera planta del edificio de Gehry, en un montaje espectacular realizado por el estudio arquitectónico londinense «Metaphore».
Dalí, afluente muy principal del surrealismo comercial, decía: «Trato de crear cosas fantásticas, cosas mágicas, como en un sueño. El mundo necesita más fantasía. Nuestra civilización es demasiado mecánica. Podemos convertir lo fantástico en real, transformándolo en más real que lo que realmente existe». La potencia magmática de las imágenes que manejaban estos artistas explican sólo en parte el éxito del surrealismo, término acuñado en 1914 por Apollinaire, que tomó cuerpo diez años después en el manifiesto de André Breton.
Bronca en el ballet
La muestra se ordena temáticamente y parte del ballet, porque fue el encargo de unos decorados del ballet ruso a Ernst y Miró lo que encendió la mecha de la polémica entre el artista y la industria. Los decorados de ambos artistas provocaron una feroz crítica de Breton, que reventó el estreno de Romeo y Julieta con una bronca monumental de pateos y pasquines. No es admisible que el arte esté al servicio del dinero, decía la octavilla de protesta.
La polémica, que dura todos los años treinta, no fue capaz de parar el éxito de los surrealistas entre los mecenas, seducidos por una estética que a veces frivolizaba sus principios fundacionales.
Además del ballet, la muestra indaga el gusto por crear objetos, la inspiración en la naturaleza -tan importante como la que hallaron en el inconsciente-, el lenguaje del cuerpo y la decoración de interiores, donde el surrealismo alcanza toda su potencia atávica.
Las obras maestras
Un festín para los sentidos es lo que ofrecen las obras maestras reunidas para esta ocasión. Pinturas de Magritte, Ernst, Dalí o Tanguy, objetos que se han convertido en iconos como el primero de los cinco Sofá en forma de los labios de Mae West o el Teléfono Langosta de Dalí. El diseño tiene un protagonismo merecido con los vestidos de Elsa Schiaparelli (Desgarro o Esqueleto) o la recién descubierta Mesa con patas de ave de Oppenheim.
Pero la lista es interminable: figurines de De Chirico, para Diaghilev; la Venus de Milo con cajones, de Dalí; la Carretilla, de Óscar Domínguez -a quien la muestra reivindica como uno de los grandes del surrealismo-; o la Cama-jaula con biombo, de Max Ernst.
La inspiración en la naturaleza alcanza su grado máximo en el biomorfismo de la Cabeza y concha, de Jean Arp; los Pendientes para Peggy Guggenheim, de Tanguy; obras de Cocteau, Matta, Moore, Gorky; el Sofá en forma de nube, de Noguchi, o una maqueta de la decoración de Kiesler para la galería Art of this Century, de Peggy Guggenheim. El arte surreal es una emulsión en manos de Man Ray y se convierte en joyas, como la Estrella de mar daliniana, cuyos tentáculos abrazaron el mundo.
Jesús García Calero (Bilbao), Los tentáculos del surrealismo, ABC, 29 de febrero de 2009