Con nombre de mujer
«También las mujeres pintaron». Así arranca la sección 147 del libro 35 de la Historia Natural de Plinio el Viejo, quien, al hablar del arte del mundo clásico, dedica un capítulo a las «mujeres pintoras», en el que llega a nombrar a cinco artistas que destacaron en su tiempo y «cuyos cuadros llenan las pinacotecas» de la Roma de Vespasiano. Así también podría arrancar esta exposición que pretende mostrar «las obras de estas mujeres que en su día se dedicaron al mundo del arte y que, a veces, por su condición de mujer, han sido poco reconocidas», con la diferencia de que esta exposición se ciñe a las féminas del siglo XX y XXI.
Por lo tanto, el hilo argumental de la muestra que nos ocupa, el nexo de unión de estas obras, sería simple y llanamente que han sido creadas por mujeres, independientemente de su calidad, de su adscripción a un movimiento artístico determinado o de la temática de cada una de ellas. Con la paradoja de que si se suprimieran las cartelas que acompaña cada una de las obras y en las que se puede comprobar la condición sexual de su creadora, el visitante difícilmente entendería por qué esas obras se encuentran reunidas en una sala de exposiciones.
Algunos hallazgos. Una vez dejamos de lado, por tanto, esa supuesta feminidad, que no se sabe muy bien qué es (nada que ver con la muestra Arte y la revolución feminista, que puede contemplarse actualmente en el P.S.1 de Nueva York), el visitante encontrará diversos hallazgos. En primer lugar, se puede comprobar en la obra de las españolas María Blanchard, Maruja Mallo y Remedios Varo y de las de origen ruso Sonia Delaunay, Antonina Sofronova, Natalia Gontcharova, Nina Kogan y Olga Sacharoff que las mujeres también contribuyeron a las vanguardias de principio de siglo.
La figuración de la llamada Escuela de Madrid -de la que Antonio López es su principal discípulo- también tuvo nombre de mujer, tal y como podemos comprobar en la obra de María Moreno (esposa de López), Isabel Quintanilla o Carmen Laffón. El visitante también encontrará curiosidades como una obra de Roberta González (hija del escultor Julio González), una de Sophia Vari (esposa de Fernando Botero), otra de la artista surrealista Meret Oppenheim o un más que extraño lienzo de Tamara de Lempicka (nada que ver con sus sensuales retratos femeninos). Asimismo, podrá sumergirse en el mundo grotesco de Paula Rego -a quien el Museo Reina Sofía dedicó recientemente una muestra antológica-, heredero del de artistas como Georg Grosz u Otto Dix, y que en España tiene a Sergio Sanz como uno de sus discípulos aventajados.
Cristina García Rodero: Retrato
Sin distingos. La fotografía también está presente en esta muestra de la mano de una instantánea de Cristina García Rodero y de una impresionante obra de Candida Höfer, que preside la entrada a la exposición, que pertenece a esa Escuela de Dusseldorf, creada por un hombre y una mujer, Bernd y Hilla Becher, y compuesta indistintamente por fotógrafos y fotógrafas.
Por último, el visitante también puede observar unas pequeñas pinceladas de la obra de nuestras artistas más contemporáneas como Carmen Calvo (presente con un collage), Cristina Iglesias (con una pequeña escultura), Ana Laura Aláez, Menchu Lamas, Soledad Sevilla, Susana Solano, Ouka Lele o Susy Gómez.
En definitiva, una buena oportunidad para degustar lo que en términos gastronómicos se calificaría como una «ensaladilla» compuesta por algunas obras que rara vez se exponen en público y que han sido creadas por mujeres.
Javier Molins, Con nombre de mujer, ABCDe las Artes y de las Letras, nº 841, 15 de marzo de 2008