La Biblioteca de Francia celebra el bicentenario de Honoré Daumier
Honoré Daumier, marsellés, hijo de un vidriero poeta, fue el dibujante político más célebre del siglo XIX, pero murió ciego y casi arruinado en un domicilio que le ofrecieron sus amigos artistas. Tras su muerte en 1879, su figura, no sólo como dibujante sino también como un gran pintor y
La Biblioteca Nacional de Francia (BNF) expone, hasta el 8 de junio, 140 de sus célebres litografías, en lo que supone una especie de rehabilitación de un artista que cargó por igual contra los sacrosantos cuerpos de la política, la judicatura y la aristocracia, y así le fue: pagándolo con los golpes de la censura y una temporada entre rejas.
Daumier, nacido hace 200 años en Marsella, fue un hombre que obtuvo un gran reconocimiento popular en vida pero que no gozó de ningún prestigio artístico. Hacía caricaturas, dibujos de crítica política o sátiras costumbristas -el género dependía de la ferocidad de la censura vigente- en revistas como Actualités, Charivari o La Caricature y eso hizo que, según Baudelaire, "sólo los artistas hayan comprendido lo que hay de importante en su trabajo".
En definitiva, la popularidad del dibujante hizo que no se le admitiera como pintor y el hecho de servirse de los medios de reproducción técnica de la época -grabado, litografía, guillotage...- le privó del aura y el prestigio de la obra única.
En 1873, Daumier, casi ciego, tuvo que dejar el dibujo. El pintor Corot le regaló una casa para que no tuviera que dormir en la calle y en 1878 sus amigos le organizaron una gran exposición para reivindicarle también como pintor y recaudar dinero para sacarle de la miseria. Ocho meses más tarde fallecía, ajeno a la reconsideración y revaloración de su trabajo.
En la muestra de la BNF se pueden ver buenos ejemplos de la evolución del dibujo de Daumier y comprender la importancia que tuvo en la difusión de un periodismo popular. Daumier es un abanderado de la libertad de prensa. Por una de sus caricaturas, la titulada Gargantúa, pasó seis meses en la cárcel pues al rey -Louis Philippe- no le gustó ser presentado como un monstruo tragaldabas. En otros casos había que cambiar el título del dibujo, hacerlo más alegórico, para que los censores lo tolerasen.
El historiador Jules Michelet, que fue expulsado de la Universidad por sus ideas republicanas y sustituido en su cátedra por un monje, llegará a escribirle a Daumier "nadie ha hecho tanto por mí", en agradecimiento a un dibujo en el que vemos al tonsurado discurseando ante dos estudiantes que dormitan. La clase política de las sucesivas restauraciones antirrepublicanas aparece también pintada bajo trazos que acentúan sus defectos y la hace símbolo de todos los vicios y corrupciones.
Calificado en su día como "el Miguel Ángel de la caricatura", la calidad intrínseca de su obra, su significación política y su mérito técnico están muy bien presentados y explicados en la exposición de la BNF. Baudelaire propuso analizar sus dibujos "desde el punto de vista de artista y desde el punto de vista moral", manera, según él, de "apreciarlos dignamente". El poeta subraya "el aplomo de las figuras", la "maravillosa memoria, casi divina, que tiene del modelo" y la convicción de que "dibuja como los grandes maestros". Y en el plano moral le equipara a Molière, pues "como él, va directo a la diana".
El tiempo, a veces, nos ha alejado de esa comprensión inmediata. Como Offenbach hacía en sus operetas con los grandes nombres de la ópera, Daumier también juega con los referentes consagrados de la época. Algunos se nos han borrado o su significación ya no nos es obvia. Pero la calidad e inteligencia del trazo es tan poderosa que enseguida queremos saber más. Por ejemplo, en el escorzo del cuerpo que reposa, herido de muerte, al pie de su cama y en una habitación en desorden, encontramos la misma voluntad de credibilidad y exigencia estética que entonces valía para las engoladas composiciones de la llamada pintura histórica. Daumier traslada la acción de los palacios mayestáticos a una modesta buhardilla y convierte a un trabajador en rey.Fue víctima de la censura, pasó por la cárcel y murió ciego y arruinado.
La Biblioteca Nacional de Francia (BNF) expone, hasta el 8 de junio, 140 de sus célebres litografías, en lo que supone una especie de rehabilitación de un artista que cargó por igual contra los sacrosantos cuerpos de la política, la judicatura y la aristocracia, y así le fue: pagándolo con los golpes de la censura y una temporada entre rejas.
Caricatura de la serie Croquis tomados en el teatro, publicada en la revista satírica Le Charivari en 1864.
Daumier, nacido hace 200 años en Marsella, fue un hombre que obtuvo un gran reconocimiento popular en vida pero que no gozó de ningún prestigio artístico. Hacía caricaturas, dibujos de crítica política o sátiras costumbristas -el género dependía de la ferocidad de la censura vigente- en revistas como Actualités, Charivari o La Caricature y eso hizo que, según Baudelaire, "sólo los artistas hayan comprendido lo que hay de importante en su trabajo".
En definitiva, la popularidad del dibujante hizo que no se le admitiera como pintor y el hecho de servirse de los medios de reproducción técnica de la época -grabado, litografía, guillotage...- le privó del aura y el prestigio de la obra única.
En 1873, Daumier, casi ciego, tuvo que dejar el dibujo. El pintor Corot le regaló una casa para que no tuviera que dormir en la calle y en 1878 sus amigos le organizaron una gran exposición para reivindicarle también como pintor y recaudar dinero para sacarle de la miseria. Ocho meses más tarde fallecía, ajeno a la reconsideración y revaloración de su trabajo.
En la muestra de la BNF se pueden ver buenos ejemplos de la evolución del dibujo de Daumier y comprender la importancia que tuvo en la difusión de un periodismo popular. Daumier es un abanderado de la libertad de prensa. Por una de sus caricaturas, la titulada Gargantúa, pasó seis meses en la cárcel pues al rey -Louis Philippe- no le gustó ser presentado como un monstruo tragaldabas. En otros casos había que cambiar el título del dibujo, hacerlo más alegórico, para que los censores lo tolerasen.
El historiador Jules Michelet, que fue expulsado de la Universidad por sus ideas republicanas y sustituido en su cátedra por un monje, llegará a escribirle a Daumier "nadie ha hecho tanto por mí", en agradecimiento a un dibujo en el que vemos al tonsurado discurseando ante dos estudiantes que dormitan. La clase política de las sucesivas restauraciones antirrepublicanas aparece también pintada bajo trazos que acentúan sus defectos y la hace símbolo de todos los vicios y corrupciones.
Calificado en su día como "el Miguel Ángel de la caricatura", la calidad intrínseca de su obra, su significación política y su mérito técnico están muy bien presentados y explicados en la exposición de la BNF. Baudelaire propuso analizar sus dibujos "desde el punto de vista de artista y desde el punto de vista moral", manera, según él, de "apreciarlos dignamente". El poeta subraya "el aplomo de las figuras", la "maravillosa memoria, casi divina, que tiene del modelo" y la convicción de que "dibuja como los grandes maestros". Y en el plano moral le equipara a Molière, pues "como él, va directo a la diana".
El tiempo, a veces, nos ha alejado de esa comprensión inmediata. Como Offenbach hacía en sus operetas con los grandes nombres de la ópera, Daumier también juega con los referentes consagrados de la época. Algunos se nos han borrado o su significación ya no nos es obvia. Pero la calidad e inteligencia del trazo es tan poderosa que enseguida queremos saber más. Por ejemplo, en el escorzo del cuerpo que reposa, herido de muerte, al pie de su cama y en una habitación en desorden, encontramos la misma voluntad de credibilidad y exigencia estética que entonces valía para las engoladas composiciones de la llamada pintura histórica. Daumier traslada la acción de los palacios mayestáticos a una modesta buhardilla y convierte a un trabajador en rey.Fue víctima de la censura, pasó por la cárcel y murió ciego y arruinado.
Octavi Martí (París), París hace justicia al Miguel Ángel de la caricatura, El País, 5 de marzo de 2008