'Efecto' Rodin
Con el prestigioso antecedente de haberse exhibido antes en el Museo d'Orsay de París, se presenta ahora en la Fundación Mapfre, de Madrid, la exposición titulada ¿Olvidar a Rodin? Escultura en París, 1905-1914, en la que ha intervenido como comisaria Catherine Chevillot, conservadora jefe del Museo d'Orsay. Dividida en 6 apartados, esta muestra consta de 125 obras de muchos de los grandes nombres del arte del siglo XX, desde el propio Rodin hasta Renoir, Rosso, Maillol, Lehmbruck, Picasso, Matisse, Brancusi, Archipenko, Lipchitz, Epstein, Duchamp-Villon, Zadkine, Gargallo, Manolo Hugué, Julio González, Martini y otros de similar relevancia.
¿Qué se nos quiere decir con eso de "olvidar a Rodin" en París durante la década que precedió al estallido de la Primera Guerra Mundial? Nacido en 1840 y muerto en 1917, Rodin, tras años de una formidable y polémica brega artística, se convirtió al filo del cambio del siglo en una figura legendaria, cuya gigantesca sombra parecía no permitir que irradiara otra luz que la cegadora emitida por su obra. En cierto sentido, no era para menos, porque en el haber de Rodin estaba el haber devuelto a la escultura el derecho a existir de manera moderna y no como una simple antigualla. En efecto, al arrebatar Rodin el pedestal a la estatua, al fragmentar la figura en mil pedazos expresivos y al tratar su superficie como un mar agitado, resituó la escultura al mismo nivel de exploración moderna que las demás artes.
¿Por qué entonces olvidarlo, sobre todo, cuando ni la implacable literatura artística de vanguardia del XX lo había hecho? Lo primero que hay que advertir es que la presente exposición no se ha formulado en los términos reductores de narrar la sempiterna historia del "asesinato del padre" por los hijos de la siguiente generación, que sería la de los primeros vanguardistas del siglo XX, pero tampoco, en segundo término, que su propósito haya sido dar el consabido salto de Rodin a Picasso y sus congéneres artísticos. Todo eso evidentemente está ahí, pero también otras cuestiones muy poco o nada abordadas en una exposición hasta el presente, como la del incluir en el molde plástico parisiense otros elementos y figuras cruciales habitualmente obviados, bien por sólo ser tratados, aunque con todo respeto, como epifenómenos provinciales, entre los que se lleva la palma Wilhem Lehmbruck, sin duda uno de los mejores escultores del siglo XX, a pesar de haber muerto a la precoz edad de 38 años; bien, franceses o no, porque habían sido prácticamente borrados de la memoria pública, como, entre otros, Eli Nadelman, Joseph Bernard, Ernesto De Fiori, Bernhard Hoetger o George Minne, todos los cuales fueron considerados en su momento como indiscutidos heraldos de la vanguardia plástica del primer tercio del XX.
Nos encontramos, así pues, con una historia de la escultura sin olvidos, ni censuras, un poco en la línea de rehacer de forma más completa, ponderada y, por tanto, crítica el achatado e insuficiente relato oficial establecido. Pero no se trata, además, de una reconstrucción académica, de ocioso relleno erudito, sino de una auténtica reflexión acerca de lo que verdaderamente ocurrió, algo imprescindible no sólo para conocer mejor la historia, sino para entender lo que todavía sigue ocurriendo hoy con un arte sobre cuya identidad subsiste una incertidumbre polémica. Derribada la estatua clásica, piénsese que ésta devino en "objeto": luego, si se quiere en "objeto destripado"; a continuación, en "forma diseminada"; y, en fin, en algo indeterminadamente virtual. Con semejante transformación, se comprende hasta qué punto no hay que dejar "puntada sin hilo" si se desea que el tejido de la memoria no sea un retal sin sentido.
Francisco Calvo Serraller, 'Efecto' Rodin, El País /Babelia, 1 de agosto de 2009
Cabeza de Camo (1913), de Manolo Hugué.
¿Qué se nos quiere decir con eso de "olvidar a Rodin" en París durante la década que precedió al estallido de la Primera Guerra Mundial? Nacido en 1840 y muerto en 1917, Rodin, tras años de una formidable y polémica brega artística, se convirtió al filo del cambio del siglo en una figura legendaria, cuya gigantesca sombra parecía no permitir que irradiara otra luz que la cegadora emitida por su obra. En cierto sentido, no era para menos, porque en el haber de Rodin estaba el haber devuelto a la escultura el derecho a existir de manera moderna y no como una simple antigualla. En efecto, al arrebatar Rodin el pedestal a la estatua, al fragmentar la figura en mil pedazos expresivos y al tratar su superficie como un mar agitado, resituó la escultura al mismo nivel de exploración moderna que las demás artes.
¿Por qué entonces olvidarlo, sobre todo, cuando ni la implacable literatura artística de vanguardia del XX lo había hecho? Lo primero que hay que advertir es que la presente exposición no se ha formulado en los términos reductores de narrar la sempiterna historia del "asesinato del padre" por los hijos de la siguiente generación, que sería la de los primeros vanguardistas del siglo XX, pero tampoco, en segundo término, que su propósito haya sido dar el consabido salto de Rodin a Picasso y sus congéneres artísticos. Todo eso evidentemente está ahí, pero también otras cuestiones muy poco o nada abordadas en una exposición hasta el presente, como la del incluir en el molde plástico parisiense otros elementos y figuras cruciales habitualmente obviados, bien por sólo ser tratados, aunque con todo respeto, como epifenómenos provinciales, entre los que se lleva la palma Wilhem Lehmbruck, sin duda uno de los mejores escultores del siglo XX, a pesar de haber muerto a la precoz edad de 38 años; bien, franceses o no, porque habían sido prácticamente borrados de la memoria pública, como, entre otros, Eli Nadelman, Joseph Bernard, Ernesto De Fiori, Bernhard Hoetger o George Minne, todos los cuales fueron considerados en su momento como indiscutidos heraldos de la vanguardia plástica del primer tercio del XX.
Nos encontramos, así pues, con una historia de la escultura sin olvidos, ni censuras, un poco en la línea de rehacer de forma más completa, ponderada y, por tanto, crítica el achatado e insuficiente relato oficial establecido. Pero no se trata, además, de una reconstrucción académica, de ocioso relleno erudito, sino de una auténtica reflexión acerca de lo que verdaderamente ocurrió, algo imprescindible no sólo para conocer mejor la historia, sino para entender lo que todavía sigue ocurriendo hoy con un arte sobre cuya identidad subsiste una incertidumbre polémica. Derribada la estatua clásica, piénsese que ésta devino en "objeto": luego, si se quiere en "objeto destripado"; a continuación, en "forma diseminada"; y, en fin, en algo indeterminadamente virtual. Con semejante transformación, se comprende hasta qué punto no hay que dejar "puntada sin hilo" si se desea que el tejido de la memoria no sea un retal sin sentido.
Francisco Calvo Serraller, 'Efecto' Rodin, El País /Babelia, 1 de agosto de 2009