La pintura resiste al sol
Las paredes del estudio de Pipo Hernández (Telde, Las Palmas, 1966) están pintadas a destajo como apéndices del cuadro. "Son la mejor paleta", dice mientras remata uno de los ocho cuadros que expondrá en la galería Fernando Pradilla, en Madrid, en unas semanas. Los suelos tampoco se salvan: hay goterones a pie de cuadro. "Llevo aquí cinco años", dice con el torso desnudo y la taza del desayuno, a las seis de la tarde. Pipo trabaja de noche. Remata pincelada con los dedos y acaba con los pantalones calados. Las escenas que pinta vienen de películas antiguas. Por eso, de las paredes cuelgan copias a pequeña escala de los fotogramas. Son su brújula frente al lienzo. Al principio, Hernández hacía mimos a Herzog, Fassbinder, Buñuel... Pero ahora busca imágenes no reconocibles. "El cine es el banco de imágenes de nuestra memoria. Yo emancipo imágenes con voluntad metafórica". Frente a nosotros, una enfermera apila un par de sillas en un jardín para meterlas dentro de la clínica... ¿Bergman? Pero ni Hernández tiene humor para juegos cinéfilos, ni el cuadro está terminado. "Introduzco otros elementos no pictóricos piedras o neones para obligarnos a replantearnos el significado de la pieza", matiza. En los cuadros en los que no lo hace, añade un subtítulo en "idiomas poco pujantes, como el rumano o el esloveno". Es su particular e inocente insurrección a "la homogeneidad de la cultura".
La apertura de la nueva temporada se hará con la mayor de las amenazas: el año más crudo de la crisis. "Está claro que se mueve menos dinero en las ferias y que hay menos volumen de ventas, pero se siguen manejando cifras sorprendentes para estar en una crisis económica mundial", opina el pintor Kepa Garraza (Berango, Bizkaia, 1979). La pintura arrastra una profunda crisis desde hace años y podría pasar como la más débil de las disciplinas en medio de este maremoto, pero ya lució con fuerza en el último ARCO y no parece que vaya a ser éste su peor año. De hecho, es probable que saque pecho gracias a su clásico marchamo de valor seguro.
Aunque siempre los hay poco optimistas: "La crisis ha afectado a mucha gente", señala Santiago Ydañez (Jaén, 1969). El pintor ha tenido que solicitar a una galería extranjera la devolución de un lote de obras por impago. "Al principio les daba seis meses, después estiraba más el plazo, hasta que no ha podido ser", lamenta. "Con la espantada de los compradores forrados gracias al boom inmobiliario, el desafío está en trabajar mucho el coleccionismo de calidad", opina Hernández.
Rosa Brun (Madrid, 1955) está menos preocupada, porque la crisis actual repercute en las adquisiciones, pero al menos sigue "trabajando en lo mismo".
A las claras, nadie se atreve a ocultar cómo la situación condiciona la producción:"La crisis influye a la hora de elegir ciertos formatos. Las galerías son un buen indicador", explica Garraza. Gracias a ellas, los artistas siguen las pistas del apetito de los coleccionistas. Mandan los formatos pequeños y baratos.
"Va a pasar una cosa muy sencilla. Al final quedarán los galeristas y los artistas que hayan hecho su trabajo con entrega y sin ánimo de lucro", vaticina Nico Munuera (Lorca, 1974). Algo en lo que coincide Hernández, porque para él antes de la crisis todo le salía bien a todos. "La gente prefiere pasta a objetos".
"¿Cómo se nota la crisis?", Javier Arce (Santander, 1973) recibe la pregunta con una respuesta contundente: la crisis siempre ha existido. "Han cerrado muchas galerías de arte, por lo menos en la ciudad de New York, que es donde ahora resido. En las instituciones públicas también se padece una gran reducción de presupuestos a la hora de producir exposiones y obras por parte de los museos y centros de arte", comenta el artista.
Un combate a muerte
La pelea continúa dentro de los talleres. Santiago Ydañez se refiere a su estudio como si hablara de un ring. "Lucha", "charco" y "confusión" son palabras que le vienen a la cabeza mientras termina los cuadros que presentará en la galería Sandunga (Granada). Lo suyo no es muy distinto a un combate: se enfrenta a lienzos de dos metros por cuatro y el secado rápido del acrílico le obliga a reaccionar con rapidez. "Si veo que no sale, riego el cuadro con un manguerazo. A veces nado en un lago continuo", dice. Por eso, su taller en Puente de Génave tiene un sumidero en el centro. Frente al cuadro, el pintor se mueve con un barreño de 50 litros de agua. Ataca con confusión, porque no lo ve claro: "Si sale a la primera todo va bien, pero si hay que luchar..."
La forma de trabajar de Munuera es tumbar los lienzos en el suelo y, con una brocha muy larga, barre la pintura. "Trabajo brazos y piernas para poder pintar".
Si no, no podría manipular la larguísima brocha que usa para peinar las partes centrales de sus cuadros más grandes. "Licuo mucho la pintura y voy quitándola", explica, de manera que los excedentes acaban poniendo el suelo perdido. El momento más delicado viene cuando aplica la capa final desde un andamio que lo eleva a un palmo del suelo. "A veces no puedes con el cuadro... Manda él", dice. Se la juega en tres horas. Si el resultado no le gusta, quita la tela y pone otra nueva: "Soy muy de romper y elegir".
A sus pies, una hilera de jarras de tres litros contienen las mezclas de color que el pintor necesita (prepararlas le ha llevado otras tres horas). Munuera comenzará la temporada con To paint or not to paint en el Museo de Bellas Artes de Murcia, MUBAM, para la que se ha centrado en los tonos oscuros y dorados, en consonancia con la colección de Murillo del centro.
Rosa Brun no ve problemas físicos en su trabajo, simplemente se cuida. "Tampoco hay que ser un suicida", porque ella prefiere contratar asistentes. Brun presentará una exposición el próximo curso en la galería madrileña Oliva Arauna. En ocasiones, la artista somete su cuerpo a una rutina coreográfica: "El brochazo está muy relacionado con el baile. En mi caso, lograr que las capas se unan requiere una gran movilidad". Desde sus inicios, Brun trabaja con la materia como elemento básico que transmite experiencias sensoriales. Hierro, acero, óleo, yesos, encaústica Brun defiende una pintura con vocación escultórica.
Dimensión psicológica
Lejos de esta idea se sitúa Kepa Garraza, que entiende la pintura no como un proceso físico, sino como algo mental. "Pintar no es un combate donde entre en juego la duda, la incertidumbre o los hallazgos. Para mí es un proceso metódico y muy paulatino para llegar a un lugar concreto", explica. Un lugar que planea a conciencia. Su próxima exposición, en la galería Salvador Díaz, Porque seremos cientos por cada uno de los vuestros, le ha llevado algo más de dos años. Consistirá en una serie de óleos en los que recrea acciones terroristas de un grupo ficticio que atenta contra el sistema del arte, con escenas polémicas como una explosión en el Louvre, el secuestro de Damien Hirst o el Guernika rajado.
Con una lectura menos dirigida entiende su arte José Manuel Broto (Zaragoza, 1949), que abre temporada en Soledad Lorenzo (Madrid) con la exposición Relato. Pero el título es una trampa: "Creo que la pintura todavía relata cosas, pero yo no soy un pintor literario ni figurativo. Prefiero los cuadros elípticos, ir dando huellas para que cada uno reconstruya a su manera". El que fuera miembro del colectivo barcelonés Trama anuncia que dará batalla a "esa corriente crítica que ve en el abuso del color un toque infantil y femenino". Siempre ha reivindicado la pintura, pero explica que no son momentos heroicos, sino de síntesis: "Ya no hay una solución global, ni un estilo triunfador, ni una forma artística ganadora, sino una variedad ecléctica".
Es en esa variedad en la que se encuentra más cómodo Javier Arce. su formación académica fue la de escultor, pero se ha dado a conocer con un impresionante trabajo en el que arruga imágenes icónicas, como el grito de Munch o la Capilla Sixtina, que antes ha pintado sobre papel. Sus trabajos en la serie Estrujados son reflexiones sobre cómo pierden el valor todas esas grandes obras, convertidos en simples objetos de uso cotidiano. "Todo lo he hecho sin pintar, esta serie básicamente son dibujos, entendidos más como una escultura, por cómo se dibujan, embalan y se muestran". Habla del esfuerzo físico y mental del proceso, de valerse de los medios que sean, no sólo la pintura, y del desafío de un artista: trabajar sin tener en cuenta al comprador: "El que un trabajo termine en la casa de un coleccionista, en la pared o almacén de un Museo no depende de mí".
Isabel Repiso, Madrid: La pintura resiste al sol, Público, 17 de agosto de 2009
La apertura de la nueva temporada se hará con la mayor de las amenazas: el año más crudo de la crisis. "Está claro que se mueve menos dinero en las ferias y que hay menos volumen de ventas, pero se siguen manejando cifras sorprendentes para estar en una crisis económica mundial", opina el pintor Kepa Garraza (Berango, Bizkaia, 1979). La pintura arrastra una profunda crisis desde hace años y podría pasar como la más débil de las disciplinas en medio de este maremoto, pero ya lució con fuerza en el último ARCO y no parece que vaya a ser éste su peor año. De hecho, es probable que saque pecho gracias a su clásico marchamo de valor seguro.
Aunque siempre los hay poco optimistas: "La crisis ha afectado a mucha gente", señala Santiago Ydañez (Jaén, 1969). El pintor ha tenido que solicitar a una galería extranjera la devolución de un lote de obras por impago. "Al principio les daba seis meses, después estiraba más el plazo, hasta que no ha podido ser", lamenta. "Con la espantada de los compradores forrados gracias al boom inmobiliario, el desafío está en trabajar mucho el coleccionismo de calidad", opina Hernández.
Rosa Brun (Madrid, 1955) está menos preocupada, porque la crisis actual repercute en las adquisiciones, pero al menos sigue "trabajando en lo mismo".
A las claras, nadie se atreve a ocultar cómo la situación condiciona la producción:"La crisis influye a la hora de elegir ciertos formatos. Las galerías son un buen indicador", explica Garraza. Gracias a ellas, los artistas siguen las pistas del apetito de los coleccionistas. Mandan los formatos pequeños y baratos.
"Va a pasar una cosa muy sencilla. Al final quedarán los galeristas y los artistas que hayan hecho su trabajo con entrega y sin ánimo de lucro", vaticina Nico Munuera (Lorca, 1974). Algo en lo que coincide Hernández, porque para él antes de la crisis todo le salía bien a todos. "La gente prefiere pasta a objetos".
"¿Cómo se nota la crisis?", Javier Arce (Santander, 1973) recibe la pregunta con una respuesta contundente: la crisis siempre ha existido. "Han cerrado muchas galerías de arte, por lo menos en la ciudad de New York, que es donde ahora resido. En las instituciones públicas también se padece una gran reducción de presupuestos a la hora de producir exposiones y obras por parte de los museos y centros de arte", comenta el artista.
Un combate a muerte
La pelea continúa dentro de los talleres. Santiago Ydañez se refiere a su estudio como si hablara de un ring. "Lucha", "charco" y "confusión" son palabras que le vienen a la cabeza mientras termina los cuadros que presentará en la galería Sandunga (Granada). Lo suyo no es muy distinto a un combate: se enfrenta a lienzos de dos metros por cuatro y el secado rápido del acrílico le obliga a reaccionar con rapidez. "Si veo que no sale, riego el cuadro con un manguerazo. A veces nado en un lago continuo", dice. Por eso, su taller en Puente de Génave tiene un sumidero en el centro. Frente al cuadro, el pintor se mueve con un barreño de 50 litros de agua. Ataca con confusión, porque no lo ve claro: "Si sale a la primera todo va bien, pero si hay que luchar..."
La forma de trabajar de Munuera es tumbar los lienzos en el suelo y, con una brocha muy larga, barre la pintura. "Trabajo brazos y piernas para poder pintar".
Si no, no podría manipular la larguísima brocha que usa para peinar las partes centrales de sus cuadros más grandes. "Licuo mucho la pintura y voy quitándola", explica, de manera que los excedentes acaban poniendo el suelo perdido. El momento más delicado viene cuando aplica la capa final desde un andamio que lo eleva a un palmo del suelo. "A veces no puedes con el cuadro... Manda él", dice. Se la juega en tres horas. Si el resultado no le gusta, quita la tela y pone otra nueva: "Soy muy de romper y elegir".
A sus pies, una hilera de jarras de tres litros contienen las mezclas de color que el pintor necesita (prepararlas le ha llevado otras tres horas). Munuera comenzará la temporada con To paint or not to paint en el Museo de Bellas Artes de Murcia, MUBAM, para la que se ha centrado en los tonos oscuros y dorados, en consonancia con la colección de Murillo del centro.
Rosa Brun no ve problemas físicos en su trabajo, simplemente se cuida. "Tampoco hay que ser un suicida", porque ella prefiere contratar asistentes. Brun presentará una exposición el próximo curso en la galería madrileña Oliva Arauna. En ocasiones, la artista somete su cuerpo a una rutina coreográfica: "El brochazo está muy relacionado con el baile. En mi caso, lograr que las capas se unan requiere una gran movilidad". Desde sus inicios, Brun trabaja con la materia como elemento básico que transmite experiencias sensoriales. Hierro, acero, óleo, yesos, encaústica Brun defiende una pintura con vocación escultórica.
Dimensión psicológica
Lejos de esta idea se sitúa Kepa Garraza, que entiende la pintura no como un proceso físico, sino como algo mental. "Pintar no es un combate donde entre en juego la duda, la incertidumbre o los hallazgos. Para mí es un proceso metódico y muy paulatino para llegar a un lugar concreto", explica. Un lugar que planea a conciencia. Su próxima exposición, en la galería Salvador Díaz, Porque seremos cientos por cada uno de los vuestros, le ha llevado algo más de dos años. Consistirá en una serie de óleos en los que recrea acciones terroristas de un grupo ficticio que atenta contra el sistema del arte, con escenas polémicas como una explosión en el Louvre, el secuestro de Damien Hirst o el Guernika rajado.
Con una lectura menos dirigida entiende su arte José Manuel Broto (Zaragoza, 1949), que abre temporada en Soledad Lorenzo (Madrid) con la exposición Relato. Pero el título es una trampa: "Creo que la pintura todavía relata cosas, pero yo no soy un pintor literario ni figurativo. Prefiero los cuadros elípticos, ir dando huellas para que cada uno reconstruya a su manera". El que fuera miembro del colectivo barcelonés Trama anuncia que dará batalla a "esa corriente crítica que ve en el abuso del color un toque infantil y femenino". Siempre ha reivindicado la pintura, pero explica que no son momentos heroicos, sino de síntesis: "Ya no hay una solución global, ni un estilo triunfador, ni una forma artística ganadora, sino una variedad ecléctica".
Es en esa variedad en la que se encuentra más cómodo Javier Arce. su formación académica fue la de escultor, pero se ha dado a conocer con un impresionante trabajo en el que arruga imágenes icónicas, como el grito de Munch o la Capilla Sixtina, que antes ha pintado sobre papel. Sus trabajos en la serie Estrujados son reflexiones sobre cómo pierden el valor todas esas grandes obras, convertidos en simples objetos de uso cotidiano. "Todo lo he hecho sin pintar, esta serie básicamente son dibujos, entendidos más como una escultura, por cómo se dibujan, embalan y se muestran". Habla del esfuerzo físico y mental del proceso, de valerse de los medios que sean, no sólo la pintura, y del desafío de un artista: trabajar sin tener en cuenta al comprador: "El que un trabajo termine en la casa de un coleccionista, en la pared o almacén de un Museo no depende de mí".
Isabel Repiso, Madrid: La pintura resiste al sol, Público, 17 de agosto de 2009