El Prado recupera al José de Ribera más naturalista
32 obras reconstruyen los primeros años de El Españoleto en Italia en torno a 'La resurrección de Lázaro'
A diferencia de otros artistas, la obra de los primeros años de José de Ribera, El Españoleto, (Xátiva, Valencia, 1591-Nápoles, 1652) no es una obra menor. Todo lo que pinta en sus primeros años de carrera, en Roma y Nápoles, conforma ya la gran obra del artista español. Con medio centenar de cuadros posteriores a 1630 en su colección permanente, el Prado posee una sola obra de esta primera etapa del artista: La resurección de Lázaro, un lienzo de gran tamaño (1,71 por 2,89 metros), adquirido en 2001 en una subasta por 2,5 millones de euros. En torno a esta importantísima obra, y otras 31 prestadas por coleccionistas e instituciones de todo el mundo, el Prado reconstruye la llamada etapa romana del pintor en una exposición que permanecerá abierta hasta finales de julio y, posteriormente, viajará a Nápoles. Además de reunir obras esenciales, muchas de ellas nunca expuestas, la exposición incluye una pieza inédita, El martirio de san Lorenzo, rescatada y restaurada por el Pilar de Zaragoza.
Pero si la inclusión de obra inédita es una sorpresa, toda la exposición es un cúmulo de revelaciones sobre los primeros años profesionales de un artista cuya carrera estuvo llena de vaivenes, en palabras de Javier Portús, comisario de la exposición. Son unos años en los que al igual que ocurre con su vida personal, el conocimiento era igual a cero. "Cuando en 2001 el museo compra Resurrección no se habían localizado más de media docena de pinturas de la etapa romana de Ribera. En este momento superan las cincuenta", explica Portús durante el recorrido de la exposición. El experto detalla cómo ha sido posible la certificación de tan alto número de obras. "Muchas figuraban como anónimas porque él no siempre firmaba, y aún firmando, persistían las dudas. Pero son unos años en los que los grandes pintores hacen constar su autoría. Un grupo de expertos son los que han ido certificando lo que antes eran atribuciones".
El sello de la forma de pintar de El Españoleto en su primera etapa italiana está presente en todo el recorrido de la exposición: obras religiosas con grupos de personajes que surgen de la oscuridad, iluminación centrada en uno o dos personajes al más puro estilo de Caravaggio (artista cuya obra conoció aunque no llegó a coincidir personalmente), predominio de la presencia de hombres sobre las mujeres (La mujer barbuda, posterior a esta etapa, es uno de los pocos ejemplos) y utilización del desnudo masculino como campo de experimentación emocional, sobre todo de la violencia; interés por la ciencia (una de las piezas, La vista reproduce por primera vez un telescopio) y por el conocimiento en general (aquí está reunida parte de la serie de los filósofos y Los cinco sentidos).
El comisario cree que esta muestra es toda una invitación a proseguir el conocimiento de Ribera en la colección permanente de El Prado: "Aquí vemos cómo desde sus primeros años huyó de los códigos de idealización, que prefiere acercarse a los temas a través de la experiencia. No le interesan las figuras alegóricas. Su lenguaje es naturalista y la observación le lleva a reproducir lo que tiene delante con toda la sustuosidad o el dolor necesario. En su pintura, la carne desgarrada destapa nervios, músculo y sangre en abundancia".
Contador de historias
El Ribera contador de historias está muy presente en la exposición. "Hubo un momento en el que se habló de él como pintor de cabezas", añade Portús, "pero aquí comprobamos que desde el comienzo es un gran narrador de historias. Sobre sus fondos de tinieblas, los personajes [repite mucho los modelos] viven una historia dramática que él describe con un naturalismo insuperable".
Cuando Ribera empieza a pintar todos estos cuadros está en la treintena y se conocen pocos detalles de su vida personal. Especialmente oscura siguen siendo las razones por las que muy joven deja su Xátiva natal, la ciudad de los Borgia, y se traslada a Roma. Hijo de un zapatero, hay fuentes que hablan de que la familia fue expulsada de España para reaparecer ya huérfanos de madre en Roma, en 1616, y en Nápoles a partir de 1622. Se sabe que El Españoleto (nombre que le pusieron por su escasa estatura) era un tipo de carácter fuerte y bronco (fue denunciado entre otras cosas por no cumplir en Pascua) pero que se supo mover bien dentro de la corte virreinal en Nápoles. El dominio de los ambientes de la corte, de las tabernas y de los callejones lo plasmó en sus telas. Esta exposición sirve para reconstruir también los misteriosos años del despegue de Ribera en Italia.
A diferencia de otros artistas, la obra de los primeros años de José de Ribera, El Españoleto, (Xátiva, Valencia, 1591-Nápoles, 1652) no es una obra menor. Todo lo que pinta en sus primeros años de carrera, en Roma y Nápoles, conforma ya la gran obra del artista español. Con medio centenar de cuadros posteriores a 1630 en su colección permanente, el Prado posee una sola obra de esta primera etapa del artista: La resurección de Lázaro, un lienzo de gran tamaño (1,71 por 2,89 metros), adquirido en 2001 en una subasta por 2,5 millones de euros. En torno a esta importantísima obra, y otras 31 prestadas por coleccionistas e instituciones de todo el mundo, el Prado reconstruye la llamada etapa romana del pintor en una exposición que permanecerá abierta hasta finales de julio y, posteriormente, viajará a Nápoles. Además de reunir obras esenciales, muchas de ellas nunca expuestas, la exposición incluye una pieza inédita, El martirio de san Lorenzo, rescatada y restaurada por el Pilar de Zaragoza.
Pero si la inclusión de obra inédita es una sorpresa, toda la exposición es un cúmulo de revelaciones sobre los primeros años profesionales de un artista cuya carrera estuvo llena de vaivenes, en palabras de Javier Portús, comisario de la exposición. Son unos años en los que al igual que ocurre con su vida personal, el conocimiento era igual a cero. "Cuando en 2001 el museo compra Resurrección no se habían localizado más de media docena de pinturas de la etapa romana de Ribera. En este momento superan las cincuenta", explica Portús durante el recorrido de la exposición. El experto detalla cómo ha sido posible la certificación de tan alto número de obras. "Muchas figuraban como anónimas porque él no siempre firmaba, y aún firmando, persistían las dudas. Pero son unos años en los que los grandes pintores hacen constar su autoría. Un grupo de expertos son los que han ido certificando lo que antes eran atribuciones".
El sello de la forma de pintar de El Españoleto en su primera etapa italiana está presente en todo el recorrido de la exposición: obras religiosas con grupos de personajes que surgen de la oscuridad, iluminación centrada en uno o dos personajes al más puro estilo de Caravaggio (artista cuya obra conoció aunque no llegó a coincidir personalmente), predominio de la presencia de hombres sobre las mujeres (La mujer barbuda, posterior a esta etapa, es uno de los pocos ejemplos) y utilización del desnudo masculino como campo de experimentación emocional, sobre todo de la violencia; interés por la ciencia (una de las piezas, La vista reproduce por primera vez un telescopio) y por el conocimiento en general (aquí está reunida parte de la serie de los filósofos y Los cinco sentidos).
El comisario cree que esta muestra es toda una invitación a proseguir el conocimiento de Ribera en la colección permanente de El Prado: "Aquí vemos cómo desde sus primeros años huyó de los códigos de idealización, que prefiere acercarse a los temas a través de la experiencia. No le interesan las figuras alegóricas. Su lenguaje es naturalista y la observación le lleva a reproducir lo que tiene delante con toda la sustuosidad o el dolor necesario. En su pintura, la carne desgarrada destapa nervios, músculo y sangre en abundancia".
Contador de historias
El Ribera contador de historias está muy presente en la exposición. "Hubo un momento en el que se habló de él como pintor de cabezas", añade Portús, "pero aquí comprobamos que desde el comienzo es un gran narrador de historias. Sobre sus fondos de tinieblas, los personajes [repite mucho los modelos] viven una historia dramática que él describe con un naturalismo insuperable".
Cuando Ribera empieza a pintar todos estos cuadros está en la treintena y se conocen pocos detalles de su vida personal. Especialmente oscura siguen siendo las razones por las que muy joven deja su Xátiva natal, la ciudad de los Borgia, y se traslada a Roma. Hijo de un zapatero, hay fuentes que hablan de que la familia fue expulsada de España para reaparecer ya huérfanos de madre en Roma, en 1616, y en Nápoles a partir de 1622. Se sabe que El Españoleto (nombre que le pusieron por su escasa estatura) era un tipo de carácter fuerte y bronco (fue denunciado entre otras cosas por no cumplir en Pascua) pero que se supo mover bien dentro de la corte virreinal en Nápoles. El dominio de los ambientes de la corte, de las tabernas y de los callejones lo plasmó en sus telas. Esta exposición sirve para reconstruir también los misteriosos años del despegue de Ribera en Italia.
Ángeles García / Manuel Morales, Madrid: El Prado recupera al José de Ribera más naturalista, EL PAÍS, 31 de marzo de 2011