Teotihuacan, el arte de los dioses
El 20 de marzo, coincidiendo con el equinoccio de primavera, cerca de 160.000 personas acudieron a recargarse de energía vital durante una esforzada ascensión a la pirámide del Sol de Teotihuacan (63 metros de alto). Es una tradición supersticiosa en la que abundan muchos de los guías extraoficiales que pululan por este sitio arqueológico, el más visitado de México (2,5 millones de entradas en 2010) y sin duda uno de los más misteriosos. La magnífica exposición que ayer se inauguró en el CaixaForum de Barcelona, y que en julio cerrará en Madrid su larga gira europea, es la otra cara de la moneda de la leyenda esotérica de Teotihuacan.
Sin esconder los mil enigmas que aún oculta la ciudad, la muestra exhibe a través de 400 hermosas piezas de diferentes disciplinas lo poco que se sabe sobre esta civilización que, entre los siglos II antes de Cristo y VII después de Cristo, se convirtió en el gran centro cultural y político de Mesoamérica.
Lo cierto es que de aquella experiencia colectiva de hombres y mujeres en una ciudad de dioses no conocemos ni el nombre. El de Teotihuacan se lo pusieron los aztecas (mexicas) siglos después de que la ciudad colapsara no se sabe si por invasión, revueltas internas, catástrofe natural o provocada, y de que un pavoroso incendio arrasara gran parte de sus principales edificios. En lengua náhuatl, Teotihuacan significa algo así como "el lugar donde fueron hechos los dioses". Su prestigio legendario como centro de culto se mantuvo hasta el punto de que los aztecas situaron allí la cosmogonía de la Leyenda de los soles (la inmolación de los dioses antiguos en una pira para crear el sol, la luna, el movimiento de estos astros y en consecuencia la vida) y se desplazaban hasta el lugar para realizar sus ritos. También, como suele ser tradición, incorporaron sus mejores esculturas, joyas y todo tipo de piezas valiosas a sus propios lugares de culto.
"Teotihuacan fue una de las metrópolis más importante de Mesoamérica, especialmente gracias al comercio de obsidiana, con el que hacían sus puñales, y en el siglo V de nuestra era llegó a tener 125.000 habitantes provenientes de lugares muy distantes, que se distribuían en un área de 25 kilómetros cuadrados", comenta Diana Magaloni, directora del Museo Nacional de Antropología de México, institución de la que provienen gran parte de los fondos de esta muestra, la mayor hasta la fecha sobre esta cultura. La organización ha corrido a cargo del Instituto de Antropología e Historia de México.
"No hemos vaciado el museo, aunque hay algunas piezas de la colección permanente, ya que la mayoría proviene de las últimas excavaciones o de este otro yacimiento que se denomina estar en cajas y que gracias a la preparación de la exposición han podido restaurarse y documentarse". Magaloni no disimula su impaciencia porque muchas de estas obras puedan volver pronto a México. Parte de ellas se incorporará al nuevo montaje de la sala dedicada a Teotihuacan en el museo que dirige.
Entre ellas tendrá un lugar prominente la monumental escultura del Jaguar de Xalla, hallada hace 11 años en el templo de Xalla, un palacio que según se desprende de las excavaciones parece que fue un centro administrativo en el que se tomaban las principales decisiones políticas. Difícil saberlo del todo: casi todo en torno a Teotihuacan son enigmas. Los expertos aún siguen discutiendo sobre el tipo de gobierno que pudo tener la ciudad, ya que más allá de las referencias arqueológicas (se ha excavado menos de una cuarta parte) y a falta de poder descifrar aún los ideogramas que aparecen en algunas piezas tienen que basar sus hipótesis en lo que sucedía en otras culturas. "Aún está bajo investigación, pero esta figura del jaguar hace referencia a uno de los grupos militares más importantes del lugar que tenía como símbolo este animal", indica Magaloni. "Está tallado en piedra pero es modular, como muchas de las esculturas y piezas de esta cultura, y estaba forrada de estuco fino de cal y vidrio volcánico sobre el que se pintaba con pigmentos naturales". De hecho, recuerda, todos los edificios y esculturas que había en Teotihuacan estaban policromadas y en la ciudad predominaba el tono rojizo.
Para Miguel A. Báez, director científico de la exposición, en sus más de 600 años de historia el arte de Teotihuacan mantuvo unas líneas similares (figuras rígidas sin signos de individualidad), si bien en la pintura mural sí que se aprecian distintas etapas. Su estatismo no impide que de ellas emane una belleza sugerente y extraña, como el misterio sin fin de esta ciudad en la que se forjaron los dioses.
El elegante y casi aséptico montaje de la exposición se cierra con el espectacular Disco Solar con el dios de la Muerte. Y, ante esta descarada deidad que saca la lengua sedienta de sangre, el visitante no puede evitar un escalofrío. Las últimas excavaciones realizadas en la Pirámide de la Luna -explicadas en el catálogo- han dejado al descubierto que esta monumental estructura está formada por siete edificios colocados uno encima de otro, como capas de cebolla, y que las sucesivas construcciones se coronaban, o celebraban, con sacrificios humanos. Siempre, parece ser, de extranjeros (posiblemente cautivos) que se ofrecían, en general, con las manos atadas a la espalda o decapitados y acompañados de un amplio abanico de animales que en algunos casos se enterraban vivos. Para Miguel A. Báez era una sociedad belicosa, "pero no más violenta que la actual, en donde también muchos gobiernos aplican la pena de muerte".