La venganza de Velázquez
¿Enemigos? No tanto como eso, pero Knox sostiene que Velázquez vivía airado por el desdén que el oficio de pintor recibía dentro del sistema social del siglo XVI. Y no sólo eso: participaba activa y apasionadamente en los debates que dividían a sus compañeros. "Los expertos siempre han tenido problemas con el hecho de que Velázquez se representase a sí mismo en 'Las meninas' en el acto de pintar. Es muy probable que se trate de la primera representación de esta manera de un pintor en España", escribe Knox en su ensayo. Y ahí está la clave de su hipótesis. Velázquez se retrata junto a la familia real pincel en mano porque quería ennoblecer su trabajo socialmente.
Pocos años antes, Velázquez se había retratado en dos láminas (la del Louvre y la de Berlín, como son conocidas actualmente por su 'residencia'). En una de ellas, el pintor lleva un pincel. En la otra, un libro. Ese diálogo responde a un modelo que Velázquez aprendió de Poussin e incide en la misma idea (la de la pintura como un arte liberal); pero hay un fleco de debilidad en su argumentación: Velázquez necesitaba un libro para reivindicarse como un hombre de cultura.
En 'Las meninas' eso ya no ocurre: Velázquez se retrata con su pincel y rodeado de los cuadros que ocupan los celajes del lienzo. ¿Y 'Las hilanderas'? Pasa algo parecido: el cuadro una reivindicación de la mano como instrumento de expresión artística e intelectual. Expliquémonos: con 'Las hilanderas', según Knox, Velázquez se alinea con los pintores venecianos, Tintoretto y Tiziano, y contra Miguel Ángel y la escuela romana. Miguel Ángel había proclamado que la mano sólo era una herramienta del intelecto, un asunto inferior. Frente a esa tesis, Velázquez retoma el mito de Aracne como metáfora de la idea de la transformación. O sea, del poder artístico del instinto creador, de la intuición que conduce hacia lo sublime.
EL MUNDO.es | Madrid: La venganza de Velázquez, EL MUNDO, 15 de diciembre de 2010