Salvar al soldado Velázquez

El Metropolitan Museum de Nueva York devuelve a la vida obras maestras al borde de la destrucción

Detalle del retrato de Felipe IV pintado por Velázquez. REUTERS

Para los que tengan la suerte de estar estos días en Nueva York: hay que subir hasta la Quinta Avenida, esquina con la calle 82, pasar por delante de los tenderetes de los artistas callejeros y de los vendedores de perritos calientes (son veteranos de guerra; si no, no tendrían derecho a plantar el carrito en esa acera privilegiada) y subir las majestuosas escaleras de entrada al Metropolitan Museum, el Met. Dejar atrás los ramos gigantes de flores que se renuevan todos los lunes. Pagar entrada (recomiendan veinte dólares, pero es posible entrar pagando sólo dos: a veces sirven mejor al interés público los que menos alardean de ello) y ascender una segunda escalinata majestuosa, esta interior, hasta la segunda planta. Donde pone European Paintings. A la derecha. Más. No dejarse distraer por una salita con cuadros de Goya que enganchan mucho. Un poquito más. Y ya está, al fondo de la última pared: un Felipe IV jovencísimo (en The New York Times dicen que les recuerda una mezcla de los príncipes William y Harry de Inglaterra), pintado en 1624 por Diego de Velázquez. Y salvado de la muerte, así, como suena, por los restauradores del Met.

«Sin duda este cuadro ha tenido una historia muy accidentada, y de él hemos aprendido mucho de cómo funcionaba el taller de Velázquez», nos cuenta el salvador directo, que es el restaurador jefe del Met, Michael Gallagher. Conocimos personalmente a Gallagher el año pasado y fue un encuentro para no olvidar. Nos recibió en su taller de amplios ventanales con vistas a Central Park. Era como estar dentro de un diamante.

La historia casi se repite con este Felipe IV adquirido por el Met en 1914, y expuesto sesenta años hasta que en 1973 llegaron las malas noticias: los expertos concluyeron que era imposible que fuera de Velázquez. Demasiado burdo en sus acabados, demasiado tosco. Tenía que ser obra de un aprendiz de su taller. Estas cosas pasan. El museo se tragó el sapo y relegó la pintura a la insignificancia.

Hasta que se reavivaron las sospechas de Keith Christiansen, el jefe del departamento de Pintura Europea, el mismo que ya se ha «olido» otros velázquez y ha lanzado a Gallagher a su posible rescate. Dando pie a una singular oleada velazqueña que inunda de felicidad los museos de Nueva York. Otro retrato de Felipe IV se expone desde el mes pasado en la Frick Collection.

Si no supiéramos que estamos tratando con la élite museística del mundo sería para mosquearse, con perdón, con tanto velázquez saliendo de debajo de las piedras en plena crisis. El mismo Gallagher no puede evitar ponerse un tanto a la defensiva cuando nos dice: «Espero que no nos acusen de oportunistas». Mucho más enérgico, con la autoridad que le da hablar en tercera persona y no en primera, se muestra Jonathan Brown, el oráculo que siempre tiene la última palabra sobre si un cuadro dudoso es o no es de Velázquez. Y que en todos los casos aquí mencionados no ha dudado en alinear su inmenso prestigio con el del Met: «Es la gente más seria del mundo, y el cuadro es un Velázquez sin ninguna duda».

Pero lo de «sin ninguna duda» no quedó claro hasta que Gallagher empezó a apartar capas y más capas de desatinada restauración. Sobre todo cuando el cuadro pasó por las manos de quien se lo vendería al Met: Joseph Duveen, conocido por hacer repintar las obras para aumentar su valor. En este caso el trabajo fue singularmente dañino. Dejó el lienzo a medio camino «entre la falsificación y la destrucción», concluye.

Visto lo visto es inevitable preguntarse con un estremecimiento: ¿y qué pasaría si no existieran museos como el Met? ¿Si el arte quedara abandonado a su suerte y a la del mercado? Ciertamente la salvación in extremis de todos estos velázquez «es posible gracias a la nueva tecnología, los rayos X, el conocimiento histórico, las nuevas capacidades de reproducción», coinciden Gallagher y Brown. Pero a la lista hay que sumar una herramienta esencial que es el tiempo. Océanos de tiempo que «perder» trabajando en un lienzo que por lo mismo que ha acabado siendo un velázquez y justificado todos los desvelos, podía haber quedado en nada. Para afanarse así hay que poder moverse a otra escala, más renacentista que del siglo XXI. Y confiar en que cunda el ejemplo. «Yo creo que ahora todos los museos van a mirar sus cuadros de Velázquez, o que parece que no lo son, con otros ojos», dice Jonathan Brown.

Cirugía estética para un genio

El sufrimiento del cuadro hasta llegar hasta aquí es evidente. Contemplarlo es admirarse —impresionante el carisma de las manos y la sutileza de la cabeza— pero también compadecerse de sus profundas heridas. «En realidad sólo queda un 60 por ciento de la pintura original, el 40 por ciento restante ha tenido que ser reconstruido», advierte Jonathan Brown. El color negro de las ropas del rey y la oscuridad del fondo caso había desaparecido. Y no estaba su ojo izquierdo, que Gallagher ha tenido que volver a pintar en su totalidad. Lo ha podido hacer gracias a que del cuadro se conservan modelos exactos en el Prado, en Madrid, e incluso en el Museo de Bellas Artes de Boston. ¿Y eso? Pues porque lo que cuelga hoy en el Met es una réplica del retrato oficial del rey, que es el que se conserva en el Prado.

Anna Grau: Salvar al soldado Velázquez, ABC, 27 de diciembre de 2010