El espectáculo debe continuar

La Tate no es que sea un santuario al que acuden las gentes del arte (sin contar turistas) para buscar alivio al aburrimiento de sus respectivos países con sus respectivos museos. La Tate es la catedral del arte contemporáneo a la que acuden las gentes del arte para asistir a la ceremonia de la consagración de tal o cual artista. Y la llamada Sala de Turbinas tiene mucho que ver en todo esto. Por no decir casi todo. La Sala de Turbinas es el altar mayor donde han sido elevados a la categoría de dioses en la tierra creadores de muy variada experiencia y trayectoria. Un espacio inmenso y diáfano, de estructura fabril, que se puede tragar todo, cual vientre de ballena, y no es una metáfora. Un escenario inabarcable donde se puede dar voz tanto a la meditación más teatral y trágica como al espectáculo circense y lúdico. Diez años son lo que cumple la Tate y diez son los artistas que han hecho de la Sala de Turbinas su gran obra.

Louise Bourgeois (mayo- diciembre 2000).

La artista norteamericana inauguró este espacio antes de que creara tanta mitología y tanta escuela. Aunque ella no es una novata, sí que pagó el ser la pionera. Todo esto pasó cuando la Tate sólo era un proyecto en ciernes y esta Sala de Turbinas, mucha Sala de Turbinas, incluso para esta gran dama del arte contemporáneo que ha llenado museos de medio mundo con sus gigantescas arañas, y cuya aparente fragilidad esconde una transgresora nata. I Do, I Undo, I Redo fue el título de un montaje en el que se insistía en el origen industrial con tres gigantescas torres de acero. Que ahora se recuerdan un tanto desangeladas.

Juan Muñoz (junio 2001-marzo 2002).

Y llegó el primer y único español que se ha coronado en este sacrosanto escenario. A partir de él y de su Double Bind, todo cambió para esta nave de posibilidades inmensas pero de riesgos mortales. Al poco de acabar esta pieza, Juan Muñoz fallece. Algunos hemos llegado a pensar que la Sala de Turbinas acabó con él por los esfuerzos titánicos que supuso controlar este espacio, pero le ganó el pulso. Lo controló para los restos. Pasan los años y más seguros podemos estar de que Double Bind es la mejor obra que se ha expuesto aquí. La más ambiciosa y transcendente. Juan Muñoz no se hubiera consagrado sin la Sala de Turbinas y la Sala de Turbinas no sería mito escénico en vida sin Juan Muñoz.

Anish Kapoor (octubre 2002-abril 2003).

Toda pieza que se expone aquí es una foto que guardar en el álbum o en la memoria. Anish Kapoor es un maestro de la fotogenia. Sus obras no sólo epatan en persona, sino que también quedan perfectas en una foto para reproducir a página. Marsyas fue su manera de ocupar el vacío de la sala. Una gigantesca trompeta roja, que recuerda a los cuernos tibetanos, y cuyo primer efecto especial es dejarte con la boca abierta. Kapoor sabe, como pocos, ocupar el vacío para que éste pese, pero sin que las piezas que construye tengan la sensación de ser pesadas. Livianas, discretas, pero contundentes. Así era su Marsyas.

Olafur Eliasson (octubre 2003-marzo 2004).

Un sol incandescente creado por este artistas danés hizo que el concepto de la Sala de Turbinas diera un nuevo giro de ciento ochenta grados. Íbamos camino del espectáculo total y él lo borda. El público ya no parece que vaya a ver a un artista y lo que éste ha elucubrado en su loca cabeza. Ahora, acude como las moscas a la bombilla ante la última fantasía animada. Un efecto especial, con el que el espectador puede dialogar o interactuar. Si le ponen un sol gigantesco dentro del museo, éste se tumba para tomar sus rayos. Así fue con The Weather Project.

Bruce Nauman (octubre 2004-mayo 2005).

El sol quema y cansa una barbaridad, por lo que Nauman debió pensar que era mejor pecar por defecto que por exceso. Con él pasamos al minimalismo más puro y duro. Pero genial. La Sala de Turbinas se quedó vacía y fue el sonido que salía por unos altavoces el que llenaba el espacio. Una escultura sonora, Raw Materials, fue lo que nos trajo este veterano maestro de la investigación formal.

Rachel Whiteread (octubre 2005-mayo 2006).

Del sol al vacío, para luego llegar al frío o el hielo. Rachel Whiteread llenó la Sala de Turbinas de una suerte de paisaje polar con inmensos módulos blancos entre cuyos pasillos podía pasear el público. Enbankment, de nuevo, es una pieza que ganaba más en la foto que al natural. La Sala de Turbinas tampoco sería la misma sin la fotogenia de algunas de los proyectos que allí se han realizado. Encima de este montaje escultórico de cajas blancas sólo faltaba imaginar un oso polar.

Carsten Höller (octubre 2006-abril 2007).

El tobogán Test Site trajo algún quebradero de cabeza a la Sala de Turbinas. Arreciaron las críticas. Aquello parecía un parque de atracciones y, encima, alguien se podía abrir la testa. Los puristas empezaban a sospechar que el espectáculo de feria se había adueñado del museo. Pero con estos golpes de talonario la Tate fue engordando en cifras de visitantes, en peregrinaciones. ¿Qué quieren que les diga? Yo no me tiré por el tobogán, por si acaso, pero me pareció bien aquello de sacar la lengua a los estirados puristas.

Doris Salcedo (octubre 2007-abril 2008).

La famosa grieta de la artista colombiana (recién galardonada con el Premio Velázquez) también fue pasto de la críticas más especulativas. Shibboleth se llamaba aquella teatral idea, y la cicatriz aún se puede ver en el suelo de la Sala de Turbinas. Unos dijeron que era una metáfora fácil; otros, que era efectista. Otros que si una grieta en el suelo era arte (planteamiento igual al de «esto lo pinta mi niño»). A mi me gustó. Yo voy a la Sala de Turbinas a que me dejen con la boca abierta, a que haya un terremoto bajo mis pies.

Gonzalez-Foerster (octubre 2008- abril 2009).

Llegó esta artista francesa a hacer lo impensable: conseguir que su intervención haya sido la menos fotografiada de cuantas han pasado por aquí. La de Nauman se podía llevar la palma, porque no había nada que retratar (la nada, el sonido, lo intagible), pero vino Dominique Gonzalez-Foerster y le superó. El espectáculo perdía en intensidad. TH. 2058 quería ser una reflexión futurista, recién salida de una película de ciencia-ficción. Su araña gigantesca recordaba a las de Louise Bourgeois.

Miroslaw Balka (octubre 2009-abril 2010).

Ha sido el último y ha cerrado la década. Sin embargo, su teatral pieza (How is it) no va a estar presente para celebrar el aniversario de la Tate. Se habrá desmontado ya a la espera de que llegue el siguiente, Ai Wei Wei (para octubre de este año). Aún tengo muy reciente la visita a la pieza de Balka. Un gran cajón metálico en cuyo interior reina una oscuridad sin límites. Supone una vuelta a los orígenes, a la quintaesencia. Aunque el público se haya empeñado en hacer de este agujero negro un divertimento (la costumbre aquí sembrada con muy buenos resultados), su interior resultaba agónico, asfixiante.

Laura Revuelta: El espectáculo debe continuar, ABCD Las Artes y Las Letras, nº 948, 09 de mayo de 2010