¿Cuál es el museo ideal? / Los artistas toman la palabra
Artistas vivos frente a grandes maestros
El no-museo
Aspersores que empapan todo
Donde la obra nos hable sin ruido
De contar con un escuálido grupito de museos de arte contemporáneo, en apenas varias décadas, hemos pasado a disponer de una flota de espacios para mostrar el arte muy considerable. Asistimos, de hecho, tras el mundialmente celebrado éxito del “efecto Guggenheim”, a una especie de gripe o pandemia contagiosa donde cada comunidad, casi siempre gobernada por políticos ambiciosos, parece obligatoriamente conducida a contar con una nueva catedral para el arte, que es parada obligatoria para el turista cinco millones, que al final es lo que parece importar hoy a los políticos y gestores de turno.
El museo es una vela encendida cuya sombra es la imagen de quien lo dirige. Debería ser el lugar que permita que la función del arte se cumpla, que la obra encuentre en ese espacio el nivel más depurado de su voz y nos hable sin distracciones y sin ruidos, acorde a las condiciones y mecanismos para los que fue ideada por el artista.
El museo ideal es un mecanismo vivo, un almacén orgánico y un laboratorio activo de doble piel: una sensible y permeable y otra piel más dura, estable y protectora de sus contenidos y capaz de reflejar el presente y visionar el futuro.
Colecciones imperfectas
El museo es un gran contenedor de ideologías y su trabajo más importante es el de conservar y seleccionar aquellos hechos destacables y representativos de la época por sus discursos.
Ahora bien, cómo creamos archivo es uno de los aspectos que define si un museo es eficiente en sus funciones. Destaco tres de los riesgos que observo en los actuales museos de arte contemporáneo. El primero, es la importancia de exigir a un museo mantener la integridad de la obra del artista y su espíritu de presentación. Actualmente observo muchas exposiciones donde la obra del artista está fragmentada (en su concepto), descontextualizada y agrupada en entornos, muchas veces, hostiles. La manipulación de las obras es constante y en muchas ocasiones no reflejan la trayectoria ideológica y de pensamiento del artista. Sus obras son introducidas en colectivas, donde el parafraseante convierte las piezas en fragmentos de un discurso ajeno y lo asienta como una verdad histórica imperante, por el hecho de estar reconstruido con obras de artistas considerados.
Por otra parte, creo que es peligrosa una excesiva dependencia cuando las colecciones públicas se amplían sobre todo a costa de las colecciones privadas. Hay que pensar que una colección privada está concebida bajo un gusto personal y totalmente subjetivo. Este gusto subjetivo se va a convertir en reconocimiento público y se va a transformar en una colección objetiva, a través de sus donaciones y alquileres.
Por último, es necesario que los museos se especialicen y tengan un proyecto específico. Me parece un esfuerzo absurdo y poco eficiente el museo que se repite. Echo de menos colecciones donde verdaderamente se vea la evolución de los artistas y no fragmentos, que convierten el pensamiento del artista en citas resultonas y de pensamiento fácil.
Público y gratis
Un museo en el que sea un placer estar, un verdadero placer, debe tener por supuesto una gran colección. Pero una gran colección no es en modo alguno tener los cromos apropiados de la historia del arte; debe ser una colección que ha sido adquirida con pasión y convencimiento, una colección que transmite un modo de pensar el arte. La colección debería contener piezas raras, exquisitas, sorprendentes. Su disposición debería superar igualmente mis expectativas, no confirmarlas. Un museo debe tener una personalidad, en fin, una conversación interesante que nos haga disfrutar como nos hace disfrutar la conversación de ciertas personas: ocurrente, con humor, nunca acartonada, nunca de lugares comunes, sin miedo de ser irreverente, ácida, sarcástica incluso; completamente indiferente al buen gusto y a nociones tan soporíferas como el prestigio.
Con tales características, a mi museo ideal le daría igual el número de visitantes. Sería un museo elitista, pero para una élite que no se corresponde con ninguna clase social ni cultural existente; sería una élite creada por el propio museo, el museo crearía a su público y no el público a su museo, porque el público no sabe lo que quiere hasta que lo ve. Finalmente, este museo ideal tendría una política de publicaciones, eventos, conferencias, ciclos de cine y de teatro extraordinaria de nuevo por lo sorprendente, traería cosas desconocidas u olvidadas, piezas pequeñas pero claves, piezas que nadie pensó en recuperar hasta que llegó este museo ideal. Este museo no haría distinción de disciplinas pero no se llamaría nunca interdisciplinar, sería un lugar de alegría, soltura y espontaneidad, sin llamarse jamás lúdico ni entertaining, y tendría una gran relación con la ciudad y el barrio sin llamarse jamás popular. Sería un lugar público, y sería gratis.
¿Cuál es el museo ideal?, EL MUNDO / elcultural.es, 14 de mayo de 2010
Mi museo ideal tendría estas características:
- 1. Antes de su construcción, el arquitecto del museo haría consultas previas a artistas, profesionales del sector y a los trabajadores habituales que vayan a hacer uso del centro. El arquitecto no concebiría su edificio como una obra de arte, sino como un espacio para acoger obras de arte. Así, el artista no tendría que adaptar sus obras a las excentricidades del arquitecto, sino que encontraría un espacio versátil y adaptable fácilmente a distintos usos expositivos. En este museo estarían prohibidas paredes en las que no se pueda taladrar, los montacargas demasiado pequeños o suelos que no puedan soportar el peso de grandes obras.
- 2. La dirección del museo quedaría asignada por concurso público, con un jurado de especialistas y profesionales del sector artístico.
- 3. El museo expondría (con orgullo y sin complejos de inferioridad) a artistas vivos de la comunidad artística local. No les concedería espacios marginales para realizar pequeños proyectos, sino que les daría la oportunidad de presentar su visión en una exposición individual con múltiples proyectos. El museo haría un trueque con sus exposiciones, intercambiando producciones propias con otras llegadas de museos de fuera, consiguiendo, de esta forma, revalorizar y poner en circulación valores locales.
- 4. El museo eliminaría departamentos basados en técnicas. Crearía áreas realmente innovadoras, interdependientes, ágiles y mucho más orgánicas que los actuales sistemas clasificatorios.
- 5. El museo tendría a artistas en su Patronato.
- 6. El museo daría una enorme importancia al departamento educativo y tendría, como eje fundamental, conectar con comunidades no directamente vinculadas al mundo del arte. Los talleres con artistas serían un eje principal de su actividad. Esta filosofía convertiría el museo en un verdadero centro de investigación.
- 7. El museo haría un esfuerzo por encontrar innovadores diseños de montaje de exposiciones para reducir significativamente las carísimas partidas destinadas hoy por hoy a este fin. El dinero ahorrado revertiría directamente en la producción de la obra de arte, cuya financiación es siempre tan difícil.
- 8. El museo crearía redes de colaboración con otras instituciones de creación contemporánea. Se crearía así una sinergia y se evitaría duplicar esfuerzos.
- 9. El museo no gastaría gran parte de su presupuesto en adquirir obras de los grandes maestros. Éstos se conseguirían a través de donaciones de colecciones privadas. El dinero ahorrado se destinaría a adquirir obras mucho más asequibles de artistas emergentes, quizás, los grandes artistas del futuro.
- 10. El museo no limitaría su actividad a su espacio museístico concreto. Sus proyectos se extenderían a espacios anexos, locales abandonados para proyectos expositivos concretos o espacios públicos. Se crearía así una institución mucho más permeable, dinámica y menos anclada en los límites físicos de la institución.
DANIEL CANOGAR
El no-museo
Mi museo ideal es el no-museo. Las cosas mueren, debemos dejarlas morir. El arte contemporáneo no lo hace necesario, ya que el espacio del museo tiene límites concretos y lo contemporáneo es un tiempo sin límites. El arte actual se gestiona muy mal dentro de esta institución. Sus agentes (comisarios, directos, restauradores, vigilantes...) son cuidadores. Son roles maternos y no pueden considerarse autores. Aprendieron sus oficios en tiempos de la Academia donde pensaron el museo como un marco para conservar objetos y documentos, cuando la estrategia actual es el evento. Los objetos que conserva son objetos con poder. Pero cualquier objeto, sea o no sea artístico, es susceptible de emitir ese poder, y cualquiera puede crearlo. ¿Qué queda fuera del Museo? Los artistas estamos creando públicos y no un solo público, ni una sola memoria. Estamos en el ahora.
EULÀLIA VALLDOSERA
Aspersores que empapan todo
A los museos el espacio se les está quedando pequeño. Si hacemos un repaso para ver de dónde venimos, comprobaremos que hemos pasado (salvo honrosas excepciones) de los museos abigarrados y sin criterio del siglo XVIII a la visión historicista del siglo XIX y, de ahí, a los museos como expresión de la identidad nacional.
Actualmente, hay una vocación expansiva y reproductiva en pos de la marca-museo, lo que apoya el absurdo papel de contenedores que todavía hoy se autoasignan. Repensar el papel de los museos nos llevaría a relacionarlos con la posibilidad de llevar a cabo una labor seria y concienzuda de análisis de la sociedad en la que han crecido. Los museos tendrán que ser aspersores que empapen todo a su alrededor o se pueden convertir en entes espectaculares propulsados hacia la nada.
EUGENIO AMPUDIA
Donde la obra nos hable sin ruido
De contar con un escuálido grupito de museos de arte contemporáneo, en apenas varias décadas, hemos pasado a disponer de una flota de espacios para mostrar el arte muy considerable. Asistimos, de hecho, tras el mundialmente celebrado éxito del “efecto Guggenheim”, a una especie de gripe o pandemia contagiosa donde cada comunidad, casi siempre gobernada por políticos ambiciosos, parece obligatoriamente conducida a contar con una nueva catedral para el arte, que es parada obligatoria para el turista cinco millones, que al final es lo que parece importar hoy a los políticos y gestores de turno.
El museo es una vela encendida cuya sombra es la imagen de quien lo dirige. Debería ser el lugar que permita que la función del arte se cumpla, que la obra encuentre en ese espacio el nivel más depurado de su voz y nos hable sin distracciones y sin ruidos, acorde a las condiciones y mecanismos para los que fue ideada por el artista.
El museo ideal es un mecanismo vivo, un almacén orgánico y un laboratorio activo de doble piel: una sensible y permeable y otra piel más dura, estable y protectora de sus contenidos y capaz de reflejar el presente y visionar el futuro.
JUAN USLÉ
Colecciones imperfectas
El museo es un gran contenedor de ideologías y su trabajo más importante es el de conservar y seleccionar aquellos hechos destacables y representativos de la época por sus discursos.
Ahora bien, cómo creamos archivo es uno de los aspectos que define si un museo es eficiente en sus funciones. Destaco tres de los riesgos que observo en los actuales museos de arte contemporáneo. El primero, es la importancia de exigir a un museo mantener la integridad de la obra del artista y su espíritu de presentación. Actualmente observo muchas exposiciones donde la obra del artista está fragmentada (en su concepto), descontextualizada y agrupada en entornos, muchas veces, hostiles. La manipulación de las obras es constante y en muchas ocasiones no reflejan la trayectoria ideológica y de pensamiento del artista. Sus obras son introducidas en colectivas, donde el parafraseante convierte las piezas en fragmentos de un discurso ajeno y lo asienta como una verdad histórica imperante, por el hecho de estar reconstruido con obras de artistas considerados.
Por otra parte, creo que es peligrosa una excesiva dependencia cuando las colecciones públicas se amplían sobre todo a costa de las colecciones privadas. Hay que pensar que una colección privada está concebida bajo un gusto personal y totalmente subjetivo. Este gusto subjetivo se va a convertir en reconocimiento público y se va a transformar en una colección objetiva, a través de sus donaciones y alquileres.
Por último, es necesario que los museos se especialicen y tengan un proyecto específico. Me parece un esfuerzo absurdo y poco eficiente el museo que se repite. Echo de menos colecciones donde verdaderamente se vea la evolución de los artistas y no fragmentos, que convierten el pensamiento del artista en citas resultonas y de pensamiento fácil.
MONTSERRAT SOTO
Público y gratis
Un museo en el que sea un placer estar, un verdadero placer, debe tener por supuesto una gran colección. Pero una gran colección no es en modo alguno tener los cromos apropiados de la historia del arte; debe ser una colección que ha sido adquirida con pasión y convencimiento, una colección que transmite un modo de pensar el arte. La colección debería contener piezas raras, exquisitas, sorprendentes. Su disposición debería superar igualmente mis expectativas, no confirmarlas. Un museo debe tener una personalidad, en fin, una conversación interesante que nos haga disfrutar como nos hace disfrutar la conversación de ciertas personas: ocurrente, con humor, nunca acartonada, nunca de lugares comunes, sin miedo de ser irreverente, ácida, sarcástica incluso; completamente indiferente al buen gusto y a nociones tan soporíferas como el prestigio.
Con tales características, a mi museo ideal le daría igual el número de visitantes. Sería un museo elitista, pero para una élite que no se corresponde con ninguna clase social ni cultural existente; sería una élite creada por el propio museo, el museo crearía a su público y no el público a su museo, porque el público no sabe lo que quiere hasta que lo ve. Finalmente, este museo ideal tendría una política de publicaciones, eventos, conferencias, ciclos de cine y de teatro extraordinaria de nuevo por lo sorprendente, traería cosas desconocidas u olvidadas, piezas pequeñas pero claves, piezas que nadie pensó en recuperar hasta que llegó este museo ideal. Este museo no haría distinción de disciplinas pero no se llamaría nunca interdisciplinar, sería un lugar de alegría, soltura y espontaneidad, sin llamarse jamás lúdico ni entertaining, y tendría una gran relación con la ciudad y el barrio sin llamarse jamás popular. Sería un lugar público, y sería gratis.
DORA GARCÍA
¿Cuál es el museo ideal?, EL MUNDO / elcultural.es, 14 de mayo de 2010