La mano inocente de Henri Rousseau
A Pablo Picasso (1881-1973) le gustaba tanto la pintura de Henri Rousseau (1844-1910) que cuando, hace ya un siglo, compró una de sus obras, Retrato de una mujer, por cinco francos franceses, decidió organizar un banquete para celebrarlo en honor al artista francés, uno de sus principales referentes por aquel entonces. Cien años después de la muerte de Rousseau, el Museo Guggenheim de Bilbao abre sus puertas, hasta el 12 de septiembre, a una muestra monográfica en profundidad sobre la obra de este singular artista francés, hecho a sí mismo al margen de las corrientes académicas de la época y, finalmente, reconocido como precursor de la Modernidad. La exposición de su obra recorre desde sus inicios autodidactas en el anonimato hasta su reconocimiento por la exigente crítica de París de la época.
Este pintor francés ni siquiera parecía estar llamado a serlo. Nació en la pequeña población de Laval, en el seno de una familia cuyo único sustento era el trabajo como hojalatero de su padre, y no comenzó a pintar hasta cumplir los 40 años, gracias a los tiempos muertos de su trabajo como oficial de aduanas. En palabras de Susan Davidson, conservadora senior de las colecciones y exposiciones del Solomon R. Guggenheim Museum de Nueva York, ese inicio tardío en la pintura provocó que durante mucho tiempo la obra de Rousseau fuera considerada por los críticos como "naíf". "Rousseau pintaba de forma infantil. Combinaba esa ingenuidad con una excelente técnica para pintar", explica Davidson.
En cualquier caso, su inquietud con el manejo del pincel le cambió la vida. Totalmente autodidacta, se inspiraba en recursos antiacadémicos como postales, fotografías, revistas populares e, incluso, libros de botánica, para lograr otra realidad en sus lienzos. En la muestra se aprecia cómo con todo ello Rousseau redefinió el espacio pictórico, ordenando los elementos desde el fondo hasta el primer plano, el método de trabajo que adoptarían los cubistas. Esta técnica, en forma de collage, cautivó a artistas jóvenes como Pablo Picasso.
Las obras de Henri Rousseau que se exhiben en el Museo Guggenheim de Bilbao provienen de los préstamos de una veintena de museos y colecciones de Europa y Estados Unidos. En el recorrido destacan Una noche de carnaval (1886), La boda (1904-05), A orillas del Oise (1905), Los alegres comediantes (1906), Los jugadores de fútbol (1908) y Retrato del Señor X (1910). El Guggenheim expone la muy conocida El león hambriento se abalanza sobre el antílope. Fue la primera obra que Rousseau logró exponer en el Salon d'Automne de París, en 1905, y también la primera que introdujo en el mercado del arte. Lo curioso es que este artista tardío no llegó a estar en una selva para poder pintarla. "Digamos", interpretó Susan Davidson, "que Rousseau siempre estaba inventando cosas, bastante parecido a un niño". También se reserva un espacio a su interés en la fotografía y su peculiar estilo para transferir lo fotografiado a un lienzo. De esta nueva técnica resulta la obra titulada El carro del tío Junier. La imagen se resume en un plano, con una iluminación homogénea, sin sombras. Es su aportación surrealista. A pesar de su reconocimiento, Rousseau seguía malviviendo de su pintura, que vendía a los tenderos del barrio parisino donde vivía. Cuando no vendía, tomaba su violín y recorría las calles para sacar algo de dinero.
Este pintor francés ni siquiera parecía estar llamado a serlo. Nació en la pequeña población de Laval, en el seno de una familia cuyo único sustento era el trabajo como hojalatero de su padre, y no comenzó a pintar hasta cumplir los 40 años, gracias a los tiempos muertos de su trabajo como oficial de aduanas. En palabras de Susan Davidson, conservadora senior de las colecciones y exposiciones del Solomon R. Guggenheim Museum de Nueva York, ese inicio tardío en la pintura provocó que durante mucho tiempo la obra de Rousseau fuera considerada por los críticos como "naíf". "Rousseau pintaba de forma infantil. Combinaba esa ingenuidad con una excelente técnica para pintar", explica Davidson.
En cualquier caso, su inquietud con el manejo del pincel le cambió la vida. Totalmente autodidacta, se inspiraba en recursos antiacadémicos como postales, fotografías, revistas populares e, incluso, libros de botánica, para lograr otra realidad en sus lienzos. En la muestra se aprecia cómo con todo ello Rousseau redefinió el espacio pictórico, ordenando los elementos desde el fondo hasta el primer plano, el método de trabajo que adoptarían los cubistas. Esta técnica, en forma de collage, cautivó a artistas jóvenes como Pablo Picasso.
Las obras de Henri Rousseau que se exhiben en el Museo Guggenheim de Bilbao provienen de los préstamos de una veintena de museos y colecciones de Europa y Estados Unidos. En el recorrido destacan Una noche de carnaval (1886), La boda (1904-05), A orillas del Oise (1905), Los alegres comediantes (1906), Los jugadores de fútbol (1908) y Retrato del Señor X (1910). El Guggenheim expone la muy conocida El león hambriento se abalanza sobre el antílope. Fue la primera obra que Rousseau logró exponer en el Salon d'Automne de París, en 1905, y también la primera que introdujo en el mercado del arte. Lo curioso es que este artista tardío no llegó a estar en una selva para poder pintarla. "Digamos", interpretó Susan Davidson, "que Rousseau siempre estaba inventando cosas, bastante parecido a un niño". También se reserva un espacio a su interés en la fotografía y su peculiar estilo para transferir lo fotografiado a un lienzo. De esta nueva técnica resulta la obra titulada El carro del tío Junier. La imagen se resume en un plano, con una iluminación homogénea, sin sombras. Es su aportación surrealista. A pesar de su reconocimiento, Rousseau seguía malviviendo de su pintura, que vendía a los tenderos del barrio parisino donde vivía. Cuando no vendía, tomaba su violín y recorría las calles para sacar algo de dinero.
Guillermo Malaina, Bilbao: La mano inocente de Henri Rousseau, Público, 25 de mayo de 2010