Richard Serra: "Mi vida profesional está empotrada en España"
La historia de amor entre Richard Serra (San Francisco, 1939) y España culminó ayer al anunciarse que el escultor californiano -cuyo nombre y obra quedará definitivamente unido al Guggenheim de Bilbao y a su proyecto de siete esculturas permanentes para ese centro- ganaba el premio Príncipe de Asturias de las Artes. El escultor, uno de los diez artistas vivos más cotizados, que ha hecho del acero, la monumentalidad y cierto minimalismo sus sellos de identidad, reconocía ayer en conversación telefónica que le debe mucho a España. "Mi arte y mi vida profesional están empotrados en España puesto que ha sido este país el que me ha ayudado a desarrollar alguno de mis mejores trabajos. La primera vez que expuse ahí fue en 1982 y desde entonces me han seguido lloviendo oportunidades que culminaron con el proyecto para la galería del Pez del Museo Guggenheim de Bilbao".
Serra lo explicaba desde su casa de Long Island (Nueva York), en plena convalecencia por una operación de espalda que le mantendrá en reposo "varios meses". Eso no le impedirá acudir a recibir un premio que, como todos los reconocimientos, "ayudan a un artista a seguir hacia delante y hacer balance". Un balance en el que, en la cruz española de la moneda, estará la desaparición de su escultura Igual-Paralelo: Guernica-Bengasi, realizada en 1985 para el Reina Sofía y extraviada más tarde de los almacenes del museo.
El arte contemporáneo del siglo XX no puede entenderse sin la presencia de este escultor que fue compañero de correrías de Jasper Johns y Donald Judd en el Nueva York de mediados de los sesenta, cuando ninguno de ellos cotizaba en los mercados del arte y la única obsesión era "trabajar siguiendo esa pulsión interior que todo artista lleva dentro". "Posiblemente sea cierto que cuando no hay dinero los artistas hacen obras de más calidad pero también es verdad que eso sólo es una elección personal del propio artista", afirmaba ayer el escultor.
Siempre ha hecho gala de no hacer "arte de pedestal" y lo recuerda orgulloso precisamente cuando el mercado celebra un nuevo hito comercial: la reciente venta de un picasso por 81 millones de euros. "Mis obras no se venden en las subastas. No han entrado en el mercado de esa manera. No soy un valor de marca que sube o baja en Bolsa. No es arte portátil y por lo tanto no se mide con esos baremos que llevan al artista a transformarse en un valor de cambio". Su trabajo suele ser por encargo y sobre todo para espacios públicos, aunque no es precisamente barato: el Guggenheim pagó veinte millones de dólares por A matter of time (el grupo de esculturas que se exhiben de forma permanente en Bilbao).
La búsqueda continua de algo más allá del objeto ha definido su carrera desde aquellas primeras obras expuestas en la galería Leo Castelli a finales de los sesenta -donde estrelló plomo en las paredes- hasta los trabajos monumentales que le han hecho popular en la última década. "Cuando miro hacia atrás veo una vida dedicada a intentar crear un lenguaje que provoque sensaciones inesperadas y que trata de introducir al espectador en la propia obra de arte. Sin el público, las obras carecen de valor. Es un trabajo que ha evolucionado con el tiempo y en el que la relación con el espacio y el contexto siempre ha sido fundamental. Yo no puedo concebir una obra sin pensar dónde va a estar situada y sin pensar en el individuo que se va a enfrentar a ella. Supongo que eso es lo que la hace diferente".
Bárbara Celis - Nueva York: Richard Serra: "Mi vida profesional está empotrada en España", EL PAÍS, 13 de mayo de 2010
El equilibrista del acero
Hace ahora un año, cuando me correspondió el honor de pronunciar la laudatio en la ceremonia de su nombramiento como doctor honoris causa por la Universidad Pública de Navarra, afirmé que Richard Serra (San Francisco, 1939), era el mejor escultor vivo. Ya sé que estas declaraciones enfáticas hay que tomárselas con cuidado, pero lo dije con un convencimiento no sólo dictado por el entusiasmo personal.
La escultura, paradigma histórico del clasicismo, sufrió una necesaria purga en nuestra época hasta literalmente desaparecer, de manera que hoy hay muchos que sostienen que la escultura es una práctica elástica identificable con cualquier cosa. A Serra le ha correspondido el singular papel de demostrar el específico sentido moderno de la escultura. La ha vuelto a poner en pie, no como pasado, sino como presente. La ha reinventado en todas las dimensiones, incluso no pocas veces monumentales, pero no como monumento. Ha hecho del peso del acero algo ligero y susceptible de levitar en el espacio como si fuera un equilibrista sobre el alambre. Sin ningún boceto ni maqueta previos, ha logrado levantar imponentes piezas de varias toneladas sin que medie para su sostén ninguna de las técnicas habituales como la soldadura o los remaches. Ha inventado nuevas formas, algunas de las cuales han ido más allá de la fantástica inventiva de Borromini. Le ha devuelto, en suma, su dignidad como cauce del espacio real y virtual.
Si por todo ello era Richard Serra acreedor a recibir este premio, su vinculación con nuestro país refuerza más la justicia del galardón. Por de pronto, Serra lleva a España en su propio apellido paterno, pues fue hijo de un emigrante mallorquín en California, pero, sobre todo, ha estado vinculado con España desde comienzos de la década de 1980. Aquí está, en el Guggenheim de Bilbao, no sólo su obra más importante, el espectacular conjunto de La materia del tiempo, sino seguramente el grupo de esculturas más impresionante que pueda exhibir ningún museo contemporáneo. Cuando ocurrió la desgracia de la desaparición de su espectacular pieza Igual-Paralelo: Guernica-Bengasi, que realizó en 1985 para la inauguración del Reina Sofía, no dudó en rehacerla sin mediar compensación material. Serra es el mejor escultor actual, uno de los mejores artistas de la fecunda corriente posminimalista y, por encima de todo, un gran hombre, como le corresponde como autor de una gran obra.
Francisco Calvo Serraller, El equilibrista del acero, EL PAÍS, 13 de mayo de 2010
El arte contemporáneo del siglo XX no puede entenderse sin la presencia de este escultor que fue compañero de correrías de Jasper Johns y Donald Judd en el Nueva York de mediados de los sesenta, cuando ninguno de ellos cotizaba en los mercados del arte y la única obsesión era "trabajar siguiendo esa pulsión interior que todo artista lleva dentro". "Posiblemente sea cierto que cuando no hay dinero los artistas hacen obras de más calidad pero también es verdad que eso sólo es una elección personal del propio artista", afirmaba ayer el escultor.
Siempre ha hecho gala de no hacer "arte de pedestal" y lo recuerda orgulloso precisamente cuando el mercado celebra un nuevo hito comercial: la reciente venta de un picasso por 81 millones de euros. "Mis obras no se venden en las subastas. No han entrado en el mercado de esa manera. No soy un valor de marca que sube o baja en Bolsa. No es arte portátil y por lo tanto no se mide con esos baremos que llevan al artista a transformarse en un valor de cambio". Su trabajo suele ser por encargo y sobre todo para espacios públicos, aunque no es precisamente barato: el Guggenheim pagó veinte millones de dólares por A matter of time (el grupo de esculturas que se exhiben de forma permanente en Bilbao).
La búsqueda continua de algo más allá del objeto ha definido su carrera desde aquellas primeras obras expuestas en la galería Leo Castelli a finales de los sesenta -donde estrelló plomo en las paredes- hasta los trabajos monumentales que le han hecho popular en la última década. "Cuando miro hacia atrás veo una vida dedicada a intentar crear un lenguaje que provoque sensaciones inesperadas y que trata de introducir al espectador en la propia obra de arte. Sin el público, las obras carecen de valor. Es un trabajo que ha evolucionado con el tiempo y en el que la relación con el espacio y el contexto siempre ha sido fundamental. Yo no puedo concebir una obra sin pensar dónde va a estar situada y sin pensar en el individuo que se va a enfrentar a ella. Supongo que eso es lo que la hace diferente".
Bárbara Celis - Nueva York: Richard Serra: "Mi vida profesional está empotrada en España", EL PAÍS, 13 de mayo de 2010
El equilibrista del acero
Hace ahora un año, cuando me correspondió el honor de pronunciar la laudatio en la ceremonia de su nombramiento como doctor honoris causa por la Universidad Pública de Navarra, afirmé que Richard Serra (San Francisco, 1939), era el mejor escultor vivo. Ya sé que estas declaraciones enfáticas hay que tomárselas con cuidado, pero lo dije con un convencimiento no sólo dictado por el entusiasmo personal.
La escultura, paradigma histórico del clasicismo, sufrió una necesaria purga en nuestra época hasta literalmente desaparecer, de manera que hoy hay muchos que sostienen que la escultura es una práctica elástica identificable con cualquier cosa. A Serra le ha correspondido el singular papel de demostrar el específico sentido moderno de la escultura. La ha vuelto a poner en pie, no como pasado, sino como presente. La ha reinventado en todas las dimensiones, incluso no pocas veces monumentales, pero no como monumento. Ha hecho del peso del acero algo ligero y susceptible de levitar en el espacio como si fuera un equilibrista sobre el alambre. Sin ningún boceto ni maqueta previos, ha logrado levantar imponentes piezas de varias toneladas sin que medie para su sostén ninguna de las técnicas habituales como la soldadura o los remaches. Ha inventado nuevas formas, algunas de las cuales han ido más allá de la fantástica inventiva de Borromini. Le ha devuelto, en suma, su dignidad como cauce del espacio real y virtual.
Si por todo ello era Richard Serra acreedor a recibir este premio, su vinculación con nuestro país refuerza más la justicia del galardón. Por de pronto, Serra lleva a España en su propio apellido paterno, pues fue hijo de un emigrante mallorquín en California, pero, sobre todo, ha estado vinculado con España desde comienzos de la década de 1980. Aquí está, en el Guggenheim de Bilbao, no sólo su obra más importante, el espectacular conjunto de La materia del tiempo, sino seguramente el grupo de esculturas más impresionante que pueda exhibir ningún museo contemporáneo. Cuando ocurrió la desgracia de la desaparición de su espectacular pieza Igual-Paralelo: Guernica-Bengasi, que realizó en 1985 para la inauguración del Reina Sofía, no dudó en rehacerla sin mediar compensación material. Serra es el mejor escultor actual, uno de los mejores artistas de la fecunda corriente posminimalista y, por encima de todo, un gran hombre, como le corresponde como autor de una gran obra.
Francisco Calvo Serraller, El equilibrista del acero, EL PAÍS, 13 de mayo de 2010