Carlos Ferrater: "La luz natural es la materia prima más barata y la peor utilizada"
Defiende una arquitectura seria y rigurosa, al servicio de las personas y vinculada al entorno y a la tradición. Para ello, arranca cada proyecto poniendo el contador a cero, analizando la situación y tomando decisiones, cómo el táctico de una embarcación de regatas. Porque en su profesión, según dice, hay que jugársela siempre.
Su estudio está en plena vorágine urbana, pero se orea cómo un remanso de paz entre los grises del Ensanche barcelonés. Un largo tubo distribuye espacios a los lados y, al fondo, su despacho, amplio y confortable, con un gran ventanal vertido hacia un diminuto jardín interior teñido con un escueta pincelada de clorofila. La pared del fondo muestra, de arriba abajo y muy juntos, como cosidos con un pespunte perfecto, los dibujos que Ferrater (Barcelona, 1944) esboza durante la gestación de cada proyecto, en sus cuarenta años de ejercicio. Y la larga trayectoria de este arquitecto que pasa su tiempo libre navegando se ha visto galardonada con el Premio Nacional de Arquitectura 2009, que ha ganado por segunda vez.
Su equipo, formado por los arquitectos Lucía y Borja Ferrater (sus hijos), Xavier Martí (su yerno y también arquitecto) y Nuria Ayala (la directora de proyectos del estudio) ha dado a luz edificios tan interesantes y dispares como el Palacio de Congresos de Barcelona (premio Nacional de Arquitectura 2001), el Jardín Botánico, el Hotel Juan Carlos I, el Hotel Mandarín (los tres en Barcelona), la Ciudad de la Música de Sabadell, una residencia en Nueva Delhi, el Palacio de Congresos de Zaragoza o el pabellón de España en la Expo que se celebró en esa misma ciudad en 2008.
-¿Sintió la llamada de la vocación?
-En absoluto. Me matriculé en Medicina porque mis mejores amigos del colegio eran hijos de médicos ilustres y querían perpetuar la saga. En seguida me dí cuenta de que aquello no era lo mío y como el dibujo se me daba bien me cambié a Arquitectura.
-Pero un impulso marcó su trayectoria...
Sí, y lo tengo grabado con una nitidez asombrosa en mi memoria. Un fin de semana unos primos de mi mujer nos invitaron a la Casa Senillosa, que José Antonio Coderch había hecho para ellos en Cadaqués. Se trata de una construcción sencilla y muy discreta, levantada entre medianías y totalmente mediterránea. En ella se ve muy bien la depuración del lenguaje de la arquitectura vernácula. Y esa manera de proceder (discreción, sencillez, funcionalidad, ecología y sostenibilidad cuando nadie hablaba todavía de todo ello) era el resumen de la filosofía que yo quería aplicar a mi trabajo.
-¿Hay una arquitectura de Carles Ferrater?
- En los primeros años estaba muy pendiente de mis “maestros” (Coderch, Mies van der Rohe, Alvar Aalto, Lloyd Wright) y he ido evolucionando hacia una arquitectura menos de lenguaje, más abstracta, menos figurativa y más flexible. En mi terreno lo obvio no es el camino a seguir. Yo siempre digo que lo aprendido es un lastre, hay que tener claro que cada proyecto es una situación nueva y hay que atenderla específicamente. Un arquitecto trabaja en los cauces de la expresión formal y no puede recurrir siempre a la misma, por eso a mis alumnos les digo que ante cada trabajo hay que poner el contador a cero y reiniciar todo el proceso de análisis y reflexión.
-Y ¿cuál es su manera de abordar un proyecto?
- Intento no coger el lápiz y el papel de forma inmediata, porque las primeras ideas no deben fosilizarse. Cuánto más tarde lo hagan, mejor. Hay una cierta aproximación proyectual que es similar en todos los encargos, y que consiste en investigar las tradiciones del lugar, su cultura, las costumbres de sus habitantes... Estos aspectos ocultos son los que me interesan más. Luego ya viene el clima, la geografía, la luz, las vistas... es decir, lo más obvio.
-Desde hace cuarenta años combina la docencia con la actividad laboral...
- Soy catedrático de Proyectos Arquitectónicos en la UPC y no entendería mi profesión sin mi labor docente. El contacto con la universidad es muy necesario para mí, porque ahí tengo oportunidad de reflexionar, discutir y analizar sin las urgencias de la vida real.
El riesgo intelectual
-¿Qué es ser arquitecto hoy en día?
-Algo muy complejo. Yo me defino como un medium, un mediador que posibilita que varias personas y entidades dialoguen y se pongan de acuerdo. Actúa como el táctico en un barco de regatas: analiza la capacidad de los tripulantes, las condiciones atmosféricas... y luego toma decisiones, planifica la regata y se la juega. La esencia de mi profesión es el riesgo intelectual, que además es lo que caracteriza y da entidad al acto creativo. En arquitectura hay que jugársela siempre.
-Trabaja indistintamente para la administración y para clientes privados, ¿hay una manera distinta de enfocar los encargos según de dónde procedan?
-La aproximación es distinta. En el caso de la administración lo habitual es que el destinatario sea más difuso, por lo que hay que saber entender y priorizar las necesidades de los usuarios, y ser diplomático para lidiar con entidades y personas. Mientras que en los encargos particulares el trato con el cliente es muy directo. Hago pocas viviendas particulares porque exigen mucho tiempo y una implicación muy alta, pero son los encargos con los que más disfruto, porque se trabaja a escala natural y hay que consensuar constantemente mi criterio con el del cliente. Ese reto es muy divertido.
-¿Hacia dónde va la arquitectura?
-Hacia una doble dirección. Por un lado está la arquitectura seria y rigurosa. España en ese sentido ha dado un salto cualitativo. Siempre ha tenido buenos arquitectos pero poco patrimonio arquitectónico, sobre todo moderno. Y en estas últimas décadas se ha hecho una arquitectura bien construida, al servicio de las personas y muy vinculada al entorno. Paralelamente, las administraciones han estado en manos de iletrados que se han dejado guiar por la manida frase de “he de poner mi ciudad en el mapa” y han encargado cualquier obra, por disparatada que fuera, a cualquier arquitecto estrella que se ha limitado a colocar una edificio-franquicia, creyendo que el efecto Guggenheim es reproducible en cualquier escenario. Por suerte, la crisis económica está siendo una gran ayuda para que prevalezca la arquitectura comprometida y desaparezca la icónica.
-¿La buena arquitectura hace más felices a las personas?
-Sin duda, sobre todo a los niños, que son muy sensibles a los espacios, a la luz y a la confortabilidad. Lo compruebo diariamente con mis nietos. Además, es muy bueno para su educación que puedan concebir todo ello como factores capaces de provocar emociones positivas.
Vis Molina, Carlos Ferrater: "La luz natural es la materia prima más barata y la peor utilizada", EL MUNDO / El Cultural, 7 de mayo de 2010
Su estudio está en plena vorágine urbana, pero se orea cómo un remanso de paz entre los grises del Ensanche barcelonés. Un largo tubo distribuye espacios a los lados y, al fondo, su despacho, amplio y confortable, con un gran ventanal vertido hacia un diminuto jardín interior teñido con un escueta pincelada de clorofila. La pared del fondo muestra, de arriba abajo y muy juntos, como cosidos con un pespunte perfecto, los dibujos que Ferrater (Barcelona, 1944) esboza durante la gestación de cada proyecto, en sus cuarenta años de ejercicio. Y la larga trayectoria de este arquitecto que pasa su tiempo libre navegando se ha visto galardonada con el Premio Nacional de Arquitectura 2009, que ha ganado por segunda vez.
Su equipo, formado por los arquitectos Lucía y Borja Ferrater (sus hijos), Xavier Martí (su yerno y también arquitecto) y Nuria Ayala (la directora de proyectos del estudio) ha dado a luz edificios tan interesantes y dispares como el Palacio de Congresos de Barcelona (premio Nacional de Arquitectura 2001), el Jardín Botánico, el Hotel Juan Carlos I, el Hotel Mandarín (los tres en Barcelona), la Ciudad de la Música de Sabadell, una residencia en Nueva Delhi, el Palacio de Congresos de Zaragoza o el pabellón de España en la Expo que se celebró en esa misma ciudad en 2008.
-¿Sintió la llamada de la vocación?
-En absoluto. Me matriculé en Medicina porque mis mejores amigos del colegio eran hijos de médicos ilustres y querían perpetuar la saga. En seguida me dí cuenta de que aquello no era lo mío y como el dibujo se me daba bien me cambié a Arquitectura.
-Pero un impulso marcó su trayectoria...
Sí, y lo tengo grabado con una nitidez asombrosa en mi memoria. Un fin de semana unos primos de mi mujer nos invitaron a la Casa Senillosa, que José Antonio Coderch había hecho para ellos en Cadaqués. Se trata de una construcción sencilla y muy discreta, levantada entre medianías y totalmente mediterránea. En ella se ve muy bien la depuración del lenguaje de la arquitectura vernácula. Y esa manera de proceder (discreción, sencillez, funcionalidad, ecología y sostenibilidad cuando nadie hablaba todavía de todo ello) era el resumen de la filosofía que yo quería aplicar a mi trabajo.
-¿Hay una arquitectura de Carles Ferrater?
- En los primeros años estaba muy pendiente de mis “maestros” (Coderch, Mies van der Rohe, Alvar Aalto, Lloyd Wright) y he ido evolucionando hacia una arquitectura menos de lenguaje, más abstracta, menos figurativa y más flexible. En mi terreno lo obvio no es el camino a seguir. Yo siempre digo que lo aprendido es un lastre, hay que tener claro que cada proyecto es una situación nueva y hay que atenderla específicamente. Un arquitecto trabaja en los cauces de la expresión formal y no puede recurrir siempre a la misma, por eso a mis alumnos les digo que ante cada trabajo hay que poner el contador a cero y reiniciar todo el proceso de análisis y reflexión.
-Y ¿cuál es su manera de abordar un proyecto?
- Intento no coger el lápiz y el papel de forma inmediata, porque las primeras ideas no deben fosilizarse. Cuánto más tarde lo hagan, mejor. Hay una cierta aproximación proyectual que es similar en todos los encargos, y que consiste en investigar las tradiciones del lugar, su cultura, las costumbres de sus habitantes... Estos aspectos ocultos son los que me interesan más. Luego ya viene el clima, la geografía, la luz, las vistas... es decir, lo más obvio.
-Desde hace cuarenta años combina la docencia con la actividad laboral...
- Soy catedrático de Proyectos Arquitectónicos en la UPC y no entendería mi profesión sin mi labor docente. El contacto con la universidad es muy necesario para mí, porque ahí tengo oportunidad de reflexionar, discutir y analizar sin las urgencias de la vida real.
El riesgo intelectual
-¿Qué es ser arquitecto hoy en día?
-Algo muy complejo. Yo me defino como un medium, un mediador que posibilita que varias personas y entidades dialoguen y se pongan de acuerdo. Actúa como el táctico en un barco de regatas: analiza la capacidad de los tripulantes, las condiciones atmosféricas... y luego toma decisiones, planifica la regata y se la juega. La esencia de mi profesión es el riesgo intelectual, que además es lo que caracteriza y da entidad al acto creativo. En arquitectura hay que jugársela siempre.
-Trabaja indistintamente para la administración y para clientes privados, ¿hay una manera distinta de enfocar los encargos según de dónde procedan?
-La aproximación es distinta. En el caso de la administración lo habitual es que el destinatario sea más difuso, por lo que hay que saber entender y priorizar las necesidades de los usuarios, y ser diplomático para lidiar con entidades y personas. Mientras que en los encargos particulares el trato con el cliente es muy directo. Hago pocas viviendas particulares porque exigen mucho tiempo y una implicación muy alta, pero son los encargos con los que más disfruto, porque se trabaja a escala natural y hay que consensuar constantemente mi criterio con el del cliente. Ese reto es muy divertido.
-¿Hacia dónde va la arquitectura?
-Hacia una doble dirección. Por un lado está la arquitectura seria y rigurosa. España en ese sentido ha dado un salto cualitativo. Siempre ha tenido buenos arquitectos pero poco patrimonio arquitectónico, sobre todo moderno. Y en estas últimas décadas se ha hecho una arquitectura bien construida, al servicio de las personas y muy vinculada al entorno. Paralelamente, las administraciones han estado en manos de iletrados que se han dejado guiar por la manida frase de “he de poner mi ciudad en el mapa” y han encargado cualquier obra, por disparatada que fuera, a cualquier arquitecto estrella que se ha limitado a colocar una edificio-franquicia, creyendo que el efecto Guggenheim es reproducible en cualquier escenario. Por suerte, la crisis económica está siendo una gran ayuda para que prevalezca la arquitectura comprometida y desaparezca la icónica.
-¿La buena arquitectura hace más felices a las personas?
-Sin duda, sobre todo a los niños, que son muy sensibles a los espacios, a la luz y a la confortabilidad. Lo compruebo diariamente con mis nietos. Además, es muy bueno para su educación que puedan concebir todo ello como factores capaces de provocar emociones positivas.
Vis Molina, Carlos Ferrater: "La luz natural es la materia prima más barata y la peor utilizada", EL MUNDO / El Cultural, 7 de mayo de 2010