Tàpies: "Todavía no he pintado la obra que ando buscando"
La pregunta que se ha repetido más veces Antoni Tàpies es "¿por qué?". Lleva toda la vida buscando respuestas para entender los intereses que mueven al ser humano. A sus 86 años, y con las facultades físicas mermadas, sigue trabajando para alcanzar alguna explicación. Recibe a Público en el taller de su casa de Barcelona. En las paredes de la primera habitación, que sirve de distribuidor y almacén, no cuelga ninguna obra suya, lo que hay es una retahíla de lienzos en blanco y bastidores esperando que les llegue su turno.
Teresa Barba, esposa y compañera inseparable del artista, advierte que desde que le falla el oído "no le gustan las entrevistas porque se siente un tonto al no poder seguir bien el hilo de lo que le preguntan". Tras una breve espera, Antoni Tàpies aparece. Se mueve despacito con la ayuda de un bastón y se dirige al espacio donde trabaja. Ahí sí que las paredes están abarrotadas de sus obras. Trabajos recientes y piezas que regresan de muestras internacionales, rodeadas de cestos y zapatos viejos, forman un río que desemboca en una sala con el suelo tapizado de cuadros de gran formato a medio terminar.
"Todavía no he pintado la obra que ando buscando. A veces por la noche me despierto con una idea y empiezo a darle vueltas y me digo, esto lo tienes que probar por la mañana. Y así lo hago", cuenta un hombre que en los años cincuenta se sintió más cómodo con la filosofía zen y el arte abstracto que con el realismo socialista que imponía el panorama desolador que sembró la Segunda Guerra Mundial.
Parece increíble que con los achaques que le atosigan continúe explorando sobre grandes lienzos. "Es curioso que con lo que le cuesta leer sigue pintando con pulso firme. Aunque no le resulta difícil porque primero visualiza las obras y luego saca lo que lleva dentro", aclara Teresa. La disposición del taller es muy práctica, todos los elementos están al alcance para facilitar el trabajo al máximo. Una organización que no viene dictada por la edad del artista, sino por su carácter, necesita rodearse de cosas sencillas.
"Prefiero trabajar en el suelo porque me siento más libre, aunque ya no lo hago a diario", apunta con timidez el artista. Los días más fríos se refugia en una habitación vecina donde elabora los dibujos y las piezas más pequeñas. Papeles y lápices están pulcramente ordenados. Tàpies los mira con cariño, y también con un punto de dependencia.
En busca de la verdad
"Intento encontrar la verdad constantemente, sé que es muy difícil aproximarse a una certeza total, quizás es un imposible, pero encontrando mi verdad creo que hago algo útil para toda la sociedad", explica con humildad, con los ojos encendidos.
Desde sus inicios, Tàpies ha confiado en el poder terapéutico del arte. "Tiene propiedades curativas para el cuerpo y para el alma", apunta un hombre que en su pintura intenta contar la historia a medias para que sea el espectador quien rasgue la superficie y saque sus conclusiones.
De gesto tierno y sonrisa bondadosa, en los años cuarenta bebió del Art Brut y de las pinturas de Miró para desarrollar un camino vinculado al informalismo y a la pintura matérica. Desde entonces ha continuado en la vía, pero con el paso del tiempo sus cuadros se han ido desnudando. Dice que los ha vaciado "para capturar la esencia, lo más importante".
Lo que ocurre en el mundo le preocupa, y por las tardes, Teresa le lee la prensa. "No soy un radical, sé que las cosas son de una manera pero que también pueden ser al revés. Hay que perseverar en lo que uno quiere. El inconformismo tiene un punto peligroso, porque a veces quieres protestar por algo, y si en tu lucha exageras, caes en el mismo error y te sitúas en el lado contrario", explica el pintor, que realizó dos series para protestar por la ejecución de Salvador Puig Antich.
Con la llegada del verano, piensa en trasladarse a su casa del Montseny, donde acostumbra a trabajar en las piezas más grandes. "Su gran preocupación es poder pintar, dice que tiene que darse prisa porque le queda poco tiempo. Antoni es una persona inteligente y sabe que la vida no dura siempre", argumenta Teresa, que hace de puente discreto entre el interlocutor y el artista.
Sus memorias
"Entre nosotros no hay rivalidad. Nunca he querido ser artista, conocemos a muchas parejas donde los dos son creadores y entre ellos se respira competencia, y eso no es bueno", aclara observando a su marido. Entre las manos tiene un volumen de Memoria personal. Fragmento para una autobiografía, una reedición revisada y ampliada de las memorias que la Editorial Crítica publicó a finales de los años setenta y que ahora ha vuelto a editar la Fundació Antoni Tàpies. Acariciando la cubierta del libro pide disculpas: "Me cuesta oír y a veces la memoria me falla".
Él, que crea desde la en-traña y que viaja hacia territorios insondables para ensalzar la grandeza de lo cotidiano, insiste: "La verdad es fundamental". Algo que demuestra durante la sesión de fotos. Aceptada la petición del fotógrafo de sentarse en el rincón donde dibuja y plantea los grabados, no puede evitar ponerse a dibujar y pide un lápiz: "Que sea rojo, por favor". Su comentario levanta las risas de los presentes. Al escucharlas, abre unos ojillos de expresión curiosa y dibuja una sonrisa.
A pesar de las tormentas que vive en su interior, Antoni Tàpies destila bondad. Por el momento no ha encontrado respuestas para todas sus inquietudes, pero la reapertura de la Fundació Tàpies y la reedición de sus memorias le han dejado satisfecho. La necesidad de explicarse siempre lo ha acompañado, y cada vez que cuenta algo intenta llevar la mente de su oyente a un nivel más profundo de la realidad, para sacarlo de la pura distracción.
"El objetivo supremo del viajero es ignorar a dónde va", apuntó Lao-Tse, uno de los filósofos más relevantes de la civilización china y padre del taoísmo, en El verdadero clásico del vacío perfecto. Una cita que Tàpies eligió para abrir su autobiografía, que una vez enterrado Franco y terminada la dictadura empezó a coordinar Pere Gimferrer. "Uno de los secretos de Tàpies es que invita a jugar y a pensar. Su obra todavía me impresiona. Representa un punto extremo de la evolución del arte contemporáneo. Con su rigor, refinamiento y materialidad es difícil ir más lejos", apunta el poeta.
Pere Gimferrer recuerda divertido los encuentros que a finales de los años setenta organizaban todos los jueves en casa de los Tàpies: "Cenábamos, hablábamos de política, escuchábamos las noticias de la BBC de Londres y luego mirábamos unas películas de cine mudo que Tàpies compraba en Nueva York y que Joan Brossa se encargaba de programar. Estaba Pere Porta-bella, Maria Lluïsa Borràs, Ángel Zúñiga... el grupo era heterogéneo".
Unidos por la escultura
El escultor Pere Casanovas conoce a Antoni Tàpies desde los años setenta. El primer proyecto que abordaron juntos fue la instalación Núvol i cadira, y lo último que han hecho es Mitjó, la escultura con forma de calcetín ubicada en la terraza de la Fundació Antoni Tàpies. "Antoni jamás escogería un material noble o bonito, lo suyo son las cosas viejas que hemos dejado de utilizar y no valoramos. Se nutre de su entorno cotidiano, y si encuentra unos pantalones o una escoba los utiliza. Así construye una metáfora para cantar a la vida y reivindicar a la gente anónima. Hay quien disfruta con la revista Hola y su tropa de gángsters, pero él ensalza a la gente sencilla", expone. La suya no es una sencillez superficial. El tratamiento refinado con el que construye sus obras, choca con la brutalidad física que desprenden. Cuando eso sucede, el viaje de Antoni Tàpies se completa un poco más.
Lidia Penelo, Barcelona: Tàpies: "Todavía no he pintado la obra que ando buscando", Público, 15 de mayo de 2010
Teresa Barba, esposa y compañera inseparable del artista, advierte que desde que le falla el oído "no le gustan las entrevistas porque se siente un tonto al no poder seguir bien el hilo de lo que le preguntan". Tras una breve espera, Antoni Tàpies aparece. Se mueve despacito con la ayuda de un bastón y se dirige al espacio donde trabaja. Ahí sí que las paredes están abarrotadas de sus obras. Trabajos recientes y piezas que regresan de muestras internacionales, rodeadas de cestos y zapatos viejos, forman un río que desemboca en una sala con el suelo tapizado de cuadros de gran formato a medio terminar.
"Todavía no he pintado la obra que ando buscando. A veces por la noche me despierto con una idea y empiezo a darle vueltas y me digo, esto lo tienes que probar por la mañana. Y así lo hago", cuenta un hombre que en los años cincuenta se sintió más cómodo con la filosofía zen y el arte abstracto que con el realismo socialista que imponía el panorama desolador que sembró la Segunda Guerra Mundial.
Parece increíble que con los achaques que le atosigan continúe explorando sobre grandes lienzos. "Es curioso que con lo que le cuesta leer sigue pintando con pulso firme. Aunque no le resulta difícil porque primero visualiza las obras y luego saca lo que lleva dentro", aclara Teresa. La disposición del taller es muy práctica, todos los elementos están al alcance para facilitar el trabajo al máximo. Una organización que no viene dictada por la edad del artista, sino por su carácter, necesita rodearse de cosas sencillas.
"Prefiero trabajar en el suelo porque me siento más libre, aunque ya no lo hago a diario", apunta con timidez el artista. Los días más fríos se refugia en una habitación vecina donde elabora los dibujos y las piezas más pequeñas. Papeles y lápices están pulcramente ordenados. Tàpies los mira con cariño, y también con un punto de dependencia.
En busca de la verdad
"Intento encontrar la verdad constantemente, sé que es muy difícil aproximarse a una certeza total, quizás es un imposible, pero encontrando mi verdad creo que hago algo útil para toda la sociedad", explica con humildad, con los ojos encendidos.
Desde sus inicios, Tàpies ha confiado en el poder terapéutico del arte. "Tiene propiedades curativas para el cuerpo y para el alma", apunta un hombre que en su pintura intenta contar la historia a medias para que sea el espectador quien rasgue la superficie y saque sus conclusiones.
De gesto tierno y sonrisa bondadosa, en los años cuarenta bebió del Art Brut y de las pinturas de Miró para desarrollar un camino vinculado al informalismo y a la pintura matérica. Desde entonces ha continuado en la vía, pero con el paso del tiempo sus cuadros se han ido desnudando. Dice que los ha vaciado "para capturar la esencia, lo más importante".
Lo que ocurre en el mundo le preocupa, y por las tardes, Teresa le lee la prensa. "No soy un radical, sé que las cosas son de una manera pero que también pueden ser al revés. Hay que perseverar en lo que uno quiere. El inconformismo tiene un punto peligroso, porque a veces quieres protestar por algo, y si en tu lucha exageras, caes en el mismo error y te sitúas en el lado contrario", explica el pintor, que realizó dos series para protestar por la ejecución de Salvador Puig Antich.
Con la llegada del verano, piensa en trasladarse a su casa del Montseny, donde acostumbra a trabajar en las piezas más grandes. "Su gran preocupación es poder pintar, dice que tiene que darse prisa porque le queda poco tiempo. Antoni es una persona inteligente y sabe que la vida no dura siempre", argumenta Teresa, que hace de puente discreto entre el interlocutor y el artista.
Sus memorias
"Entre nosotros no hay rivalidad. Nunca he querido ser artista, conocemos a muchas parejas donde los dos son creadores y entre ellos se respira competencia, y eso no es bueno", aclara observando a su marido. Entre las manos tiene un volumen de Memoria personal. Fragmento para una autobiografía, una reedición revisada y ampliada de las memorias que la Editorial Crítica publicó a finales de los años setenta y que ahora ha vuelto a editar la Fundació Antoni Tàpies. Acariciando la cubierta del libro pide disculpas: "Me cuesta oír y a veces la memoria me falla".
Él, que crea desde la en-traña y que viaja hacia territorios insondables para ensalzar la grandeza de lo cotidiano, insiste: "La verdad es fundamental". Algo que demuestra durante la sesión de fotos. Aceptada la petición del fotógrafo de sentarse en el rincón donde dibuja y plantea los grabados, no puede evitar ponerse a dibujar y pide un lápiz: "Que sea rojo, por favor". Su comentario levanta las risas de los presentes. Al escucharlas, abre unos ojillos de expresión curiosa y dibuja una sonrisa.
A pesar de las tormentas que vive en su interior, Antoni Tàpies destila bondad. Por el momento no ha encontrado respuestas para todas sus inquietudes, pero la reapertura de la Fundació Tàpies y la reedición de sus memorias le han dejado satisfecho. La necesidad de explicarse siempre lo ha acompañado, y cada vez que cuenta algo intenta llevar la mente de su oyente a un nivel más profundo de la realidad, para sacarlo de la pura distracción.
"El objetivo supremo del viajero es ignorar a dónde va", apuntó Lao-Tse, uno de los filósofos más relevantes de la civilización china y padre del taoísmo, en El verdadero clásico del vacío perfecto. Una cita que Tàpies eligió para abrir su autobiografía, que una vez enterrado Franco y terminada la dictadura empezó a coordinar Pere Gimferrer. "Uno de los secretos de Tàpies es que invita a jugar y a pensar. Su obra todavía me impresiona. Representa un punto extremo de la evolución del arte contemporáneo. Con su rigor, refinamiento y materialidad es difícil ir más lejos", apunta el poeta.
Pere Gimferrer recuerda divertido los encuentros que a finales de los años setenta organizaban todos los jueves en casa de los Tàpies: "Cenábamos, hablábamos de política, escuchábamos las noticias de la BBC de Londres y luego mirábamos unas películas de cine mudo que Tàpies compraba en Nueva York y que Joan Brossa se encargaba de programar. Estaba Pere Porta-bella, Maria Lluïsa Borràs, Ángel Zúñiga... el grupo era heterogéneo".
Unidos por la escultura
El escultor Pere Casanovas conoce a Antoni Tàpies desde los años setenta. El primer proyecto que abordaron juntos fue la instalación Núvol i cadira, y lo último que han hecho es Mitjó, la escultura con forma de calcetín ubicada en la terraza de la Fundació Antoni Tàpies. "Antoni jamás escogería un material noble o bonito, lo suyo son las cosas viejas que hemos dejado de utilizar y no valoramos. Se nutre de su entorno cotidiano, y si encuentra unos pantalones o una escoba los utiliza. Así construye una metáfora para cantar a la vida y reivindicar a la gente anónima. Hay quien disfruta con la revista Hola y su tropa de gángsters, pero él ensalza a la gente sencilla", expone. La suya no es una sencillez superficial. El tratamiento refinado con el que construye sus obras, choca con la brutalidad física que desprenden. Cuando eso sucede, el viaje de Antoni Tàpies se completa un poco más.
Lidia Penelo, Barcelona: Tàpies: "Todavía no he pintado la obra que ando buscando", Público, 15 de mayo de 2010