Egipto, eterno retorno
Es un hecho innegable que la más famosa civilización de la Historia de la Humanidad es la del antiguo Egipto. Desde los lejanos tiempos griegos y romanos hasta nuestros días esta fascinación ha logrado mantenerse sin la más mínima pérdida de interés, aunque con diferentes interpretaciones, según las épocas. No sólo cautivó a poetas e historiadores griegos, importantes emperadores romanos, sesudos sabios árabes, viajeros medievales, aventureros, especuladores, anticuarios y arqueólogos -lógicamente-, sino también a un público de todos los niveles culturales y latitudes, admiración que se mantiene muy viva y que cada día va en aumento, fomentada por la existencia de millones de turistas que visitan, año tras año, embelesados, la tierra de los faraones.
No son pocos los puntos de interés que la civilización egipcia encierra, envueltos siempre en un halo de misterio y de ancestrales evocaciones que rememoran una lejana Edad de Oro, siempre añorada. Su peculiar religión -pues adoraban a animales-, ritos funerarios, la construcción de las pirámides, las momias, la magia, la majestuosidad de sus templos, tesoros y cámaras ocultas, el hieratismo y la belleza de sus esculturas, las tumbas del Valle de los Reyes y de las Reinas, los enigmáticos jeroglíficos y los conocimientos técnicos que llegaron a alcanzar han atraído siempre el interés y la curiosidad, incluso de los más profanos, a pesar de tener que hacer frente -en ocasiones- al llamado «mal de Tutankhamón».
Las aguas del Nilo. Debe recordarse que aquella peculiar y singular civilización, basada en una próspera agricultura posibilitada por las aguas del río Nilo, logró mantenerse más de tres mil años, sabiendo sobreponerse a la sucesión de una historia política nada lineal, que conoció complots de harén, usurpaciones y asesinatos, saqueos de tumbas, numerosas guerras, invasiones de pueblos extranjeros y el férreo dominio de griegos y romanos. Egipto pudo conservar intacta su identidad durante aquellos milenios, siglo tras siglo, hasta alcanzar la época copta, en la que todavía, ya sin libertad, supo mantener sus rasgos culturales. Identidad reflejada en sus grandiosos monumentos, en sus obras de arte, en su literatura funeraria y de evasión, en su manera de entender el día a día, siempre controlado por poderosos faraones, convertidos en dioses vivientes. Esta característica fue peculiar, pues no existió en las civilizaciones antiguas mediterráneas y orientales nada parecido.
Mitología popular. Pero, ¿qué es lo que atrae a los hombres y mujeres de nuestra época hacia aquella milenaria civilización? La respuesta a esta pregunta es difícil. No se han podido explicar, creemos, las razones por las que Egipto ha cautivado a tanta gente a lo largo de los siglos. Una de ellas, propia de nuestros días, sería el afán de cultura y conocimiento que perseguimos, mezclado con las satisfacciones que proporciona el turismo. Pero junto a ella debemos añadir la búsqueda y el idealismo de lo oculto, lejano, inesperado, incomprensible y eterno. En tal sentido, y afortunadamente, se dan nuevas lecturas a los mismos temas de siempre: esfinge y pirámides de Gizé, tumba de Tutankhamón, momias, la temida maldición de los faraones, etcétera, todo ello posible gracias a la comprensión de los jeroglíficos y al trabajo de los investigadores y expertos. Debe pensarse que hasta 1822, fecha del nacimiento científico de la egiptología con los descubrimientos de J. F. Champollion, tan sólo existían conjeturas e hipótesis más o menos pintorescas sobre el legado material de Egipto. Se especulaba sobre todo, se mitificaba e idealizaba, pero no se podía ahondar en su verdadera significación. A los asuntos de siempre -muchos de ellos todavía contaminados de mitología popular- deben añadirse los últimos hallazgos arqueológicos, si bien hasta los que tienen un carácter presumible (piénsese en la supuesta tumba de Alejandro Magno o en las nuevas salas de la pirámide de Kheops, por ejemplo), pregonados por los medios de comunicación en todos los rincones del mundo, sirven para mantener lo egipcio de palpitante actualidad.
Nuestra pequeñez. La atracción por Egipto se basa también en la propia grandiosidad de los restos materiales que han llegado hasta nuestros días, de modo que constituyen un verdadero museo en vivo. Viene así a testimoniar nuestra pequeñez e insignificancia al tiempo que desafía su paso, como recordó en su día el propio Napoleón Bonaparte. O en el disfrute de su paisaje, ciudades y aldeas, el hermoso río Nilo -creído un dios-, flora y fauna, el desierto y sus gentes, en buena parte continuadoras del ancestral espíritu de los campesinos nilóticos.
Fueron los autores griegos, en especial Heródoto, quienes contribuyeron a difundir en primer lugar el interés por Egipto. Su mitificación se consolidó con los romanos, quienes habían hecho del país una de sus más ricas provincias. Una de las fuentes más famosas de la egiptomanía romana fue la Mensa Isiaca o Tabula Bembo (hoy en Turín), del siglo I, que, redescubierta en el siglo XVI, causó un enorme impacto. Conquistado Egipto por los árabes en el siglo VII, su interés no decayó en el mundo europeo en tiempos medievales, durante los cuales se propagaron numerosas leyendas. Lo mismo cabe decir de la época renacentista, seguidora de los Hieroglyphica de Horapolo. La gran expedición de Napoleón Bonaparte a Egipto en 1798 motivaría la difusión ya de una verdadera egiptología por todo Occidente, sin desplazar a la egiptomanía, presente en el campo de la arquitectura y la decoración. La Inglaterra victoriana se interesó por todo lo egipcio, especialmente por las momias, con las cuales se fabricaban polvos curativos.
5.005 habitaciones. La egiptomanía y la egiptología se han mantenido intactas en el siglo XX, en parte gracias a espectaculares hallazgos como el busto de Nefertiti en 1912, la tumba de Tutankhamón en 1922 y la tumba KV 55 en 1988. Representaciones materiales destacadas de su influencia han sido, por poner dos ejemplos, la gran pirámide de cristal y metal del Museo del Louvre (1988) o el Hotel-Casino de Luxor, con 5.005 habitaciones, construido en Las Vegas, formado por una pirámide de bronce de 30 pisos de altura. La arquitectura, la música -incluso la ópera-, el cine, las revistas de divulgación, los libros infantiles y juveniles, los cómics, la novela histórica y la televisión siguen contribuyendo de modo notabilísimo a la egiptomanía e indirectamente a mantener viva la pasión por la historia y las maravillas de Egipto. En el campo publicitario, hasta la propaganda de un famoso extracto de carne (Liebig) desde 1872 a 1973 se dio a conocer junto a 1.863 series de cromos con variada temática del antiguo Egipto.
En cuanto a la novelística contemporánea, también existen multitud de obras significativas de inspiración egipcia, desde la influyente novela de Mika Waltari, Sinuhé, el egipcio, constantemente reeditada, hasta las obras del Premio Nobel Naguib Mahfuz La batalla de Tebas y La maldición de Ra, o los best sellers del prolífico egiptólogo francés Christian Jacq. En el caso español, nuestro recuerdo para Terence Moix, autor de varias obras sobre el país de los faraones; entre ellas, su Viaje sentimental a Egipto y la interesante novela No digas que fue un sueño. Y es que en este territorio de los sueños, ninguno como Egipto.
Federico Lara Peinado. Egipto, eterno retorno, ABCD Las Artes y Las Letras, nº 849, 10 de mayo de 2008
No son pocos los puntos de interés que la civilización egipcia encierra, envueltos siempre en un halo de misterio y de ancestrales evocaciones que rememoran una lejana Edad de Oro, siempre añorada. Su peculiar religión -pues adoraban a animales-, ritos funerarios, la construcción de las pirámides, las momias, la magia, la majestuosidad de sus templos, tesoros y cámaras ocultas, el hieratismo y la belleza de sus esculturas, las tumbas del Valle de los Reyes y de las Reinas, los enigmáticos jeroglíficos y los conocimientos técnicos que llegaron a alcanzar han atraído siempre el interés y la curiosidad, incluso de los más profanos, a pesar de tener que hacer frente -en ocasiones- al llamado «mal de Tutankhamón».
Las aguas del Nilo. Debe recordarse que aquella peculiar y singular civilización, basada en una próspera agricultura posibilitada por las aguas del río Nilo, logró mantenerse más de tres mil años, sabiendo sobreponerse a la sucesión de una historia política nada lineal, que conoció complots de harén, usurpaciones y asesinatos, saqueos de tumbas, numerosas guerras, invasiones de pueblos extranjeros y el férreo dominio de griegos y romanos. Egipto pudo conservar intacta su identidad durante aquellos milenios, siglo tras siglo, hasta alcanzar la época copta, en la que todavía, ya sin libertad, supo mantener sus rasgos culturales. Identidad reflejada en sus grandiosos monumentos, en sus obras de arte, en su literatura funeraria y de evasión, en su manera de entender el día a día, siempre controlado por poderosos faraones, convertidos en dioses vivientes. Esta característica fue peculiar, pues no existió en las civilizaciones antiguas mediterráneas y orientales nada parecido.
Mitología popular. Pero, ¿qué es lo que atrae a los hombres y mujeres de nuestra época hacia aquella milenaria civilización? La respuesta a esta pregunta es difícil. No se han podido explicar, creemos, las razones por las que Egipto ha cautivado a tanta gente a lo largo de los siglos. Una de ellas, propia de nuestros días, sería el afán de cultura y conocimiento que perseguimos, mezclado con las satisfacciones que proporciona el turismo. Pero junto a ella debemos añadir la búsqueda y el idealismo de lo oculto, lejano, inesperado, incomprensible y eterno. En tal sentido, y afortunadamente, se dan nuevas lecturas a los mismos temas de siempre: esfinge y pirámides de Gizé, tumba de Tutankhamón, momias, la temida maldición de los faraones, etcétera, todo ello posible gracias a la comprensión de los jeroglíficos y al trabajo de los investigadores y expertos. Debe pensarse que hasta 1822, fecha del nacimiento científico de la egiptología con los descubrimientos de J. F. Champollion, tan sólo existían conjeturas e hipótesis más o menos pintorescas sobre el legado material de Egipto. Se especulaba sobre todo, se mitificaba e idealizaba, pero no se podía ahondar en su verdadera significación. A los asuntos de siempre -muchos de ellos todavía contaminados de mitología popular- deben añadirse los últimos hallazgos arqueológicos, si bien hasta los que tienen un carácter presumible (piénsese en la supuesta tumba de Alejandro Magno o en las nuevas salas de la pirámide de Kheops, por ejemplo), pregonados por los medios de comunicación en todos los rincones del mundo, sirven para mantener lo egipcio de palpitante actualidad.
Nuestra pequeñez. La atracción por Egipto se basa también en la propia grandiosidad de los restos materiales que han llegado hasta nuestros días, de modo que constituyen un verdadero museo en vivo. Viene así a testimoniar nuestra pequeñez e insignificancia al tiempo que desafía su paso, como recordó en su día el propio Napoleón Bonaparte. O en el disfrute de su paisaje, ciudades y aldeas, el hermoso río Nilo -creído un dios-, flora y fauna, el desierto y sus gentes, en buena parte continuadoras del ancestral espíritu de los campesinos nilóticos.
Fueron los autores griegos, en especial Heródoto, quienes contribuyeron a difundir en primer lugar el interés por Egipto. Su mitificación se consolidó con los romanos, quienes habían hecho del país una de sus más ricas provincias. Una de las fuentes más famosas de la egiptomanía romana fue la Mensa Isiaca o Tabula Bembo (hoy en Turín), del siglo I, que, redescubierta en el siglo XVI, causó un enorme impacto. Conquistado Egipto por los árabes en el siglo VII, su interés no decayó en el mundo europeo en tiempos medievales, durante los cuales se propagaron numerosas leyendas. Lo mismo cabe decir de la época renacentista, seguidora de los Hieroglyphica de Horapolo. La gran expedición de Napoleón Bonaparte a Egipto en 1798 motivaría la difusión ya de una verdadera egiptología por todo Occidente, sin desplazar a la egiptomanía, presente en el campo de la arquitectura y la decoración. La Inglaterra victoriana se interesó por todo lo egipcio, especialmente por las momias, con las cuales se fabricaban polvos curativos.
5.005 habitaciones. La egiptomanía y la egiptología se han mantenido intactas en el siglo XX, en parte gracias a espectaculares hallazgos como el busto de Nefertiti en 1912, la tumba de Tutankhamón en 1922 y la tumba KV 55 en 1988. Representaciones materiales destacadas de su influencia han sido, por poner dos ejemplos, la gran pirámide de cristal y metal del Museo del Louvre (1988) o el Hotel-Casino de Luxor, con 5.005 habitaciones, construido en Las Vegas, formado por una pirámide de bronce de 30 pisos de altura. La arquitectura, la música -incluso la ópera-, el cine, las revistas de divulgación, los libros infantiles y juveniles, los cómics, la novela histórica y la televisión siguen contribuyendo de modo notabilísimo a la egiptomanía e indirectamente a mantener viva la pasión por la historia y las maravillas de Egipto. En el campo publicitario, hasta la propaganda de un famoso extracto de carne (Liebig) desde 1872 a 1973 se dio a conocer junto a 1.863 series de cromos con variada temática del antiguo Egipto.
En cuanto a la novelística contemporánea, también existen multitud de obras significativas de inspiración egipcia, desde la influyente novela de Mika Waltari, Sinuhé, el egipcio, constantemente reeditada, hasta las obras del Premio Nobel Naguib Mahfuz La batalla de Tebas y La maldición de Ra, o los best sellers del prolífico egiptólogo francés Christian Jacq. En el caso español, nuestro recuerdo para Terence Moix, autor de varias obras sobre el país de los faraones; entre ellas, su Viaje sentimental a Egipto y la interesante novela No digas que fue un sueño. Y es que en este territorio de los sueños, ninguno como Egipto.
Federico Lara Peinado. Egipto, eterno retorno, ABCD Las Artes y Las Letras, nº 849, 10 de mayo de 2008