La azarosa vida de 'Las tres velas'

Sorolla pintó Las tres velas en el verano de 1903 (reciente subastado en Nueva Yorl) en la playa de la Malvarrosa de Valencia, en uno de los periodos más felices y fecundos de su producción. Aún faltaba mucho para su hemiplejia, en 1920, y su posterior fallecimiento en 1923. La historia del cuadro es la de una azarosa vida, ya que tras su exposición en Berlín en 1904 fue vendido en esa misma muestra por 2.500 marcos, perteneciendo a la colección del filántropo judío Max Steinthal. El banquero alemán la tuvo en su despacho más de 30 años. Cuando el Tercer Reich quiso confiscarla junto con el resto de los bienes de Max y Fanny Steinthal, éstos nombraron albacea a su yerno Friedrich Vollmann, único miembro no judío de la familia. Vollmann se la llevó a Dresde y la pintura sobrevivió a la guerra. En 1950, las autoridades de la República Democrática Alemana la confiscaron tras la huida de Vollmann a Alemania Occidental.

Las tres velas salió a la luz en los sótanos de la Galería de Pintura Antigua de Dresde en 2002, cuando funcionarios y voluntarios desalojaron apresuradamente varias cajas con el nombre de Steinthal tras las violentas inundaciones que asolaron numerosas ciudades del este de Europa. Devuelta a los herederos después de 99 años apartada de la vista del público y en muchos casos dada por desaparecida, Sotheby's la sacó a subasta en 2004 en Londres. Ahora ha sido adjudicada en Nueva York por 4,5 millones de dólares.

Si Sorolla pintó mucho, también escribió mucho, sobre todo a Clotilde y a sus amigos. De aquel mencionado verano de 1903 -fecundísimo en producción, dado que pinta entre otras obras Sol de la tarde o Pescadoras valencianas- no tenemos cartas a Clotilde porque permaneció con ella todo el tiempo, pero sí varias cruzadas con Pedro Gil Moreno de Mora, en las que indirectamente se refiere al lienzo y fundamentalmente al Sol de la tarde ya citado. Véanse, en efecto, las numeradas 147 a 150 en el primer volumen de los Epistolarios de Joaquín Sorolla recién publicados en edición de Facundo Tomás, Isabel Justo, Sofía Barrón y quien esto escribe (Anthropos, 2007). Sorolla se muestra feliz en ese periodo, no sólo personal sino profesionalmente: "Estoy muy entusiasmado de las cosas que veo en la playa..., todo me impresiona como si fuera la primera vez que lo he visto, de lo que estoy contento, pues me imagino haré algo decente, que buena falta me hace... sigo trabajando mucho y te anuncio una carta detallando lo que hago...".

Volviendo a Las tres velas, creo que tiene las mejores cualidades del pintor: luz magnífica, composición equilibrada y excelente representación de la playa valenciana, sin olvidar ese grupo de cuatro personas caminando por la orilla del mar, dos de ellas con sus cestas de pescado, que parecen representar, a través de varias generaciones, el trabajo cotidiano.

En resumen, la progresiva revaloración crítica y económica de Sorolla llevada a cabo en las últimas décadas, no hace sino enlazar -con un paréntesis provocado por una cierta dictadura de las vanguardias- con el éxito que el pintor tuvo en vida con sus exposiciones en Europa y América, con sus encargos y con la estimación y cariño de los propios valencianos, que forman parte, por encima de modas, filias o fobias, de un imaginario colectivo en el que se ven reflejados sus propios símbolos de identidad,

Felipe V. Garín Llombart es catedrático de Historia del Arte de la Politécnica de Valencia y comisario de la exposición Sorolla. Visión de España. Fue director del Museo del Prado. (La azarosa vida de 'Las tres velas', El País, 9 de Mayo de 2008)