Memorias de una EXPO
Llega el momento de la Exposición Internacional de Zaragoza cien años después de la Exposición Hispano-Francesa celebrada en la misma ciudad. En aquella ocasión Zaragoza recordaba a su vez otro centenario, el de los Sitios franceses sufridos en 1808.
En 1908, con motivo de aquella celebración, se pudo aprovechar la ocasión para consolidar un tramo de ciudad realizando un microensanche al sur del casco histórico. La cuadrícula junto al río se planificó años antes de que este procedimiento urbanístico se extendiera por la mayoría de ciudades españolas. La capital maña estableció entonces las pautas de su crecimiento futuro y la pequeña exposición contribuyó a impulsar este desarrollo. Una intervención contenida e inteligente con vocación de permanencia. Durante el siglo XX, en España sólo se celebraron dos acontecimientos más de esta envergadura, uno Internacional y otro Universal con desiguales repercusiones para sus ciudades. El primero, en Barcelona, durante el verano de 1929. El segundo en Sevilla en 1992.
Barcelona y Sevilla. Alfonso XIII inauguró la Exposición Internacional de Barcelona tras un largo período de gestación. Finalmente Puig i Cadafalch con la colaboración de Doménech i Montaner entre otros, todos grandes arquitectos, levantaron una serie de palacios en torno a un eje central. Una gran avenida que ascendía desde la plaza de España hasta Monjuic. La disposición de los grandes contenedores correspondía al planteamiento común en este tipo de acontecimientos durante aquellos años. Lejos quedaba la ejecución de un solo edificio para albergar toda una exposición como sucediera medio siglo atrás. Al final de aquello permanece la colonización del monte y un pequeño pabellón en el que se sentó a reposar Alfonso XIII fatigado por la ascensión. Me refiero al teorema del espacio liberado. Espacio construido por Mies van der Rohe como representación de Alemania, del carácter alemán. El pabellón de Mies, aunque reconstruido, es el mejor regalo de aquella exposición. De Sevilla no recuerdo ninguno, al menos que haya permanecido. En Barcelona se introdujeron los pabellones individuales de algunos países aventurados a significarse con su propia arquitectura. Comenzó a cambiar el planteamiento urbanístico de las Exposiciones. De grandes y pocos contenedores a un número indeterminado de edificios promovidos por cada país. Todos conocemos cómo ha degenerado este planteamiento durante la segunda mitad del siglo pasado. Un escaparate fastuoso de arquitecturas desesperadas por triunfar. Qué lejos de aquel pabellón de Barcelona.
Ahora Zaragoza tiene la intención de reformular el planeamiento que acoge este tipo de eventos. Pretende potenciar los espacios libres y convertirlos en un articulador activo de la ciudad. Espacios libres para el uso y disfrute de los ciudadanos. Habría que decir que los espacios libres dentro de las ciudades se definen a partir de los llenos, de las arquitecturas que los abrazan, de su capacidad para generar interrelaciones, de la energía que desprenden los límites del vacío. Es aquí donde pueden surgir las dudas para Zaragoza. Salvo casos muy puntuales, la Expo se va a resolver con arquitecturas propagandísticas de segundo orden. Una gota de agua, una cesta de mimbre, un gladiolo, una flor y una mariposa. Un bonito mundo de color. Los espacios libres del meandro de Ranillas, al oeste de la ciudad, tendrán que soportar la presencia impertinente de estas metáforas infantiles.
Para la galería. Zaragoza tendrá un puente, útil e interesante, el del Milenio y otro para la galería, para el curriculum, el Pabellón Puente. Lo más interesante del Pabellón Puente es su estómago, sus tripas. Un esfuerzo de ingeniería naval que es capaz de soportar el artificio. La potencia de sus cuadernas de acero crudo sobrecoge durante la obra. Precisamente lo que el visitante no podrá ver. Precisamente lo que la flamante premio Pritzker (Zaha Hadid) no proyectó.
A priori tres piezas sobrevivirán, por su rigor, al verano y tendrán la responsabilidad de recordar esta Exposición Internacional. El Hotel Expo, El Pabellón de España y el Palacio de Congresos. El primero es obra de Elías Torres y Martínez Lapeña, lo que supone una garantía de éxito. Ofrece una fachada al río alejada de frivolidades con vocación de permanencia. El Pabellón de España ha sido proyectado por el arquitecto Patxi Mangado en asociación con el Centro Nacional de Energías Renovables. El pabellón está concebido bajo criterios de ahorro energético. Una gran cubierta apoyada sobre multitud de pilares proporciona sombra al edificio y genera un microclima al que contribuyen los materiales utilizados y el agua. Por último, el Palacio de Congresos diseñado por Fuensanta Nieto y Enrique Soberano cobija bajo una cubierta quebrada de planta rectangular un programa muy complejo de la manera más sencilla. Se agradece como el único punto de apoyo sereno de todo el planeamiento. Salvo estas honrosas excepciones y con la esperanza de que la ciudad recupere la madurez de sus espacios libres y de las arquitecturas que los tienen que conformar, podríamos acercarnos este verano a Zaragoza como aperitivo de Shanghai.
Arturo Franco, Memorias de una EXPO, ABCD Las Arte y Las letras, nº 850, 17 de mayo de 2008
En 1908, con motivo de aquella celebración, se pudo aprovechar la ocasión para consolidar un tramo de ciudad realizando un microensanche al sur del casco histórico. La cuadrícula junto al río se planificó años antes de que este procedimiento urbanístico se extendiera por la mayoría de ciudades españolas. La capital maña estableció entonces las pautas de su crecimiento futuro y la pequeña exposición contribuyó a impulsar este desarrollo. Una intervención contenida e inteligente con vocación de permanencia. Durante el siglo XX, en España sólo se celebraron dos acontecimientos más de esta envergadura, uno Internacional y otro Universal con desiguales repercusiones para sus ciudades. El primero, en Barcelona, durante el verano de 1929. El segundo en Sevilla en 1992.
Barcelona y Sevilla. Alfonso XIII inauguró la Exposición Internacional de Barcelona tras un largo período de gestación. Finalmente Puig i Cadafalch con la colaboración de Doménech i Montaner entre otros, todos grandes arquitectos, levantaron una serie de palacios en torno a un eje central. Una gran avenida que ascendía desde la plaza de España hasta Monjuic. La disposición de los grandes contenedores correspondía al planteamiento común en este tipo de acontecimientos durante aquellos años. Lejos quedaba la ejecución de un solo edificio para albergar toda una exposición como sucediera medio siglo atrás. Al final de aquello permanece la colonización del monte y un pequeño pabellón en el que se sentó a reposar Alfonso XIII fatigado por la ascensión. Me refiero al teorema del espacio liberado. Espacio construido por Mies van der Rohe como representación de Alemania, del carácter alemán. El pabellón de Mies, aunque reconstruido, es el mejor regalo de aquella exposición. De Sevilla no recuerdo ninguno, al menos que haya permanecido. En Barcelona se introdujeron los pabellones individuales de algunos países aventurados a significarse con su propia arquitectura. Comenzó a cambiar el planteamiento urbanístico de las Exposiciones. De grandes y pocos contenedores a un número indeterminado de edificios promovidos por cada país. Todos conocemos cómo ha degenerado este planteamiento durante la segunda mitad del siglo pasado. Un escaparate fastuoso de arquitecturas desesperadas por triunfar. Qué lejos de aquel pabellón de Barcelona.
Ahora Zaragoza tiene la intención de reformular el planeamiento que acoge este tipo de eventos. Pretende potenciar los espacios libres y convertirlos en un articulador activo de la ciudad. Espacios libres para el uso y disfrute de los ciudadanos. Habría que decir que los espacios libres dentro de las ciudades se definen a partir de los llenos, de las arquitecturas que los abrazan, de su capacidad para generar interrelaciones, de la energía que desprenden los límites del vacío. Es aquí donde pueden surgir las dudas para Zaragoza. Salvo casos muy puntuales, la Expo se va a resolver con arquitecturas propagandísticas de segundo orden. Una gota de agua, una cesta de mimbre, un gladiolo, una flor y una mariposa. Un bonito mundo de color. Los espacios libres del meandro de Ranillas, al oeste de la ciudad, tendrán que soportar la presencia impertinente de estas metáforas infantiles.
Para la galería. Zaragoza tendrá un puente, útil e interesante, el del Milenio y otro para la galería, para el curriculum, el Pabellón Puente. Lo más interesante del Pabellón Puente es su estómago, sus tripas. Un esfuerzo de ingeniería naval que es capaz de soportar el artificio. La potencia de sus cuadernas de acero crudo sobrecoge durante la obra. Precisamente lo que el visitante no podrá ver. Precisamente lo que la flamante premio Pritzker (Zaha Hadid) no proyectó.
A priori tres piezas sobrevivirán, por su rigor, al verano y tendrán la responsabilidad de recordar esta Exposición Internacional. El Hotel Expo, El Pabellón de España y el Palacio de Congresos. El primero es obra de Elías Torres y Martínez Lapeña, lo que supone una garantía de éxito. Ofrece una fachada al río alejada de frivolidades con vocación de permanencia. El Pabellón de España ha sido proyectado por el arquitecto Patxi Mangado en asociación con el Centro Nacional de Energías Renovables. El pabellón está concebido bajo criterios de ahorro energético. Una gran cubierta apoyada sobre multitud de pilares proporciona sombra al edificio y genera un microclima al que contribuyen los materiales utilizados y el agua. Por último, el Palacio de Congresos diseñado por Fuensanta Nieto y Enrique Soberano cobija bajo una cubierta quebrada de planta rectangular un programa muy complejo de la manera más sencilla. Se agradece como el único punto de apoyo sereno de todo el planeamiento. Salvo estas honrosas excepciones y con la esperanza de que la ciudad recupere la madurez de sus espacios libres y de las arquitecturas que los tienen que conformar, podríamos acercarnos este verano a Zaragoza como aperitivo de Shanghai.
Arturo Franco, Memorias de una EXPO, ABCD Las Arte y Las letras, nº 850, 17 de mayo de 2008