De Van Eyck a Durero pasando por Brujas
Los maestros flamencos del siglo XV son una fuente inagotable de satisfacción para el museo Groeninge de Brujas (Bélgica) y su numeroso público. Tras exponer hace ocho años sus lazos con los artistas del sur mediterráneo con una exposición de la que todavía se habla, su conservador Till-Holger Borchert -especialista por excelencia en Jan Van Eyck y sus coetáneos- se lanza ahora a explorar la influencia del ars nova en Europa Oriental, una relación hasta ahora nunca estudiada.
Fue en realidad una polinización cruzada la que protagonizaron los maestros flamencos con los artistas de la actual Alemania, Austria, Bohemia, Hungría, Transilvania y hasta las regiones bálticas. El periodo estudiado (1430-1530) arranca con Van Eyck y se detiene en Durero, a través de 300 obras reunidas por primera vez en un solo espacio, llegadas de prestigiosas pinacotecas de todo el mundo para completar las obras que Brujas atesora de Van Eyck, Rogier Van der Weyden o el maestro de Flémalle. La exposición permite admirar obras que por su fragilidad viajan muy poco pero también descubrir a virtuosos desconocidos de Europa oriental.
Entre las obras más delicadas que han viajado a Brujas destacan La Virgen con el niño, del taller Van Eyck o La deploración de Cristo de Konrad Witz (Frick Collection, Nueva York), varios Patinir prestados por museos de Viena y Rótterdam, La Virgen y el niño de Dieric Bouts (Nacional Gallery, Londres), los retratos de Durero llegados del Prado, y obras de Memling y Michel Sittow de la holandesa Mauritshuis.
Algunas de las obras expuestas se creían hasta hace pocos años obra de artistas de los antiguos Países Bajos, cuando en realidad eran de extranjeros que supieron de las innovaciones técnicas y pictóricas de Van Eyck y compañía a través de dibujos, grabados o viajes de estudios a Brujas. Las redes de cortes reales, el comercio, los artistas ambulantes y el descubrimiento de la imprenta suplieron las carencias comunicativas de la época.
Los países bálticos vendían a los Países Bajos paneles de roble que artistas como los hermanos Van Eyck empleaban para sus obras. A su vez, estas viajaban en dirección contraria, rumbo a Escandinavia, el Báltico o las ciudades de la Liga Hanseática. Sus obras fueron pronto muy codiciadas también en el extranjero por la nobleza, el clero y las clases adineradas, facilitando la expansión de la revolución artística que provocaron los primitivos flamencos con su apuesta por el realismo extremo e incluso su conservación, ya que la furia iconoclasta del siglo XVI diezmo las colecciones en los Países Bajos meridionales. Si aún hoy sorprende la sensación tridimensional que transmiten las telas, alfombras y maderas de las obras de estos artistas, es de imaginar el efecto que causarían entonces en el público. No están de más las lupas colocadas junto algunas obras para admirar algunos lienzos.
Pocos años después, se observa en artistas de Europa las mismas innovaciones técnicas que permitían a los flamencos alcanzar ese nivel de detalle (el uso de varias capas de pintura al óleo y barniz, incrustaciones de oro, entre otras), su colorido, iluminación, individualización de los personajes y representación del paisaje. Los grabados y dibujos servían de modelo a quienes no podían viajar a Brujas o Amberes para ver las obras de cerca de la escuela flamenca, dominante entonces en Europa. La muestra documenta como, en ocasiones, los artistas copiaban libremente no sólo temas sino partes de varias obras que luego integraban en otra propia.
La obra de Jan Van Eyck impresionó tanto a Conrad Laib, de Salzburgo, que en uno de sus cuadros puede leerse en alemán una divisa similar a la que el maestro flamenco usaba para sellar sus obras: "als ixh xan" (lo que yo puedo hacer, en neerlandés antiguo). Al Este, los artesanos utilizaban los recursos flamencos a su manera, dando lugar a un estilo artístico propio que a mediados del siglo XVI influenciaría a su vez a los artistas de los Países Bajos del sur. Destaca por ejemplo el influjo que tuvo la obra de Martin Schongauer en los maestros flamencos en los que antes él mismo se había inspirado.
El viaje de Alberto Durero a Flandes en 1521, cuando ya era un artista de referencia, marca el punto culminante de esta prolífica relación de doble sentido. Para entonces eran ya otros artistas los que aprendían de él y fue recibido con grandes honores en Brujas, donde hizo amistad con Patinar y Provoost. Hasta el 30 de enero del 2011 en Brujas puede verse algunos de los retratos más conocidos del alemán, además de una buena muestra de sus xilografías, siempre bajo una tenue pero efectiva iluminación que demuestra que los flamencos de hoy siguen siendo maestros de la luz.
Fue en realidad una polinización cruzada la que protagonizaron los maestros flamencos con los artistas de la actual Alemania, Austria, Bohemia, Hungría, Transilvania y hasta las regiones bálticas. El periodo estudiado (1430-1530) arranca con Van Eyck y se detiene en Durero, a través de 300 obras reunidas por primera vez en un solo espacio, llegadas de prestigiosas pinacotecas de todo el mundo para completar las obras que Brujas atesora de Van Eyck, Rogier Van der Weyden o el maestro de Flémalle. La exposición permite admirar obras que por su fragilidad viajan muy poco pero también descubrir a virtuosos desconocidos de Europa oriental.
Entre las obras más delicadas que han viajado a Brujas destacan La Virgen con el niño, del taller Van Eyck o La deploración de Cristo de Konrad Witz (Frick Collection, Nueva York), varios Patinir prestados por museos de Viena y Rótterdam, La Virgen y el niño de Dieric Bouts (Nacional Gallery, Londres), los retratos de Durero llegados del Prado, y obras de Memling y Michel Sittow de la holandesa Mauritshuis.
Algunas de las obras expuestas se creían hasta hace pocos años obra de artistas de los antiguos Países Bajos, cuando en realidad eran de extranjeros que supieron de las innovaciones técnicas y pictóricas de Van Eyck y compañía a través de dibujos, grabados o viajes de estudios a Brujas. Las redes de cortes reales, el comercio, los artistas ambulantes y el descubrimiento de la imprenta suplieron las carencias comunicativas de la época.
Los países bálticos vendían a los Países Bajos paneles de roble que artistas como los hermanos Van Eyck empleaban para sus obras. A su vez, estas viajaban en dirección contraria, rumbo a Escandinavia, el Báltico o las ciudades de la Liga Hanseática. Sus obras fueron pronto muy codiciadas también en el extranjero por la nobleza, el clero y las clases adineradas, facilitando la expansión de la revolución artística que provocaron los primitivos flamencos con su apuesta por el realismo extremo e incluso su conservación, ya que la furia iconoclasta del siglo XVI diezmo las colecciones en los Países Bajos meridionales. Si aún hoy sorprende la sensación tridimensional que transmiten las telas, alfombras y maderas de las obras de estos artistas, es de imaginar el efecto que causarían entonces en el público. No están de más las lupas colocadas junto algunas obras para admirar algunos lienzos.
Pocos años después, se observa en artistas de Europa las mismas innovaciones técnicas que permitían a los flamencos alcanzar ese nivel de detalle (el uso de varias capas de pintura al óleo y barniz, incrustaciones de oro, entre otras), su colorido, iluminación, individualización de los personajes y representación del paisaje. Los grabados y dibujos servían de modelo a quienes no podían viajar a Brujas o Amberes para ver las obras de cerca de la escuela flamenca, dominante entonces en Europa. La muestra documenta como, en ocasiones, los artistas copiaban libremente no sólo temas sino partes de varias obras que luego integraban en otra propia.
La obra de Jan Van Eyck impresionó tanto a Conrad Laib, de Salzburgo, que en uno de sus cuadros puede leerse en alemán una divisa similar a la que el maestro flamenco usaba para sellar sus obras: "als ixh xan" (lo que yo puedo hacer, en neerlandés antiguo). Al Este, los artesanos utilizaban los recursos flamencos a su manera, dando lugar a un estilo artístico propio que a mediados del siglo XVI influenciaría a su vez a los artistas de los Países Bajos del sur. Destaca por ejemplo el influjo que tuvo la obra de Martin Schongauer en los maestros flamencos en los que antes él mismo se había inspirado.
El viaje de Alberto Durero a Flandes en 1521, cuando ya era un artista de referencia, marca el punto culminante de esta prolífica relación de doble sentido. Para entonces eran ya otros artistas los que aprendían de él y fue recibido con grandes honores en Brujas, donde hizo amistad con Patinar y Provoost. Hasta el 30 de enero del 2011 en Brujas puede verse algunos de los retratos más conocidos del alemán, además de una buena muestra de sus xilografías, siempre bajo una tenue pero efectiva iluminación que demuestra que los flamencos de hoy siguen siendo maestros de la luz.
Beatriz Navarro, Brujas: De Van Eyck a Durero pasando por Brujas,
La Vanguardia, 6 de noviembre de 2010
La Vanguardia, 6 de noviembre de 2010