Maquinaciones
El encuentro entre arte, ciencia y tecnología ha dado originales piezas artísticas. Un panorama de esa alianza que ha expandido el universo creativo se puede apreciar en dos exposiciones en Madrid y Badajoz
Emoción y reflexión, entretenimiento y crítica, ansia de descubrimientos y conciencia de nuevas herramientas e inéditos poderes. Las propuestas artísticas surgidas de la intersección conceptual y práctica entre arte, ciencia y tecnología ofrecen una variedad de tendencias, conceptos y soluciones formales que se plasman en una producción tan amplia y diversa como desconocida. Así que, lejos de constituir una réplica o una redundancia, las dos exposiciones -El discreto encanto de la tecnología. Artes en España, en el Museo Extremeño e Iberoamericano de Arte Contemporáneo (Meiac) de Badajoz, y Máquinas y almas, en el Museo Reina Sofía de Madrid- se integran y complementan, ofreciendo visiones especulares sobre este vasto campo de experimentación y creación.
Wave Function, Obra de Paul Friedlander, realizada en 2007.
Desde su emplazamiento en la periferia de Europa, el Meiac de Badajoz, bajo la dirección de Antonio Franco, empezó a mediados de los noventa un clarividente programa de adquisición de obras de arte digital, con el objetivo de acceder al circuito internacional desde una especificidad concreta. La exposición El discreto encanto de la tecnología, que dejará muchas obras en la colección del museo, se enmarca en esta voluntad de proyección que, por varios motivos, le cuesta convertir en realidad. A partir del título, irónico y desmitificante, la aproximación inédita de la comisaria Claudia Giannetti pretende borrar el habitual sistema de catalogación de las obras para ofrecer una visión histórica alternativa del desarrollo del arte español, desde finales de los años sesenta, con artistas que han utilizado recursos técnicos inusuales en obras pioneras, desatendidas por la historiografía oficial y desconocidas por el gran público. Más allá del marco geográfico, la muestra consigue establecer un diálogo entre prácticas creativas y artistas que no coincidieron en tiempo y lugar, a partir de los vínculos conceptuales, y no cronológicos o formales, entre las piezas.
A partir de dos figuras icónicas de la investigación, Ramón Llull y Santiago Ramón y Cajal, Giannetti diseña un recorrido que por un lado explica la transformación de la lógica matemática en arte y por el otro, la evolución de la percepción y representación de la dimensión espaciotemporal y su papel en la construcción de la realidad. Desde el aparato de discos de Llull, antecedente conceptual del código binario informático, pasando por los artistas que en los setenta en el Centro de Cálculo de la Universidad de Madrid idearon programas para la creación de pinturas (Manuel Barbadillo) y esculturas (José Luis Alexanco), hasta las obras generativas de Iván Marino, arquitecturas de datos que se modifican de forma continua, la muestra revela las múltiples aplicaciones artísticas de la técnica combinatoria concebida por el filósofo catalán, que seis siglos más tarde pondría las bases para el desarrollo de los ordenadores. Por otro lado, las microfotografías de las conexiones neurales que permitieron a Ramón y Cajal elaborar su revolucionaria teoría sirven de prólogo conceptual a una serie de obras que se proponen hacer visible lo invisible y expandir las posibilidades perceptivas del ser humano. La convicción de que la incidencia de la tecnología en las artes visuales excede su uso como instrumento se materializa en una selección de 119 obras de 65 artistas, en la que priman los vídeos (Pilar Albarracín, Fontcuberta, Miralda...) y las instalaciones low-tech (Pedro Garhel, Eugenia Balcells, Eulalia Valldosera, Concha Jerez & José Iges...), en una arqueología de la relación entre arte y tecnología, que se centra más en la aproximación conceptual y su formalización audiovisual que en los aspectos interactivos y participativos, por una única instalación interactiva, un autorretrato audiovisual dinámico de Marcel.lí Antúnez.
El montaje de la muestra es impecable, y aún más sugerente (y complejo) por la planta circular del museo, anteriormente una cárcel franquista. Si algo se le puede reprochar, debido quizás al afán de legitimar propuestas artísticas a menudo subestimadas, es el tratamiento reservado al net.art (la vertiente más contemporánea y participativa del medio) y a las obras de animación que, en lugar de exhibirse en el recorrido expositivo, han sido guetizadas en espacios que a primera vista parecen de documentación. De esta forma, precisamente en este contexto de legitimación, se le niega una vez más aquella dignidad de obras, que ya le ha sido ampliamente reconocida, optando por una aproximación museográfica tradicional y, sólo en este caso concreto, anacronística representados.
Stranbeest. Theo Jansen (2007). Imágen cedida por el museo Reina Sofía
La conciencia histórica, pero entendida como voluntad de reclamar una tradición propia basada en la especificidad del medio, subyace también a Máquinas y almas, la exposición comisariada por Montxo Algora y José Luis de Vicente, directores del festival ArtFutura, con que el Reina Sofía por fin se abre a las expresiones creativas más contemporáneas. En este caso la atención se centra en artistas que han definido la práctica de los nuevos medios, más allá de sus comienzos especulativos, cuyas obras dan prueba de la relevancia y madurez de los lenguajes más genuinos del XXI. La fascinación por el recurso sofisticado, la sorpresa formal y la vertiente más mágica y sugestiva de la tecnología toman forma en obras espectaculares, que luchan por equilibrar el aspecto conceptual con el estético, como las esculturas dinámicas de Sachiko Kodama, ejemplares de cómo la investigación científica puede expandir el vocabulario plástico. La artista japonesa se vale de las propiedades de los ferrofluidos, sustancias líquidas que responden a la presencia de campos magnéticos, para crear piezas que se componen y modifican a través de un sistema informático.
La interactividad y la posibilidad de creación compartida, principal innovación conceptual y formal de un arte que sustituye la contemplación con la acción y otorga un papel inédito al público, recorren toda la muestra: desde los micrófonos antiguos de Rafael Lozano-Hemmer, que remezclan las palabras de los visitantes en una cacofonía de voces pasadas y presentes, pasando por el software gráfico de Zush, que permite al público intervenir digitalmente en las obras de la colección del museo, hasta la escultura luminosa extemporánea de Daniel Canogar, que se crea sólo con la presencia del espectador. El fantasma del festival ArtFutura, que flota en el Ala Nouvel, responsable de cierta indulgencia hacia la animatrónica, como el robot cantante de David Byrne y obras excesivamente esteticistas, como las esculturas cinéticas de Paul Friedlander o los sofisticados espejos digitales de Daniel Rozin, se equilibra con el apartado, situado en el Ala Sabatini, reservado a los artistas más comprometidos con la utopía democrática de la revolución digital, representantes de un nuevo arquetipo de creador, producto del encuentro entre las ciencias y el humanismo, la investigación y el genio creativo. Allí se exhiben las diferentes vertientes del activismo digital, desde el análisis y visualización de las redes sociales de Antoni Muntadas hasta el ecologismo pedagógico e imaginativo de Natalie Jeremijenko.
El reto al espacio expositivo y al lenguaje museográfico, implícito en obras ajenas a los paradigmas habituales del museo, se resuelve en el planteamiento expositivo de proyectos fundamentalmente inmateriales, que tienen en internet su soporte, medio y núcleo conceptual. Así, las obras maestras de la historia del arte, que el esloveno Vuc Cosic convierte en herramientas de visualización de datos gracias al software Carnivore, se presentan en un minimalista círculo de monitores, que remite a su estaticidad original, mientras que Antoni Abad utiliza el lenguaje de la difusión callejera como marco físico para su Canal*Motoboy, un proyecto que utiliza los teléfonos multimedia e internet para dar voz a colectivos excluidos de los medios de comunicación tradicionales.
Las webs de ambas exhibiciones proporcionan información exhaustiva y bien integrada, pero no llegan a convertirse en plataformas creativas y participativas, capaces de expandir la propuesta física en el espacio incorpóreo de la red.
El discreto encanto de la tecnología. Artes en España. Museo Extremeño e Iberoamericano de Arte Contemporáneo (Meiac) de Badajoz. Hasta el 24 de agosto. www.meiac.es/artesenespana Máquinas y almas. Museo Reina Sofía de Madrid. Hasta el 14 de octubre. www.maquinasyalmas.org
Portrude Flow. Obra de Sachiko Kodam (2008)
Anar-hi anat (ir yendo). Eugenia Balcells (2000). Imagen: Meiac.
La región central. Obra de Pedro Garhelm en El discreto encanto de la tecnología. Vicente Novillo
Teratologías. Obra de Daniel Canogar. Imagen: Meiac de Badajoz
Song for Julio. Obra de David Byrne y David Hanson, 2008. (Foto: Museo Reina Sofía)
Anar-hi anat (ir yendo). Eugenia Balcells (2000). Imagen: Meiac.
La región central. Obra de Pedro Garhelm en El discreto encanto de la tecnología. Vicente Novillo
Teratologías. Obra de Daniel Canogar. Imagen: Meiac de Badajoz
Song for Julio. Obra de David Byrne y David Hanson, 2008. (Foto: Museo Reina Sofía)